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- Llegáis tarde, daos prisa por favor, id a la Sala del Dragón. – nos indicó Mr. George. Él no solía ser brusco en la manera de hablar, y aunque esas palabras pudieran sonar borde en cualquier otra persona como Falk o el Dr. White, en él seguían sonando dulces. Además, siempre lucía esa sonrisa que me inspiraba tanta confianza. En esa logia de locos la única persona en la que de verdad podía confiar era en Mister George, y la única que me hacía esta loca vida más llevadera.
Acabábamos de llegar a Temple después de habernos dado una larga ducha. Teníamos la esperanza de que esa misión no durara mucho porque necesitábamos todo el tiempo posible para hablar con Lucy y Paul. Al llegar a la Sala del Dragón, Falk de Villiers y el Dr. White estaban esperándonos. Esta vez no vi a Robert.
- Debéis encontrar el cuaderno donde el conde escribía sus pensamientos. Debemos saber cuáles eran exactamente sus planes. - Falk quería ser rápido, ni siquiera nos saludó, fue directamente al grano.
- ¿A qué año vamos? Porque debe de ser uno en el que el conde aún ni nos conozca, para por si nos encuentra inmiscuyéndonos en sus cosas que no sepa quiénes somos.
- Eso no va a pasar, pero sí, no os reconocerá. Iréis una semana antes de que os conociera, es decir antes de que uno de vosotros dos le viera por primera vez, en este caso Gideon. Tenéis una hora y media. – dijo Falk
- ¿Por qué tan poco tiempo? – pregunté.
- Por si pasara algo, hay que ser precavidos. – dijo el Dr. White.
- Está bien, si no es molestia nos retiramos para ir al taller de Madame Rossini. – dijo Gideon
- No tardéis. Cuanto antes consigamos esa libreta, mejor. – dijo Falk muy serio.
En el pasillo estábamos sólo Gideon y yo así que aproveché para hablar con él sobre nuestra visita a Lucy y Paul.
- Cogemos ahora la ropa para esta tarde, ¿no?
- Sí, intenta distraer a Madame Rossini haciendo, no sé, quéjate mucho sobre si te queda bien el vestido o no, ya sabes, quéjate sobre cosas vuestras, es decir, de las cosas que os quejáis vosotras las chicas. Intenta que no se gire cuando yo esté cogiendo la ropa. Cuando haya acabado te lo diré. – dijo Gideon seguro de sí mismo. Seguramente estaría pensando que esta vez lo conseguiríamos sin que nos pillasen.
- Vale, estoy segura de que todo va a ir bien. – le di un beso en la mejilla y entramos en el taller.
- ¡Oh la la! Mis queridos niños. ¿Todo bien desde ... Ese día? Ah, bueno, ¿qué digo? ¿Todo bien desde ayer? - su modo de hablar nuestro idioma era gracioso porque tenía mezcla de francés.
- Sí. - dijimos al unísono mientras nos mirábamos cogidos de la mano.
- Muy bien, pues empecemos contigo, querido.- cogió a Gideon del brazo y empezó escogiendo su vestimenta. No tardaron mucho en terminar así que ahora era mi turno y Gideon tendría que coger todo lo necesario. - ¿Mi pequeño cuello de cisne? Te toca, ven aquí. ¡Ah! No, espera a que te traiga tus cosas.
- Vale, sé discreto y cuando tengas todo, di que vas a coger el teléfono, que te lo has dejado en la moto. Te llevas todo y lo dejas allí, ¿vale? - en el momento en que Madame Rossini se sumergió en la enorme maraña de trajes aproveché para acercarme a Gideon y se lo dije al oído.
- Vale. - se rió un poco.
- ¿Qué pasa?
- Nada, me gusta cuando te pones en plan mandona - se acercó me dio un ligero beso en los labios.
- Bueno, ya lo tengo. Ven aquí, pequeña. - se colocó detrás de mí y me empujó hacia el otro lado de la sala.
- ¿Vamos a tardar mucho? - pregunté mirando de reojo a Gideon que me lanzó una sonrisa y siguió rebuscando.
- Bueno, tus prendas son más delicadas que las del otro así que, sí, tardaremos un poquitín. - empezó a ponerme el corsé - Cuéntame, ¿qué tal... Él?
- ¿Qué?
- Ya sabes, vuestra relación.
- Ehm, bien. Bueno, no quiero hablar de eso exactamente ahora. - dije un poco avergonzada.
- Mmm... Ya veo. Eso significa que algo va mal, ¿no?
- NO, no. Pues claro que no. Todo va perfecto, sin ningún problema. - solté con un tono un tanto excitado. - ¡Ay! - me había pinchado con una aguja.
- Lo siento querida. Ya está, ¿cómo te ves? - me giró para que pudiera verme reflejada en el espejo del vestidor.
Miré a Gideon para ver si tenía que seguir distrayéndola. Sólo le faltaban los zapatos.
- Uhmm, bien, ¿ pero tengo que tener tan marcado el escote ? - dije lo primero que me vino a la cabeza.
- Sí, sí, en esa época las mujeres tenían que enseñar lo que tenían. Ya sabes, alardear de ello... Además, tus pechos son, ¿cómo se dice? ¿Prominentes? - dijo Madame Rossini con gestos bastante explicativos.
- ¿Madame Rossini? - se oyó una voz al otro lado de la habitación.
- ¿Sí?
- Tengo que coger una cosa de mi moto, ahora vuelvo.
- ¡No manches el traje!
- ¡De acuerdo! - la voz ya sonaba distante, en el pasillo. Gideon se dirigía hacia la moto con los trajes en mano. No nos habían descubierto.
- ¿Cuántos años tienes? - me preguntó.
- 17, aunque el mes que viene cumplo 18.
- Mmmm... Mayor de edad ehh... ¿Qué vas a estudiar? Ah, ¿qué digo? Por desgracia no puedes estudiar nada, aún, por esto de los viajes y tal. ¡Qué pena la verdad! Seguro que te hubiera ido muy bien.
- Pfff... Ya lo sé... Es una de las muchas cosas por las que odio este sitio. - Madame Rossini era una mujer muy poco centrada, así que me pareció normal en ella que cambiara de repente de tema. Cogió el metro y me empezó a medir la anchura de los hombros, las caderas... Todo mi cuerpo, vamos. Cuando cogió la laca de pelo me temí lo peor, sus peinados siempre eran muy extravagantes, pero ya estaba más o menos acostumbrada.
- No sé si ponerte un sombrero. Bueno, empecemos con tu peli. No sé si ponerte un sombrero.
Empezó a toquetearme el pelo. Un par de trenzas por allá, una coletita por aquí, tres ricitos... En fin, me hizo de todo, no podía tener más cosas encima del tocador, ni encima de la cabeza. Menos mal que no me puso una peluca porque son super incómodas y pican que no veas. Aunque a decir verdad, algunas son bastante divertidas, y a Gideon le quedan muy graciosas así que no está mal pasar un buen rato entre tantos viajes, misiones, luchas, muertes...
- Bueno, mi querido cuello de cisne, ya está. Ten cuidado de no pisarte el bajo del vestido. Sabes qué es lo que te voy a preguntar ahora, ¿no?
- Mmm me lo puedo imaginar - Era bastante obvio, pero me gustaba bromear con Madame Rossini. Por mucho que cueste creérselo, aún habiéndome repetido tantas veces esta pregunta, no se me había quedado en la cabeza y claro, no había ido al baño. - Y debo decir que no, no he ido al aseo. Lo siento.
- Ay, niña despistada. Si a mí me da igual, sólo te repercute a ti. Tú serás quien luego se esté muriendo por querer hacer pipí sin poder ir debido a ese extravagante, pero precioso, vestido. - Parecía que Madame Rossini se lo había esperado, que no hubiera ido al baño, porque no insistió tanto y su sermón diciendo lo difícil que es ir al baño con estos vestidos fue mucho más corto de lo normal. - Allez, allez. Vete ya, que me van a matar por entretenernos tanto. Suerte, pequeña. - Me dio dos simpáticos besos en la mejilla y sin dejarme decir una palabra más, me empujó hacia la puerta, cerrándola en mis narices.

DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora