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Aún recordaba la razón por la que tuvo que repetir el curso, seguía doliendo esa satisfacción que había sentido al verla. El mundo se me había caído encima cuando supe la noticia y no pude perdonarme.

Fue ahí cuando me centré pura y exclusivamente en el voleibol. El peso de la culpa había desaparecido o me había vuelto lo suficientemente fuerte como para cargar con ella. Aún no tenía en claro qué era lo había pasado, solo sabía que me había elegido por sobre su futuro. Tal vez no lo había pensado y actuó por instinto.

Sus ojos no mentían. Pude ver las nubes acercándose. Llovería, por lo que tendría que llegar a casa lo más rápido posible si no quería mojarme. Subí el cierre de la campera, escondiendo la barbilla en el cuello al encaminarme. Suga, sin embargo, me detuvo a medio camino.

―Noya, ¿Me acompañas? ―Me dedicó una sonrisa que brindaba confianza y no supe como negarme. Asentí con la cabeza, dejando que me siguiera. El grupo había quedado más adelante de lo usual. ― Esta chica, supongo que la conoces. ¿Hay algo malo en ella?

―Miyazono. ―la nombré más para mí que para hacerle saber su apellido. ―Éramos amigos en la escuela media. Bueno, al menos eso pensaba. ―Suga, se limitó a observarme. En sus ojos no había rastro de burla. De hecho, me recordaba a mi madre. ―Tuvo que volver a cursar el tercer año por el idiota de su amigo. Él supo antes que yo, cuanto la quería y simplemente me apartó de su vida.

― ¿Cómo? ―Quiso saber. Le conté la versión de lo que conocía como chantaje. ― ¿Ella fue a buscarte?

―Pero nunca correspondió mis sentimientos y me sentí realmente mal cuando supe que había sido por mi culpa.

― ¿Noya? ―Intenté tragarme la lágrimas una vez más, tal y cómo lo había hecho el último año. ― ¿No crees que si ella te valoraba al punto de ponerte primero en su lista de prioridades era por una razón? Ella correspondía tus sentimientos.

―No es tan fácil. Nunca le dije como sentía y aún me arrepiento. ―La voz me falló en el último momento y me mordí el labio para no hablar más.

―Respira, Noya. ―Suga me frenó en un intento de calmarme. Me tapé el rostro, realmente avergonzado. Esa era la razón por la cual me irritaba. No quería calmarme, quería golpear la idiota de Atsushi en la cara. Era una tarea pendiente, que amenazaba con cumplirse tarde o temprano. ―No es el mejor consejo, pero debes concentrarte en otra cosa. Estudia si no puedes controlarte. Enfoca toda tu atención, esa frustración acumulada en algo más.

―Gracias, Suga. ― Murmuré cuando me recuperé.

Estudiaría, aprobaría los exámenes e iría a Tokio a jugar.

Ese fue el plan que mantuve y pude cumplir. Evité en todo momento a la causante de mi crisis emocional y me enfoqué en evitar la realidad. Suga me sonrió cuando le enseñé cuanto había avanzado en mis clases pero aunque  eso fue lo que obtuve, no me quedaba satisfecho.

El fin de semana en Tokio era como vivir un sueño, un partido tras otro. Un remate bloqueado tras otro. Realmente estaba en mis mejores días. Me aterraba la idea de que tan poco duraría.

Volvía a ser lunes y la idea de volver a verla aún me asustaba. Pero ella no apareció. La decepción amenazaba con mostrarse en mi rostro.

― ¿Qué pasa, Noya? ―Bromeó Tanaka, mientras me golpeaba el hombro. Solté una risa, enarcando una ceja.

― ¿Algo tendría que pasar? ―Respondí volviendo mis ojos a él.

― ¡Joder! Ahí está el Nishinoya que yo conozco. ― Su voz no solo me irritó aún más si no que Tanaka enmudeció. Cansado de que la situación me superara, escondí mis puños en el uniforme.

― ¿Algún problema, idiota? ―Me limité a responder, inclinando ligeramente la cabeza. Tanaka a mi lado se unió a mirarlo con su característica expresión intimidante. Él parecía feliz, como un niño en navidad.

Esa era la expresión que esperaba, acabar con su rostro me parecía tan tentador. Mis comisuras se elevaron en una sonrisa que había aprendido de Kageyama. Joder, valió la pena intentar imitarlo tantas veces. Pude ver como aquella máscara, que ya no me engañaba, se quebraba. La falsedad de sus palabras y acciones no estaban más que vacías. Escondían no solo una razón vil, sino que no valían nada.

― ¿Yuu? ―Inspiré, sintiéndome más alto. Más fuerte. Su voz era diferente, pero tan bonita como la recordaba. Mi expresión se relajó al volver mi vista a Akira. Parecía preocupada, pero ahí estaba esa sonrisa que creía que me pertenecía. Tenía el flequillo ligeramente desordenado y me contuve en alzar una mano para arreglárselo yo mismo.

― Buenos días. ― Saludé sonriéndole de lado. Respondió con timidez al acercarse a nosotros. ― Ganamos. ―Mentí a medias, ignorando adrede aquel idiota que ella aún llamaba amigo. Tanaka se unió a la conversación.

―Solo una vez, Nishinoya estúpido. ― Bufó empujándome ligeramente. Solté una carcajada. Se sentía extrañamente bien. Sonreír dejó de ser forzado y mi nerviosismo se había esfumado. ¿Qué tanto poder tenía sobre mí?

―Eso es porque son las mejores cuatro escuelas de Tokio. Con solo ganarles una vez estoy satisfecho.

―Con que poco te conformas Noya. ― se burló Tanaka. A mi lado Akira comenzó a reír nuevamente.

― ¡Hey! ―Me quejé medio avergonzado. ¿Era necesario decirlo justo frente a ella?

― ¿Qué piensas, Miyazono? ―Continuó usándome de soporte mientras me desordenaba el cabello.

―Yuu siempre apunta a ser el mejor. No creo que esté lejos de lograrlo. ― Mi nombre en su boca sonaba tan bien. Aquella valentía que sentía hacía unos minutos se esfumó, dejando a cambio una timidez incontrolable. Su expresión era la de un ángel. La quería solo para mí. Ella nos saludó alejándose por el pasillo, pues la campana había sonado hacía tiempo.

―Joder, Noya. ―Susurró Tanaka a mi lado. Pensaba exactamente igual que él. Sin poder movernos, la observamos alejarse y entrar al salón. Me tensé al sentir la mirada de Atsushi.

Ese traidor no era más que basura y de cierta forma, me daba confianza.

―Nishinoya. ― llamó.

 Algo que me hizo sonreír de la misma forma que él.

―Ahora soy tu senpai, Sasaki. ― Intenté adoptar la forma de hablar y las expresiones de Tsukishima. No se me daba tan mal. Tanaka me lo había dicho varias veces. Pude visualizar al subdirector, acercándose por su espalda. ― Debes ir a clases, no puedes saltártelas. ―Dije lo bastante alto como para que me escuchase.

― ¿Qué sucede? ― El deleite de la satisfacción en palabras, como el sonido del silbato del referi

―Este niño no quiere ir a clases. ―Contesté rápidamente. Tanaka a mi lado, asintió con la cabeza. ―Intentamos convencerle de que no es bueno saltárselas. Siempre debes escuchar a tus sempai, Sasaki-san. ―Le sonreí nuevamente al idiota de metro noventa. ―Lo dejamos en sus manos, Sensei.

Declaré mientras veía como el subdirector le tomaba el brazo. En mucho tiempo, no me había sentido tan bien como en esos momentos. No podía dejar de sonreír. Tanaka me miraba como si fuera un bicho raro, aunque no podía ocultar su admiración.

Mi racha aún continuaba.

No Me Dejes CaerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora