Arreglar las cosas

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Me fui caminando rápido y sin mirar atrás, lo único que deseaba es que nadie me encontrara. En especial el Álvaro o el Tomás. Me puse mis audífonos y segui mi camino hasta llegar a las afueras del metro "Los Leones" Justo venía la micro que me dejaba cerca de mi casa así que la tomé.

Al bajarme de la micro una brisa hizo que me dieran escalofríos. Miré lo oscura que se encontraba la Plaza Ñuñoa y caminé adentrándome en ella. No podía dejar de pensar en todo lo que había pasado esta noche. Había creído que salir me haría bien, pero estaba equivocada. De todo lo que había pasado, lo que más recordaba era el beso que el Tomás me había dado. Me había pedido perdón. Yo simplemente lo ignoré, y no sabía si eso estaba bien. En estos momentos era cuando necesitaba a alguno de los chiquillos, necesitaba contárselo a alguien, necesitaba una opinión.

Como por arte de magia o telepatía mi celular comenzó a sonar, era el Tofer. Yo contesté de inmediato.

-Tofer!- dije contenta.

-Francia!- me respondió desesperado.

-Te tengo que cont...-

-Tienes que venir. Te necesito ahora- me interrumpió.

-Qué pasó?- dije temiendo lo peor.

-Solo ven. Necesito hablar- sonaba nervioso.

-Yo... Yo también. Bueno, voy para allá. Nos vemos- corté. Y cambié el rumbo, ahora, hacia la casa de mi amigo.

La mamá del Tofer era todo lo opuesto a una persona sucia y desordenada. Siempre que yo llegaba a su casa tenía que limpiarme muy bien los pies antes de entrar, ya que el piso era sagrado. La tía me recibía con un beso en la mejilla y un olor ambiental a lavanda que se mezclaba con el olor de la comida que ella (o la Nena) estuviesen haciendo en ese minuto en la cocina. La sala tenía sillones color café cremoso y cojines con cubiertas de tejidos blancos que la misma Nena hacía en su tiempo libre. El comedor a la derecha, era de madera y siempre estaba reluciente. Con un jarrón con flores en el centro que siempre estaban muy bien cuidadas. Yo tenía que dejar la mochila sobre un perchero antes de ir a buscar al Tofer a su pieza que siempre estaba desordenada y por lo tanto, era la razón de las discusiones con su mamá.

Al abrir la puerta esta noche no había beso en la mejilla, ni olor a lavanda. A nadie le importó que no me limpiara los zapatos antes de entrar porque el piso ya estaba lo suficientemente sucio como para tomarle importancia. Los sillones cafés se habían oscurecido y pelado en algunas esquinas, y los tejidos blancos ahora adoptaban casi el mismo color que los sillones gracias al polvo. El comedor por su parte, estaba lleno de platos con restos de comida, servilletas sucias, boletas, correspondencia, y un monton de cosas chicas más a la que no les presté atención, el florero, seguía en el centro pero estaba agrietado con una flor marchita y otra comenzando a hacerlo. El escenario me deprimió tanto que me dieron ganas de salir de la casa y llorar. Sin embargo, cuando esta idea se me pasó por la cabeza el Tofer apareció saliendo de la cocina y me saludó. Era la única persona que hasta el momento había visto y escuchado.

-Que bueno que viniste, necesitaba hablar con alguien- dijo con un tono de voz tan bajo que oscilaba hacia el susurro.

-Qué pasa?- le pregunté preocupada. -Donde está tu mamá?-

-Fue a comprar pastillas. Probablemente llegue en una hora más. No queda lejos, pero ultimamente se demora el doble. Supongo que ella tampoco quiere estar aquí- dijo eso último casi para si mismo. Me hizo una seña para que lo acompañara al patio delantero y yo lo seguí.

-Mi abuela está peor- dijo después de unos largos minutos sentados en la pequeña escalera de la entrada, con nada más que la compañía sonora de un grillo.

Santiago de Chile [Álvaro López]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora