17. Sin Más

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Su piel era deliciosa, suave y delicada. Me encantaba acariciarla, sentirla, besarla. Recorrer su cuerpo con mis labios y mis manos, era una experiencia tan gratificante, que era imposible explicarlo con palabras. Marcela no entendía lo que para mí significaba el poder disfrutar de esos pequeños momentos con ella. Significaba un éxtasis casi tan intenso, como el de un orgasmo, porque cada centímetro de su piel era como un diamante para mí, así que admirarla y rozarla con la yema de mis dedos era una actividad de la que no me cansaba, ni me saciaba.

Sí, también me excitaba sobre manera, pero podía hacerle el amor sólo acariciándola de esa manera, aunque tal vez, ella no lo entendiera de esa misma forma.

Y así estaba en ese instante, admirando las curvas de su espalda, de sus glúteos, de sus piernas. Admirando su cuello, sus hombros, sus brazos. Rozando con las yemas de mis dedos cada pedacito de piel que alcanzaba, dando besos cortos con mis labios para sentir esa suavidad de su piel que tanto me enloquecía.

Si pudiera hacer que tan sólo por unos segundos, estuviera en mi cabeza y en mi piel para que sintiera el remolino de sensaciones y emociones que ella despertaba en mí, se daría cuenta que mi mundo se dividió en dos desde el mismo instante en que reconocí lo que ella me hacía sentir. Descubriría que mi cuerpo ahora sólo responde al suyo y que nada más el pensar ya no tenerlo conmigo, me hace caer en un hueco tan profundo que mi cordura se desvanece.

Cerrar mis ojos y respirar un par de veces fue lo que tuve que hacer para volver al ahora y dejar mis mayores temores a un lado. Mañana sería el día de la operación y si bien Marcela lo ha llevado con mucha tranquilidad, la verdad es que yo no lo he hecho tanto. Miles de alas siento en mis entrañas y en mi pecho. No se lo he dicho, ni se lo diré, pero el miedo es casi irracional. El miedo a perderla, a que no salga de la operación me ha estado carcomiendo mi interior desde hace una semana, cuando finalmente se fijó el día de la intervención. Y hoy, aunque he fingido fortaleza y tranquilidad, la realidad es que estoy aquí, haciéndole el amor de manera silente mientras rezo a los miles de santos y vírgenes para que todo salga bien y me permita construir un hogar con ella. Porque sí, eso quiero hacer. No tengo nada que pensar. La quiero conmigo hoy y siempre. Sólo espero que ella así lo quiera también.

- Cuanto te amo _ Susurró Esther sin darse cuenta, mientras continuaba con sus caricias y besos delicados sobre el cuello de Marcela.

Marcela que estaba completamente ida con aquellas caricias, no pudo evitar escuchar esas palabras y más que sorprenderse o asustarse, su reacción inmediata fue responder un "te amo" desde el fondo de su corazón.

Esther abrió los ojos al instante y se quedó quieta por unos segundo mientras esa frase tan esperada calaba dentro de su ser. Una media sonrisa se instaló en sus labios y se abandonó a la felicidad inmensa que la invadió, así que dejó caer con suavidad su cuerpo sobre el de Marcela, para cubrirla por completo y convertirse en un sólo ser. Entrelazó sus dedos con los de Marcela y unió su mejilla con la de ella, logrando así un abrazo tan íntimo y tan cercano que ni el aire cabía entre ellas.

- Múdate conmigo _ Le dijo pegada a su oído.

Fue el turno de Marcela para abrir sus ojos y quedarse sin habla. Ya su capacidad de habla y de pensamiento estaban disminuidas con las caricias que recibía y con aquellas palabras, el corto circuito que hubo en su cabeza la hizo quedarse en blanco,

- ¿Qué? _ Fue lo único que pudo articular.

- Vive conmigo mi amor... Después de que todo esto termine, quiero que te mudes conmigo... o yo contigo, como prefieras... sólo quiero tenerte conmigo siempre _ Presionó un poco más su abrazo.

Marcela pudo sentir un ligero temblor en el cuerpo de Esther.

- ¿Hablas en serio? _ Preguntó aun dudosa.

Nunca Te Esperé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora