Capítulo ocho.

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Muchas preguntas, pocas respuestas.

Una semana agitada como esa no me traía más que disgustos. Entre la mudanza spress a la universidad y las grabaciones, más el atraso en todas las asignaturas mi cabeza explotaba.

Aunque, de vez en cuando, mi recurrente migraña también venía de la mano con la tan conocida inspiración. Esa melodía que ya había soñado noches anteriores ahora estaba tan presente en mi mente que la sentía intentar manifestarse. Quería escribirla, debía escribirla.

Entonces me levanté de la cama, renegando por el pequeño mareo causado por mi repentina acción y cómo pude busqué mis zapatillas debajo de la cama. Al salir del dormitorio el frío viento chocó en mis brazos, obligando a mi cuerpo a temblar. Volví a quejarme conmigo mismo, esta vez por no ponerme una chaqueta o algo que evitara la entrada del viento a mí. Lo último que necesitaba era otro resfrío.

Cuando escribo necesito dispersar mi mente; callar todo lo audible, calmar mis pensamientos, concentrarme en una sola cosa, y el lugar que más se asemejaba a mi idea de un oasis en todo el bullicio cotidiano del H.S era el patio trasero, porque nadie concurría a él en ningún momento del día. Ya me había refugiado ahí días anteriores, pero ese, en peculiar, fue bastante significativo para mí.

Me acosté en el verde césped mirando al cielo. Las nubes prometían lluvia, pero contra cualquier pronóstico el sol estaba ahí, radiante. Suspiré con pesadez cerrando los ojos.

Paz. Solo pedía un poco de paz en medio de el caos. Pero no la obtendría tan fácil, por supuesto.

Una voz un poco familiar se escuchó, seguida de otra que desconocía.

—No voy a hablar contigo —le contestó el incierto a mi compañero de cuarto—. Estoy muy ofendido.

El chico castaño se desplomó en el banco. Dejé de mirarlos de reojo y quise volver a concentrarme en mis asuntos.

—¡Alexander!

Estuve a punto de levantarme e irme de ahí, pero no lo hice por culpa de mi orgullo. Yo llegué primero, fue mi pensamiento, si ellos venían a molestar no me quedaría de otra que echarlos a la primera, pero yo no me iría.

—¿Por qué estás tan enojado, siquiera?

Su voz había bajado. Eso no podía considerarse molestar. Quizás estaba repensando si debía echarlos o no.

Estábamos a una distancia considerable: el banco donde estaban sentados estaba de espaldas al árbol en el que estaba apoyado. Yo podía oírlos, pero, a menos que me hiciera notar, ellos no eran conscientes de mi presencia.

El tal Alexander bufó.

—Ayer me dejaste plantado, ¿lo sabes?

—¿Cómo la vez que no me recogiste en la primaria por ir a jugar fútbol? —le devolvió el otro chico, con su característico tono sarcástico—. ¿Cómo la vez que debías ayudarme en la obra de teatro, y nunca apareciste? ¿Así de plantado?

Negué con la cabeza. ¿Por qué estaba escuchando conversaciones ajenas? Eso no me incumbía en absoluto. Volví  a abrir mi cuaderno y comencé a escribir notas musicales aleatorias que aparecían en mi cabeza.

—¿Alguna vez te dije que te amo y que eres mi primo favorito? Del mundo. Por siempre.

—Curioso —dijo Luke, ahora el ofendido parecía ser él—. Siempre dijiste que Troy es tu primo favorito.

Alex carraspeó su garganta.

—¡Te amo y eres mi prima favorita!
—Pff, ¿debería creerte?
—Deberías —concedió—. De cualquier forma, me debes una explicación. ¿Qué tanto hacías anoche, tan interesante como para olvidarte de tu presioso primo en el centro comercial?
—Solo estaba en mi cuarto viendo una serie.
—No, no lo estabas. Fui a buscarte y el cuarto estaba vacío. ¿Entonces...?

She's the only ExceptionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora