Tablero de ajedrez

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Me arreglé lo más rápido que pude, fui corriendo a mi pieza y metí unas frazadas y útiles de aseo a una mochila,  tomé mi billetera y me aseguré de tener la tarjeta del banco y la cédula de indentidad. Sabía que lo más probable era que pasaramos la noche en el hospital. Dejé un billete de diez lucas sobre la mesa.
-En caso de que necesiten algo- le dije al Franco, lo había llamado explicandole la situación y se ofreció a venir a quedarse con la Eli.
Me puso una mano en el hombro -tranquila Francia, voy a cuidar bien a tu hermana- me dijo.
-Yo se que sí, es por si acaso nomas- el asintió -ya me voy, me están esperando abajo. Cuídense- le di un beso en la mejilla a la Eli y uno al Franco y me dirigí a la puerta.
-Avisame cualquier cosa Fran, a mi o al Pablo- me dijo el Franco.
-Ya- respondí y salí. Antes de cerrar la puerta lo escuché de nuevo.
-Y oye!- gritó. Abrí la puerta nuevamente y lo miré -Después vamos a hablar acerca de él que te está esperando abajo ah...- me dijo levantando las cejas, yo lo mire con cara de "me queri webiar?" y cerré la puerta.

-A donde vamos?- me preguntó el Álvaro haciendo partir el auto.
-Al Salvador- le contesté. Apenas terminé la llamada y le conté que debía ir al hospital me dijo que iría por su auto mientras yo me arreglaba. Eso fue una afirmación más que una  pregunta, y no aceptó que yo protestara siquiera. El gesto me pareció muy lindo, pero también me sentía culpable al involucrarlo en algo como esto, sabiendo que estaba igual o incluso más cansado que yo.

Estaba nerviosa, temía llegar y encontrarme con la peor de las situaciones, me temblaban ligeramente las manos y mataba por un cigarro, o dos. Miré por la ventana con el objetivo de desviar mi atención de mis pensamientos pesimistas. Había bastante movimiento en la calle, puesto que era madrugada del Sábado, las luces de los lugares por los que nos movíamos veloces pasaban como estrellas fugacez, en vez de puntos estáticos eran como lineas de luz, que pasaban y desaparecían, como en una película futurista. Nos detuvimos en un semáforo, miré un par de muchachos que hablaban entusiastas mientras cruzaban la calle, y vi un chico con una guitarra dentro de la micro que estaba detenida contigua a nosotros. Por un instante sentí envidia del chico, la paz que te daba tocar música era indescriptiblemente satisfactoria, y hubiera matado por sentir esa paz que transmitía él en aquel momento, antes de la ansidad que carcomía mi sistema digestivo. Sentí un apretón en mi mano, voltee y el Álvaro me estaba mirando, soltó mi mano y me puso un mechón de cabello detrás de la oreja, luego apartó la vista de mi y se dirigió al stereo de su auto, encendió la radio y "Wild horses" de los Rolling Stones iba aproximadamente en la mitad. Yo amaba esa canción y escucharla me hizo sentir ligeramente mejor. El semáforo cambió a verde y el Álvaro aceleró.

El vibrar continuo del auto cesó cuando el Álvaro apagó el motor. Estabamos a unos metros en el estacionamiento justo en frente del los grandes pilares blancos del hospital del Salvador. Se me escapó un suspiro, que pude escuchar claramente, ya que todo estaba en silencio.
-Muchas gracias por traerme, Álvaro. De verdad- le dije mientras tomaba mi mochila y me preparaba para salir -No debiste haberte molestado, pero lo hiciste y te lo voy a compensar.- le dije, él solo me miraba.
-No te preocupes por eso. Y no fue una molestia- dijo mirandome. La mitad de su rostro que no estaba ensombrecido tenía una tenue luz azul producto de la oscuridad de la noche. Abrí la puerta para salir, pero antes de levantarme sentí la mano del Álvaro en mi muñeca. Lo miré.
-Te quiero acompañar- me dijo.
-Álvaro, ya hiciste demasiado por mi, no es necesario- le dije.
-Sí es necesario. Tal vez no puedas verlo, pero estás pálida, y terriblemente nerviosa, aunque trates de disimularlo...- me respondió. No supe que decir en ese momento, me había pillado.
-No me mires así!- me dijo poniendo sus manos en mis mejillas -dejame acompañarte hasta que encuentres a tu amigo al menos- sus ojos se veían brillantes y quitó suavemente sus manos de mi rostro.
No quería seguir perdiendo más tiempo, ni quería llevarle la contraria, así que accedí -Está bien, vamos-

Santiago de Chile [Álvaro López]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora