Capítulo cinco.

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Mapaches con momentos de fangirl.

—¿Entonces te peleaste con tu nuevo compañero? —El rubio asintió ante su pregunta—. Entiendo, también es difícil lidiar con este tipo —Jer señaló a Adam, y este le arrojó una almohada en el rostro.

No pasó mucho tiempo desde mi llegada hasta la de Jeremy. Volvió de la lavandería con su ropa oliendo a lavanda, se sentó a mi lado y escuchó todo lo que pasó en el día, comprendiendo. Lo bueno era que él sí traía pantalones.

—No creo que haya problema en que te quedes —dijo Adam al terminar de escucharme—, si no te molesta dormir en el suelo.

—No creo que la cortesía sea una parte esencial de ti, gigante.

—Oye, hago lo que puedo.

Eran las 22.50 cuando entré al cuarto de los mellizos. 23.00 cuando llegó Jeremy, 23.15 cuando terminamos de hablar y 23.30 cuando finalmente se apagaron las luces de la habitación. Y digo "finalmente" porque en serio necesitaba dormir horas y horas tras un día tan cansador.
Pero, de la forma más irónica posible, no pegué ni un sueño en toda la madrugada. Por consiguiente, en la mañana apenas podía mantener mis ojos abiertos ante la primera clase. Fue Bruno quien me golpeó repetidas veces en la nuca para que me despierte a cada rato; pero en la última hora, clase que no compartía con ninguno de ellos, terminé cayendo dormida en la mesa de la biblioteca mientras averiguaba sobre anatomía en una enciclopedia repleta de polvo.

Mi teléfono estaba en silencio. Siquiera en vibración, en silencio. Así que cuando la bibliotecaria (era una abuelita de casi sesenta años. Una muy amable persona) me despertó porque hacía ya una hora que dormía y babeaba sobre sus libros, al revisar el móvil me encontré con las tres llamadas de Chloe, más los quince mensajes que sólo decían "A mi casa. Ahora".

En el camino, que se me hizo más corto que de costumbre, repetía las dos principales excusas que tenía para cuando ella comenzara a gritar por no haberle respondido: sentí que no había dormido por dos años, mínimo, y (ella lo sabía muy bien) siempre tuve el sueño pesado. Lo irónico fue que no tuve tiempo de decirlas. Apenas sus ojos chocaron con los míos, arrugó su frente cual pasa. Parecía que de sus pupilas cafés podrían salir chispas de fuego en cualquier instante, sólo para exterminarme. Y no, eso no era nada bueno.

—¡Chloe! Mi mapache preferido, mi mejor amiga desde niña, mi...

—Entra. Ahora —ordenó.

Pasé por su lado, tratando de recordar qué rayos había hecho esa vez (y por más que intentara, no daba con ningún acontecimiento malo ocurrido hacía un corto periodo de tiempo). Caminé hasta la sala de estar y me senté en el apoya brazos del sofá, cómo siempre hice, mientras ella detrás de la mesa ratona no dejaba de mirarme con aflicción.

—Stephanie Sky Muller —Que me llame por mi nombre completo nunca fue algo bueno—, ¿cuándo planeabas decirme que Nathan Britt estudia en tu universidad?

Tragué saliva e intenté hacer mi mejor esfuerzo para esbozar una sonrisa, pero lo único que gané fue una especie de mueca extraña.

—Cuando me entere, supongo. No lo sabía —mentí antes de despertar a la bestia dentro suyo. O al mapache salvaje. No lo sé.

—¿En serio? No me digas, ¿no sabías que Nathan es tu compañero de cuarto?

«Ups»

—¿Quién te lo dijo? —achiné mis ojos cómo en alguna película de mafiosos, intentando lucir intimidante.

—¿Eso importa?

—Fue Alex, ¿cierto? —ella asintió en silencio—. Ese maldito traidor, es la última vez que le cuento mis problemas.

—Cómo sea, ¡cuéntame todo! —notó mi expresión confundida y siguió—: ¿Cómo es Nathan personalmente? Es más guapo en persona, ¿cierto? ¿Y su personalidad? —soltó un grito que me hizo sobresaltar—. ¡Cuéntamelo todo!

Su momento fangirl acababa de comenzar...

—¡Responde!

Le arrojé lo ocurrido en la primera semana, puesto que no la había visto desde el domingo, más lo que pasó con Nathan hacía unas hora. Su expresión cambió momentáneamente, pero permaneció callada durante todo mi relato.

—Espera, ¿dejaras que él te gane así?

Musité un diminuto «¿Qué?» sin llegar a comprender lo que decía.

—Conozco a Stephanie Muller desde los seis años, pero parece que no conozco en absoluto a su alter ego: Luke Wortie.

—¿De qué estás hablando?

—La Steph que yo conozco nunca dejaría que la venzan, mucho menos un idiota egocéntrico, como lo defines. Pero parece que está vez Nathan ganó y se adueñó del cuarto.

Tenía razón.

Lo curioso era que Chloe siempre tenía razón.

¿Por qué habría de esconderme en vez de enfrentarlo? Estábamos hablando de Stephanie Muller, la chica que no temió ser expulsada de la preparatoria por pintar con aerosol el casillero de un chico que destrozó el corazón de una amiga, o (:v); no de una niña que le teme a un chico que siquiera conocía. ¡Yo llegué primero al cuarto! ¡Y teníamos el mismo derecho!

Además no podía vivir con Jeremy y Adam.

Bueno, al menos no en aquel tiempo.

Cerré mis ojos, que parecían estar más pesados que de costumbre. Levanté mi mano con la clara intención de querer tocar la puerta con pura cortesía, aunque me retracté al analizar que ése también era mi cuarto y no debería anunciar mi llegada. Liberé el aire que retenía en mis mejillas sin quererlo y giré al fin el picaporte.

—¡Escúchame, mocoso! —«¿Mocoso? ¿Es en serio, Steph? ¿Es lo mejor que tienes?»—. No me iré de este cuarto sólo porque un imbécil cómo tú lo diga, porque no eres nadie —«Oh, oh. Eso si me gusta»—. ¿Sabes? No me das miedo y tampoco dejaré que una estrella inútil me intimide.  Así que me quedaré aquí cuánto yo quiera, ¡y no necesito tu maldita aprobación! ¿Logras entenderlo?

Al principio siquiera se inmutó por mi presencia, lo que elevó al máximo mi enfado. Cuando al fin levantó la vista del cómic, miró a todos los lados del cuarto y arqueó una ceja.

—¿Estás hablando conmigo?

Maldito.

Maldito.

¡Maldito!

—Ah, sí me hablabas a mí —«¿Y este quién se cree?»—. No me interesa.

—¿Disculpa?

—Si no me molestas puedes quedarte todo lo que quieras, no me importa.

No me esperaba eso. En serio. Esperaba hasta que me apuñalara por la espalda al voltear, pero no creí que sería tan fácil. No había comprendido muy bien qué sucedió, mi cabeza estaba hecha un lío. Entonces, aún boquiabierta, salí del cuarto sin decir más.

Y ese fue el comienzo de la historia que me lleva a día de hoy estar parada afuera de un casi desierto aeropuerto, esperando que la lluvia no caiga sobre mí porque no traigo un maldito paraguas.

Sí, debí haber traído ese paraguas.

She's the only ExceptionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora