Nunca odié tanto a alguien como lo estoy haciendo ahora, plasmando todo lo que siento en esta carta. Y cuando leas mis escritos, algún día; sabrás que he hablado de tí y de todo lo que te confié.
Todo lo que no supiste valorar.
Cuando leas mis escritos, sabrás que así como te he amado, también te estoy detestando; con cada neurona de mi cerebro, con cada célula de mi cuerpo.
Te detesto.
Y trataste de que pensara que eras diferente, te las ingeniastes para sacarme toda la información que querías saber, y luego, contárselas a los primeros idiotas a los que denominarías "amigos". Hablando mal a mis espaldas y contando todo aquello que te confié con lágrimas mientras me veías con lástima.
Te odio.
Tanta rabia acumulada en mí ha estado a punto de estallar, pero me he sabido controlar gracias a que después de ti, he descubierto que en los peores momentos uno siempre tiene algo de compañía, encontré una forma de distraer mi mente juntando papeles y desahogando todo lo que tenía dentro. Y aquí estoy, acompañada de mi jarro con café a medio terminar y un corazón dictando las palabras que mis dedos escriben para tí.
Aún después de todo, ¿Me quieres?
Hoy al levantarme recordé aquella pesadilla de la noche anterior, en dónde te ví tumbado en una cama llorando desconsoladamente, solo; totalmente solo.
¿Dónde están aquellos amigos por los que me reemplazaste?
¿Acaso los amigos no están para ayudarse mutuamente?Ahora no están contigo, justo ahora que te abandoné.
Y entonces, le pregunté a Dios si el haberme desaparecido de tu vida sin explicaciones estaría bien. En ese instante no obtuve respuesta alguna, pero no me desesperé en buscarla. Si algo había aprendido en estos 19 años de vida, es que el tiempo de Dios, es perfecto; aunque mi respuesta no tardó en llegar.
No me quedó pregunta alguna cuando te ví reír tan alegre con aquellos que estarían apoyándote en tus conflictos, en los conflictos que yo te causé y que por mí sufrías. Después de todo sólo te he acarreado problemas, ¿No es así?Y entonces fue cuando entendí que Dios; ese Dios del que tanto te mofabas; me había dado la respuesta a mi inquietud.
No me había equivocado en nada.