En mi corazón no ha cabido tanto regocijo al verte.
Mis piernas tambaleaban al igual que mis manos con tan solo ver tu perfil puberto que con tanto afán deseaba volver a admirar.Y en aquel momento estallé de felicidad.
Al unir mi camino nuevamente junto al tuyo, a pesar de no conocerte, de no hablarte ni mucho menos mirarte con la exactitud que quisiera; me rindo ante tu belleza, ante tu simpleza y tu descuido.
Me rindo ante tu asombrosa silueta, ante tu magnífica forma de mirarme — y como aquel que no quiere la cosa, admito que amo que me mires cuando crees que no me doy cuenta.
Creo que estoy enloqueciendo por tu hermosura, bello niño.
Y no, no te amo.
Me gustas, me gustas tanto como me gustan los días fríos y el café caliente en una noche melancólica de desvelo.
Me gustas tanto como me gusta el arte y las diversas formas de expresarlo.
Me gustas tanto que sería capaz de someterme a las locuras que el corazón requiere y que mi cordura me impide.
Me gustas, me gustas tanto que aunque sé que parece incrédulo, que esto es imposible, desde que te encontré en mi destino sigo deseando a la manzana prohibida del Edén.Y es que, ¿Cómo no perderme en esa figura tuya que con inmenso deseo anhelo abrazar?
¿Cómo pretendo hacerle entender a mi razón de que esto no es nada más que capricho? Y que a pesar de ser capricho, está llegando muy lejos.Mi querido colegial, debo reconocer de que estás prohibido para mí, y que a pesar de lo inalcanzable que eres, anhelo tanto conocerte.
PD: Puedes decirle a tu padre que he enloquecido por su creación.