Capítulo 2

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Salí de la oficina de publicidad y mercadeo, pues sentía la necesidad de un café

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Salí de la oficina de publicidad y mercadeo, pues sentía la necesidad de un café. Un mal de familia, como muchos otros. Bajé por el ascensor y caminé por el pasillo, contoneando mis caderas y con mi característica sonrisa. Dándome cuenta como era observada, como muchos me sonrían sugestivamente, otros intentaban llamar mi atención y yo lo disfruta mucho. Gozaba de toda esa atención masculina hacia mi persona y claro de todas esas miradas asesinas de las mujeres, pues nada evitaba que lo disfrutara.

En fin, seguí mi trayecto saludando a las personas que me encontraba en mi camino, era muy amable y sin evitarlo muchas veces los hombres tendían a confundir mi gentileza con interés. Pero era muy selectiva al momento de poner mis ojos en alguien; buscaba a hombres con los cuales aparte de salir y tomar un trago, conversar animadamente —algunas veces y otras no—, luego pasar a la acción, no con todos siempre accedía, pues una mujer también debe de ser estricta al momento de escoger a los hombres con que piensa pasar la noche. Porque me encantaba seducir y provocar, lograr con tan sola una de mis miradas ponerlos a mis pies. Era egocéntrica, vanidosa, pero esas eran mis maneras de auto protegerme, de evitar que alguien lograra hacerme daño y aunque podía ser una forma absurda, me había funcionado durante años y en esos días no pensaba cambiar eso por nada ni por nadie.

Así que obtuve mi café y decidí regresar a mi puesto. Salí de la cafetería y anduve por el largo pasillo, iba detrás de uno de los diseñadores de interiores del piso de debajo de donde usualmente me mantenía. Miré la hora y me había tardado más de lo esperado, entonces comencé a acelerar el paso con la intención de pasar por delante de él, pero sin darnos cuenta alguien apareció de la nada y casi chocó con el diseñador, sin darme tiempo de moverme, pues lo esquivó con rapidez para luego estamparse conmigo y yo derramar mi preciado café extremadamente caliente en su camisa.

— ¡Maldición! —exclamó, despegando la camisa de su pecho, supongo que ardía. Hice una mueca con mis labios, sintiendo mis mejillas calentándose con la vergüenza.

—Lo siento, ¡Dios!, en serio lo lamento... —dije insistente, pero él estaba ocupado intentando alejar de su cuerpo la camisa, que ahora poseía una enorme mancha café—... la estropeé, ¿verdad? —pregunté con vergüenza. Temiendo en que ese hombre estuviera furioso, porque yo lo hubiese estado y bastante. Miró de nuevo la mancha y alzó la cabeza, sus mejillas estabas rojas del enojo y su ceño levemente fruncido. Pero al encontrarse conmigo sus ojos se abrieron con asombro, entonces me tranquilicé. Recorrió mi cuerpo con su mirada, desde la punta de mis pies hasta mi cabeza, entonces me pereció conocido—. En verdad lo lamento... —Comencé a evaluarlo, intentando recordar donde lo había visto.

Contigo, nunca © [Pronto en Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora