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- ¿Problemas con el novio? - dijo el taxista de repente.

- ¡Qué va! Solo tengo 17... 20 años. La cosa es que no es mi novio. Es un... Un amigo.

- ¿Usted tiene 20 años? Wow, aparenta 17, quizá 18...

- No me lo diga dos veces... Es aquí, por favor, pare ahí delante.

- ¿Le ayudo a subir las maletas señorita? - dijo el taxista mientras abría el maletero.

- Ehm, sí, por favor. Se lo agradecería muchísimo.

Cogió dos de mis maletas y yo el resto. Subimos los dos en el ascensor y una vez en la puerta de mi nueva casa, dejó las maletas y se fue. Saqué la llave que Gideon me había dado y la metí en la cerradura. Entré en casa y fui directa a mi habitación. Lo primero que hice fue ir al baño a lavarme la cara. Estaba cansadísima. Entonces decidí ponerme a decorar y organizar la habitación. Abrí todas las maletas y bolsas que había llenado con las cosas de mi antigua habitación, las puse en el suelo y me senté en medio de todo ese caos. La habitación de Gideon tenía un color blanco que le daba muchísima luz, aparte de que había una ventana gigante que iluminaba aún más. Saqué todas las fotos que tenía pegadas en la pared en mi antigua habitación y las fui pegando a lo largo de cada una de las paredes. Los posters, los cuadros... Había un escritorio vacío en la esquina de la habitación y coloqué mis libros y todas las cosas que me quedaban. En el baño coloqué más maquillaje, alguna crema, en fin, las cosas de baño. Realmente me sentía como en casa. Me senté en el borde de la cama y miré el reloj. Gideon llegaba tarde, otra vez. Salí de la habitación y me tumbé en el sofá. Cerré los ojos. Estaba cansadísima, era como si el tiempo que había pasado, esos 3 años, se me estuvieran echando encima. No podía más, así que me dormí.

Al cabo de un rato me fui despertando y me di cuenta de que tenía una manta sobre mí. No recordaba haber cogido una manta. Oía ruidos, platos. También se oía el horno encendido. Entonces abrí los ojos y vi a Gideon en la cocina. Estaba de espaldas y tenía un paño en el hombro. Estaba cortando algo, comida, supongo. No pude evitar quedarme mirándole. Deseaba con todas mis fuerzas odiarle, en serio. Solo se comportaba como un estúpido y egoísta. No había razones para que siguiera queriéndole. Pero fue mirarle y quedar atrapada. Le quería. Más que a nada. Y aunque sabía que no debería quererle, lo amaba. Sacó algo del horno y lo apoyó. Puso los platos en una bandeja y se dio la vuelta para ver si seguía durmiendo. Cerré los ojos rápidamente. Luego los volví a entreabrir un poco y me daba la espalda de nuevo. Entonces cogió la bandeja y vino a dejarla en la mesita del salón que tenía frente a mí. Volví a cerrar los ojos rápido. Sentí que se sentaba en el sofá junto a mí. Su mano acarició mi rostro y me apartó un mechón de la cara colocándomelo detrás de la oreja. Fue en ese momento cuando me besó la frente y entonces sentí sus labios muy muy muy cerca de los míos. Notaba su respiración. Los acercó aún más y besó delicadamente los míos. Suspiró y se levantó del sofá. Y de repente me lanzó un almohadón a la cara.

- Gwendolyn, despierta. No es hora de dormir. La comida está lista.

- ¿Era necesario que me despertaras tan bruscamente?

- No, pero me moría por hacerlo.

Se sentó en el suelo apoyando su espalda en el sofá en el que yo estaba.

- ¿Así que cocinas? ¿Hay algo que no sepas hacer?

- Perderte de vista. Nah, es broma, o sea no soy capaz de perderte de vista pero me gusta observarte.

- ¿Vale? ¡Qué raro eres!

Cogió el mando de la tele y la encendió. Daban las noticias. Cogió uno de los platos y me lo dio. Luego cogió él uno.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2019 ⏰

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