Cero.

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Abrí mi lata de Coca-Cola, logrando que el ruido de las pequeñas burbujas de gas resuene en mis oídos. Tomando un sorbo miré a mi primo que, a diferencia mía, se encontraba bebiendo una lata de cerveza. No es como si Alexander fuera un alcohólico o algo parecido, pero algunas veces se tomaba el placer de beber acompañado, a pesar que yo rechacé su oferta ésa vez.

—¿Cuándo comenzarás la universidad? —le pregunté tomando una porción de la pizza en la mesa. Comenzaba a dudar si sólo una caja alcanzaba para los dos, en especial por el voraz apetito de mi primo.

—En algunos meses, creo —le restó importancia encogiendo sus hombros—. ¿Tú? ¿Te has inscrito en algún lado?

El año anterior, luego de terminar la preparatoria, decidí tomarme un año para elegir una universidad, digamos, "digna" para mí; analizando las comodidades y los estándares de enseñanza en cada lugar. Y hasta ese momento no tenía ninguna idea fija. Claro está, pensé en varias opciones, pero ningún lugar llegó a consumirme en totalidad. Nada me llamaba, en ningún lugar me sentía cómoda con totalidad.

—No —Recibí un "Ya veo" de su parte, algo desinteresado—. Oí que Howard Spencer tiene uno de los mejores departamentos de medicina en Seattle —comenté en un tono más interrogativo qué afirmativo y Alex asintió—. A veces pienso en inscribirme en tu universidad.

Al principio, sólo intenté bromear, pero incluso me sorprendió el tono tan seguro que implementé.

El College Howard Spencer -llamado así por su fundador Howard Spencer Segundo, hace unas siete décadas-, era una cárcel. Bien sí, tal vez exagero un poco, ¡pero tengo mis motivos! La falta de sentido común en ese lugar me resultaba abundante: pues era conocido por todo el mundo que no se permitía que una persona de género femenino estudie ahí, recibiéndose orgullosamente como una universidad única y exclusiva para hombres. ¿Y eso qué tiene de malo, Steph? te preguntarás. Nada, supongo. En general, no me molestaba que sea una universidad, ya saben, de chicos. Lo que me enfadaba era que se regocijaron en eso, pudiendo abrirles las puertas a las chicas en cualquier momento, se justificaron en un tosco argumento cómo «Desde que se fundó fue así, entonces no cambiará» Por favor, ¡eso fue hace años! Las cosas cambiaron desde los cincuenta. Además, ¿no suena algo machista desvalorizar a una mujer al no permitirle la entrada a una universidad cualquiera? Podría entender los motivos si no fueran tan estúpidos; no me bastaban, para nada.

Puede que el H.S sea una gran oportunidad para distintos alumnos de todo el mundo. Y que teniendo un título con esa firma te garantiza con seguridad tener un gran empleo en la gran ciudad. También se le consideraba una de las diez mejores universidades nacionales, colocándose en el segundo puesto. Pero esas no eran razones algunas para denegar el estudio a una mujer, claro que no.

Escuché tantas leyendas sobre ese lugar que sería imposible nombrarlas a todas, pero la más "certera" —o menos dudosa— es la que cuenta del fundador, un machista por excelencia, dejó por escrito que se negará el acceso a cualquier mujer que quiera estudiar, para siempre (aún tengo mis dudas respecto a esa historia, pero es la que más se llevó el boca a boca. Incluso salió en televisión; pedazo de espectáculo). El mando de la universidad fue pasada de generaciones en generaciones, desde la idea de fundar una escuela hasta el procedimiento como tal. En fin, ese lugar era uno de los más antiguos con respecto a la educación de la ciudad de Seattle.

Y desde un principio lo odié.

Mi primo se echó a reír, sacándome del análisis que mi cabeza poco a poco estaba creando.

—Que absurdo.

Estaba apunto de lanzar un carcajada acompañando su diversión, más mi orgullo me detuvo. Fruncí mi ceño y me volví a él.

—¿Por qué lo dices? —interrogué—. Digo, además de la inscripción y eso...

«Papeleos, ilegalidad, usurpación de identidad, ser una chica. Ya sabes»

—Stephanie...

—Hipotéticamente: una chica entra al Howard Spencer, disfrazada de chico para cursar su último año y logra graduarse sin que nadie la descubra, ¿es tan extraño de pensar?

—¿Una chica rodeada de chicos sin que nadie la descubra? —repitió interrogativo—. Es imposible. Nadie podría, incluso tú.

Auch. Eso se sintió como una patada directo al autoestima. No sólo estaba diciendo que una chica normal no podría sobrevivir, sino que también dice que yo no puedo hacerlo. Yo, su prima predilecta y mejor amiga. Y, ¿por qué una chica no podría subsistir rodeada de chicos? Quiero decir, en otras circunstancias, ¿por qué no? Yo lo haría, yo podría.

—¿Quieres apostar?

Apenas pensé mis palabras, pero me sentí muy segura al decirlas.

—¿De qué hablas?

—Apostemos —repetí—. Pasaré el semestre inicial en el Howard Spencer sin que me descubran.

—¿Disfrazándote de hombre? —aplanó sus labios—. ¿Enloqueciste?

—No, estoy más cuerda que nunca, primo.

El hoyuelo de su mejilla (ese que, de hecho, compartimos) se hizo presente, mostrándome una pequeña sonrisa.

—¿Y qué apuestas?

—¿Y tú qué crees?

—No lo sé, espero cualquier cosa de ti, menos algo bueno.

—Estás en lo cierto -asentí-. Veamos... —llevé mi mano a mi mentón, fingiendo una pose pensadora—. Quiero que beses al profesor ese que te odia, ¿cuál era su nombre? ¿El señor Anderson? —Su expresión me demostró un tuna sonrisa traviesa se formó en mis labios. Sonreí—. Vaya, acerté.

—Definitivamente estás loca.

—Lo sé. Tú también, está en nuestros genes —me encogí de hombros—. Cómo sea, ¿aceptas?

—¿Y si te descubren? ¿Qué gano yo?

—¿Satisfacción? —frunció el entrecejo, negando—. Sabía que no caerías. Bien, ¿qué pides?

—Tu cuarto.

Siquiera lo analizó por algunos segundos, y lo dijo como si estuviera tan seguro que iba a triunfar. Incluso creo que lo tenía pensado desde mucho antes: un atentado contra mí, robar mi cuarto y soltar una carcajada victorioso. Sí, suena como algo que Alex haría.

—¿Qué?

—Es el más grande del departamento. Lo quise desde el principio, pero cierta chica me lo robó.

—Oye, yo lo gané limpiamente cuando jugamos piedra-papel-tijeras.

Historia corta: cuando nos mudamos al departamento, peleamos semanas por ese cuarto. Al final, lo dejamos a la suerte lanzando una moneda... pero Alex no quedó del todo satisfecho, entonces jugamos una larga partida de piedra papel o tijera. Y gané yo, claro.

Esto es "Soluciones maduras, con Alex y Steph", señores.

—¿Aceptas?

Mi primo extendió su lata hacia mí, con aires de soberbia. No pude hacer más que dejar a la pequeña sonrisa dibujarse en mis labios.

—Por supuesto.

Sin dudarlo, ambos chocamos nuestras bebidas con sonrisas en el rostro, sellando así nuestra apuesta.

Diablos, no sabía en qué me estaba metiendo.

She's the only ExceptionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora