Epílogo.

1.8K 199 84
                                        

Cuatro años de casados más tarde.

Me había entrado el pánico cuando me despertó en el medio de la noche.

― ¡Ya viene! ―Había dicho con algo de dolor en su voz. Se contrajo, sosteniéndose el vientre.

No tuve más remedio que ayudarla en el trabajo de parto mientras que conducía hacia el hospital. En cuanto llegamos, mantuve la calma al ayudarla a bajar del auto.

No me dejes caer.

―Nunca. ―dije apretando su mano. Tenía miedo más ella que por mí. En cuanto cruzamos las puertas de cristal, varios enfermeros nos ayudaron. Cuando la vi desaparecer en una camilla, me permití temblar. Ella llevaba nuestros hijos dentro. Quería verlos.

Podría decir que habían pasado horas, pues revisaba el reloj del viejo televisor constantemente, hasta que una persona se acercó a mí, mientras miraba el piso con nerviosismo. Me habían dejado en la sala de espera, en pijama y de madrugada.

― ¿Qué haces aquí, Noya? ―La voz de ¿Shimizu? Alcé la vista, encontrándola con una bata blanca y un par de ojeras. ― ¿Estás esperando a alguien? Puedo averiguar por ti.

―Mi esposa está dando a luz. ―Sonreí tras comentar con orgullo. Se sentía bien encontrar una cara conocida dentro de un mar de desconocidos. ―Sería de gran ayuda.

―Felicidades. ―Me sonrió de vuelta y se alejó por el pasillo.

No pasó mucho tiempo hasta que volvió con un enfermero, quien parecía buscar a alguien. Ella me señaló a lo que fruncí el ceño. Para mi suerte ambos sonrieron al ver que me levantaba. Había salido bien. La presión que sentía desapareció a medida que los nervios de ver a mis hijos aumentaba.

―Es aconsejable que descanses tú también, Noya. ―La antigua manager de mi equipo me dio una última sonrisa antes de dejarme entrar en la habitación.

Akira hacía un par de años que llevaba el cabello corto por lo hombros. En ese momento lo tenía sudado y desacomodado. Estaba recostada contra unas sábanas blancas y su pijama había sido reemplazado por una bata celeste. En su pecho descansaban dos pequeños bebes totalmente idénticos. Cuando se había hecho la ecografía hacía unos meses, me dio la noticia al llegar a casa después de trabajar.

En mis ojos eran lo mejor que podía pasarme. Aquellas gemelas iban a cambiar mi vida.

Cuando cumplí treinta años, en conmemoración invité a todos los integrantes del antiguo equipo de volley de Karasuno.

―Da miedo. ―Mitsuki se escondió detrás de mí cuando Asahi apareció por el corredor. Solté una carcajada mientras lo señalaba. El pobre se llevó una mano a la nuca con nerviosismo, pues aún llevaba el pelo largo.

― ¡Chewbacca! ―chilló Mio abriendo los brazos al correr a él. Cohibido pero feliz la alzó en brazos mientras avanzaba por la sala. Su novia me saludó con timidez. Por lo que sabía se llamaba Miyu y se habían conocido en la biblioteca. Le dedique un pulgar arriba.

―Esa es mi estrella. ―Lo felicité cuando se acercó para saludarme.

―Feliz cumpleaños, Noya. ―Me sonrió sentándose a mi lado en la mesa de té. Miyu se limitó hacer un ademán con la cabeza.

―Te dije que tendríamos que traer regalo, Bakayama. ―La voz de Shoyo era más gruesa pero siempre reconocible.

―Te recuerdo que llevamos el mismo apellido, Idiota. ―Bufó Tobio saludándonos con la mano.

―No digas esas cosas frente a Taiki. ―Respondió dejando a un niño en el suelo. Este salió corriendo al patio.

Yamaguchi arrastró a Tsukishima a la sala. Estos iban de la mano y aunque el rubio estaba en silencio su presencia, era imposible de pasar por alto. Un ligero rubor adornaba sus mejillas. Jamás lo hubiese pensado. Alcé el pulgar, dándole el visto bueno al muchacho lleno de pecas.

―Es tu culpa por llegar tarde, Daichi.―La voz apagada de Suga se escuchó ligeramente.

―Es que no podía encontrar la corbata perfecta. ―El capitán murmuraba por lo bajo, pero todos nuestros ojos estaban en la pareja.

―Ya no somos sus padres. ―Respondió Koushi frunciendo ligeramente el ceño. Llevaba el cabello más corto y hacia atrás. Daichi parecía dormir en formol. Maldito Sawamura.

―De todas formas quería estar presentable. ―Se quejó reacomodándose la corbata.

―Falta Tanaka. ―Comentó el pelirojo al tomar una tortita para pasársela a Kageyama.

― ¡Ha llegado por quien lloraban!

― ¡Ryu! ―Comenté alzando un puño con emoción. Con tema del trabajo y mis hijos, apenas lo veía.

― ¿Era por eso que querías llegar tarde, Ryu? ―Comentó divertida la morena a su lado.

Él tomó asiento junto a los demás frente a la mesa de té mientras mi bella compañera aparecía en la sala.

―Es un gusto volver a verlos todos juntos otra vez. ―Comentó con una sonrisa.

―Feliz cumpleaños, Yuu. ―Bastó con una mirada de Daichi para que todos me saludaran al unísono. Las viejas costumbres nunca se pierden.

Había extrañado a esos idiotas. Se me vino a la cabeza miles de recuerdos que habíamos hecho juntos. Incluso con Tsukishima. Entre risas y anécdotas nos pusimos al día. Daichi se había vuelto entrenador y junto a Suga intentaban adoptar un niño. Al parecer tenía uno o dos años más que las pequeñas Mio y Mitsuki.

Taiki, el niño de Shoyo y Tobio, había llegado a sus vidas hacía unos meses y intentaban adaptarse lo mejor a él. Pero como era de esperarse, en esa pareja, era algo imposible que ambos no pelearan. Aunque por lo que me había contado Akira, ya no se gritaban. El niño era parecido al antiguo armador del equipo de Japón. De cabello oscuro y mirada intensa, pero mucho más alegre. 

Tanaka aún luchaba para tener la bendición del padre de la muchacha a su lado. Conociéndolo, no se dejaría vencer ni un millón de años. Aquella tenacidad de Ryu era admirable. Para mi sorpresa, había conseguido empleo como policía.

Asahi poco contó de su vida, pero para ser sincero, ese aspecto de él no había cambiado. Me alegró saber que había conseguido alguien por quien mover montañas. Actualmente trabajaba en una librería pero quería ser profesor de educación inicial. 

Les conté sobre mis trabajos de medio tiempo que había tenido hasta ahora. Pues siempre terminaban despidiéndome por falta de disciplina. Daichi sugirió que me uniera como entrenador. Tenía una familia que mantener. Akira respondió por mi.

  ― Es lo que te gusta hacer desde hace mucho, Yuu. No te preocupes por el dinero.―Me susurró para luego besar mi hombro. Si habíamos superado las peores etapas juntos, esta no sería la excepción. Una cosa tenía clara. Mi amor por ella no cambiaría ni muerto.

― Pá...― Murmuró Mitsuki, llamando mi atención. La pequeña de cabellos ligeramente rizados me pegó un sticker en la mejilla, pero cuando intenté quitármelo, ella frunció el ceño.― No lo hagas.

Tanaka hablaba animadamente con Mio y Asahi reía e intentaba ayudar a su novia a deshacerse de las coletas que mi hija le había hecho. Suga y Daichi le enseñaban una foto a Yamaguchi quien no soltaba Tsukishima. Taiki tiraba de la mejilla de Hinata mientras Kageyama sonreía discretamente. Tomé a Mitsuki entre mis brazos y la senté sobre mi regazo mientras esta me abrazaba al igual que Akira. 

No Me Dejes CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora