Capítulo once

6 0 0
                                    

11
Los imbéciles también se enferman.

Cuando entré al cuarto me llevé el peor susto de mi vida al ver a un bulto con forma humana envuelto en las sabanas de Nathan. Estrujé el «arma» (no sé si en realidad se le puede considerar "arma" a una botella de agua medio llena, pero no importa) que tenía encerada en mis manos y con débiles pero firmes pasos me acerqué al destino. Tenía la humilde idea de ahuyentar lo-que-fuese que estaba ahí, sea un ladrón o un monstruo extraño.

¿Qué? ¡Sí, creo en los monstruos, y eso no me hace menos madura!

Estando a dos pasos, me encontré a punto de golpear a lo que sea que estaba ahí. Pero el bulto se movió sólo un poco, dándome a conocer su familiar rostro.

No, esperen, sólo era Nathan.

—Eres tú, imbécil —suspiré, repentinamente aliviada—. ¿Estás bien?

Me acerqué a él, y con sólo ver su cara entendí su situación.

—Dios mío, ¡estás hirviendo!

Un gran "shh" salió de sus labios, chitándome. Volvió a cubrirse entero con el acolchado y se dio la vuelta murmurando.

—No es cierto, estoy bien.

Negando con la cabeza me senté en su cama.

—No, no lo estás. ¿Acaso crees que no te escucho cuando te escapas por las noches, Britt?

El silencio se instaló en la habitación. Quizás estaba entrando en pánico debajo de esas sábanas, pero ¿quién podría saberlo?

—Oye, levantate. Iremos a la enfermería.

—No —apenas murmuró.

—¿No vas a levantarte?

—No quiero. Déjame solo.

Sentía que la vena en frente estaba a punto de explotar. Me recordé a mi misma que en una situación así, aprovecharme de él y golpearlo estaría mal.

—¿Eres un niño?

—No necesito ayuda. Yo... sólo tengo frío. Mucho frí...

No terminó de hablar. Sus párpados cayeron, al igual que el control sobre su conocimiento; por algunos segundos (interminables, para mí) su cabeza recayó en mi hombro, junto a su peso. Abrí mis ojos con un gran susto. La desesperación invade todo mi ser y comienzo a sacudir su adormilado cuerpo de un lado al otro, tomándolo desde ambos hombros.

En mis diecinueve, casi veinte, años de vida jamás presencié a una persona real desmayada frente a mí. Claro, en ese momento estudiaba medicina y ésa era una parte crucial, los pacientes en estado crítico pero... hasta entonces, todo había sido puras dramatizaciones, gente sin talento alguno... sólo fingiendo.

Pero bien, Nathan no estaba precisamente fingiendo.

—¡Abre los ojos, por favor! ¡Britt!

Toqué su frente con mi mano derecha y con la otra la temperatura de la mía, comprobando que estaba ardiendo en fiebre.

—Ay, maldición.

«Bien cerebro, sé que tú y yo no nos llevamos bien en momentos de desesperación, pero necesito tu ayuda ahora.»

El señor cerebro no ayudó mucho que digamos, solo me dio la idea de salir corriendo en busca de ayuda. Y le hice caso.

Joshua, uno de los chicos encargados de la residencia, estaba hablando con una chica rubia cuando me acerqué a él.

She's the only ExceptionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora