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Aún intentaba frenar los instintos de Tanaka, incómodo en aquella situación. Suga ayudó bastante al entretenerlo. Escuché mi nombre e instantáneamente sentí que me encogía. Suga me guiñó un ojo, incitándome a enfrentar a la muchacha.

Todo de ella había cambiado, su voz se había vuelto más suave y melodiosa. Llevaba el cabello suelto. En su sonrisa había un deje de timidez, algo que me sorprendió bastante, pues solía ser muy llamativa en la escuela media. ¿Tanto  tiempo había pasado?

― Miyazono. ― Respondí con la misma timidez, aunque intentando parecer más alto de lo que no era. Agradecí que el cabello me ayudara en estas situaciones. ― Estás más alta. ―Comenté lo primero que pasó por mi cabeza, casi arrepintiéndome al segundo de haberlo dicho. Ella contuvo una risita.

―No has cambiado nada. ―Murmuró sin borrar la sonrisa de su rostro. Agradecí infinitamente el creador de los uniformes, le sentaba aún mejor que Shimizu pero no iba a decirlo ni en un millón de años.

―Bueno, he crecido cinco centímetros desde el año pasado, creo que es un gran avance. ―Dije casi atropellándome con las palabras. Tenía el corazón latiendo tan rápido como si estuviese en un partido.

―Lo he notado, ¿Cuándo se van a Tokio? ― Aún había rastros de la Akira que conocía. Su curiosidad predominante, la luz en sus ojos cambiantes. Llovería, supuse al verlos más verdes de lo usual.

Para cuando había calculado la fecha con mis dedos, el idiota de su amigo apareció en mi campo de visión. Fruncí el ceño sin saber cuánto había crecido. Mis cinco centímetros a su lado eran más que pobres, eran absolutamente nada.

― ¡Akichi! ―Tanto como su altura y su voz, me irritaban. Me crucé de brazos y fruncí el ceño sin apartar mis ojos de aquel idiota. Akira, por otro lado, parecía triste o tal vez solo eran imaginaciones mías. Él le rodeó los hombros con un brazo, acercándola a su cuerpo. ― ¿Por qué has tardado tanto? ― Su voz, estúpidamente irritante, enervaba mis nervios y pude sentir como por primera vez desde hacía un par de semanas, quería romper cosas.

Ella intentó separarse de él e incluso le picó el estómago. Se dio por vencida tras intentar varias veces, él reía aún más. A cambio me dio una mirada triste y se disculpó sin decir palabras mientras se dejaba arrastrar por ese idiota de dos metros.

―La tienes difícil, Noya. ―Reconoció Daichi. Me dieron ganas de que la tierra me tragara. Todavía con el ceño fruncido, chasqueé la lengua sin saber que responder. Tanaka me rodeó los hombros con su brazo, arrastrándome nuevamente al interior del instituto. Quería hablarle, quería contarle sobre Tokio, de los partidos que habíamos ganado y sobre el que estuvimos al borde de ganarlo. Mostrarle mi nueva recepción e incluso, por primera vez en varios meses, crecer al menos veinte centímetros. Pasar al dichoso metro sesenta.

―Cállense. ―Gruñí enterrando las manos en los bolsillos del uniforme. Me encaminé dentro del edificio, tentándome en tirar de una patada el tacho de basura. Los superiores me harían levantarlo, por lo que me lo pensé mejor y me limité a contenerme. Podría liberar el enojo durante el entrenamiento.

Sorprendentemente, llegué primero al gimnasio, aunque por muy poco, pues Hinata y Kageyama me pisaban los talones.

― Necesito practicar más recepciones. ―Les dije con los brazo en jarra. Sentía un cosquilleo en los brazos, algo que me llevaba al próximo nivel. La adrenalina de ver el balón acercándose. La satisfacción de bloquear cualquier remate.

Shoyo me sonrió y luego a Kageyama, quien aceptó con lo que supuse era una sonrisa. Hombre, no sabía que pasaba por esa cabeza suya. Era todo un misterio. Hinata me leyó el pensamiento.

― ¿Qué es lo que piensas cuando colocas la pelota, Kageyama? ― Sostenía el balón, expectante a una respuesta a la que obtuvo, prácticamente a la fuerza.

Sus peleas dejaron de llamarme la atención, lo único que quería era sentir la fuerza del balón contra mis brazos.

― ¿Hay algo que te moleste, Noya? ― La voz de Suga me sacó de mis pensamientos. Al parecer, no solo habían pasado más de unos minutos, sino que ya estaban desarmando la cancha mientras yo aún seguía golpeando la pelota contra la pared una y otra vez. Perdí la concentración, logrando no solo una caída más, sino que la pelota saliera volando en otra dirección.

―Suga. ― Dije, sorprendido al recomponerme. Pude sentir el cansancio en mis piernas aunque mi cabeza quería seguir. Me sequé la transpiración con la camiseta. ―No termino de entenderlo. ―Declaré alborotándome el cabello.

―Venga, ve a cambiarte. Tenemos que irnos. Si lo necesitas podemos hablarlo.―Respondió con su amabilidad característica. Me sentí más tranquilo a su lado. Sin darme cuenta, casi mecanizado me cambié la ropa. No escuchaba a los demás, estaba muy metido en mis cosas hasta que escuché mi nombre en su conversación.

―Desde hoy al mediodía ha estado callado. ―Prosiguió Tanaka, haciendo visible que solo quería molestarme. Intenté pasarlo por alto. ― Seguro es por esa chica. ¿Migamozo?

―Miyazono. ―Aclaré tras chasquear la lengua. Quería llegar a casa y poder relajarme. Tanaka soltó una carcajada, haciéndome enojar aún más. Hoy no era mi día.

― ¿Akira-san? ―La voz de Hinata se alzó entre las demás, ganándose una mirada incrédula de mi parte. ¿Cómo la conocía?

―Nos ayuda a estudiar. ― Aclaró Kageyama con tranquilidad. Algo dentro de mí, se tranquilizó. Era como una piedra en los zapatos que finalmente podías sacar y caminar como de costumbre.

―Siempre fue muy inteligente. ―Solté sin quererlo solo para mí. Abandoné el cuarto del club y me dediqué a bajar las escaleras.

―Escuché del profesor que tuvo que repetir el curso. ― Hinata en esos momentos era como un pariente en una cena familiar al cual no querías escuchar, siquiera dejarlo hablar. Suga, gracias al dios del volley, estaba de mi lado.

―Ustedes lo harán si no aprueban sus exámenes pronto, tampoco irán a Tokio. Tendrán que dejar el club y será el fin de sus vidas como estudiantes de secundaria.

Había algo de razón en sus palabras, tendría que estudiar y concentrarme si queríamos mejorar como equipo, no podía dejar que las emociones me dominaran.

No Me Dejes CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora