Capítulo 1

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El sol de media mañana pegaba con fuerza sobre mi rostro

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El sol de media mañana pegaba con fuerza sobre mi rostro. Me encontraba sentado afuera de la oficina del que podría ser mi nuevo jefe. Estaba solicitando hacer mi servicio social en una gran constructora y gracias a que Kenny era hija del dueño de la misma, contaba con una gran posibilidad de poder ser aceptado y además, quien quitaba que en un futuro me contratarán.

La secretaria que estaba sentada frente a mi tecleaba y de vez en cuando me observaba de forma maliciosa, moviendo sus pestañas cargadas de mascara y jugando con sus labios rebosados de lápiz rojo carmesí. Pero a me daba lo mismo, y sí me había dado cuenta, no era estúpido o un despistado para no hacerlo. Ya que gracias a tantas relaciones —nada buenas de recordar—, había adquirido un poco de conocimiento con respecto a esas "señales" que las mujeres suelen enviar. Pero lamentablemente ni contando con toda la información del mundo sobre las mujeres hubiese podido cambiar mi mala suerte y evitar esa infinidad de malos ratos, de corazones rotos y ego herido.

Yo no era el típico hombre que andaba de braga en braga, buscando a mujeres con quien pasar solo un buen y fugaz rato de placer, sin sentimientos y sin toda esa porquería del corazón. Pues creía que una relación era algo importante, que las mujeres no eran un objeto con el cual solo jugar, pero... ¿qué sentido podía tener si pese a ser un hombre con buenos sentimientos e intenciones, es cuando más te hacen pedazos? ¿Qué pasa cuando buscas el amor y este te destroza?

Me enamoré muchas veces y de las mismas sufrí; pero cuando creí haber encontrado a la chica indicada, con quien pensé pasaría el resto de mi vida y a quien de nuevo le di y confié todo, me pagó de la misma forma que las demás. Entonces como resultado de todo el dolor acumulado en años, decidí tiempo atrás ya no buscar nada serio, ya nunca permitir que alguien llegara más allá. Y ahora ya no buscaba amar, vivía día con día, sin buscar más que una noche y sin esperar nada. Me había convertido en lo que más por años había criticado y detestado.

Comencé a ojear mi móvil, buscando distraer mi cabeza de esos pensamientos que no me hacían nada bien y que he de admitir me avergonzaban un poco. Revise la casilla de mensajes que tenía y encontré uno de Brandon, deseándome buena suerte. Suspiré y recordé el en lugar donde estaba, instándome en que tenía que aprovechar esa oportunidad.

—Charles Fitz —dijo la femenina voz, en un tono que me pareció extraño—, el señor Beaumont está esperándolo...

—Muchas gracias —respondí y la seguí hasta una puerta y estando ya ahí toqué y seguido de una invitación, entré.

La oficina era enorme, con acabados elegantes y masculinos, minimalistas. Los colores que predominaban eran los blancos, grises y azules oscuros, otorgando limpieza y frescura al lugar. Al fondo se encontraba un enorme escritorio y el padre de Kenny haciendo llamadas, me observó y con un ademan me indicó que tomará asiento frente a él. Pronto colgó.

— Hola Charles ¿Cómo haz estado? —preguntó al tiempo que estrechábamos nuestras manos.

—Muy bien señor, gracias. —Asintió con la cabeza.

Contigo, nunca © [Pronto en Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora