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Cada día seguía mirando hacia donde siempre estaba James, pero siempre me repetía que no estaba muerto, eso quería decir que su espíritu no rondaba por ninguna parte. Gideon le había salvado, le había vacunado para que no muriera de viruela. Y estaba muy agradecida por ello. Leslie me sacó de mi nube de pensamientos.
- ¿No te parece que se parece a un conejo? – me preguntó.
- ¿Quién? – pregunté sin saber lo que me estaba diciendo.
- Pues Mr. Potts. Fíjate – fue recorriendo con su dedo la silueta de la cara del profesor, que daba clase de historia (aunque también daba inglés) y se situaba en la otra punta de la clase.
- Sí – dije con cara de indiferencia y volví a ensimismarme.
- Señorita Hay, señorita Sheperd. Atiendan por favor – nos llamó la atención Mr. Potts.
Menos mal que Mr. Potts no era un Vigilante. No sabía nada de la logia, como todos los demás en este colegio.Si lo fuera, estaría todo el día con "esfuérzate más; el futuro del mundo está en tus manos; deberías hacerlo tan bien como Charlotte". Espero que ahora que todos saben que yo tenía razón sobre el conde (como Lucy y Paul), dejen de decirme todas esas tonterías y me incluyan más en..., en todo.
- ¡Mira qué bien me ha quedado! – me susurró Leslie.
- ¿Se supone que es Mr. Potts? – solté con expresión divertida – Te ha quedado muy chulo – Era Mr. Potts dibujado con la cara de un conejo, no se le reconocía muy bien porque los dotes artísticos de Leslie eran nulos.
- Por favor, váyanse de clase. – Mr. Potts estaba frente a nosotras con el ceño fruncido. Toda la clase nos miraba, incluso Charlotte, que tenía una especie de sonrisa malévola.
- Sí, Mr. Potts. Lo sentimos – dijimos al unísono Leslie y yo.
Como era última hora en vez de quedarnos en el pasillo, fuimos a las taquillas a coger nuestras cosas y nos dirigimos a la cafetería.
Ya pasada la hora, sonó el timbre y todos los alumnos salieron. Como siempre, me tocaba ir a elapsar y me fui a la entrada del Saint Lennox donde me esperaba el señor Marley y esta vez Charlotte no estaba.
- Buenas señor Marley.
- Mmmm... Buenas Gwendolyn. – se puso como un tomate, como de costumbre.
- ¿Hoy no nos acompañará Charlotte?
- No, tenéis reunión de la logia y Charlotte no puede estar presente.
- ¿Me van a dejar participar en una de las reuniones de la logia? – pregunté animada.
- Por desgracia. Debemos darnos prisa o llegaremos tarde. – Me abrió la puerta de la limusina y entré, luego el se sentó en el asiento del copiloto así que me quedé sola.
El trayecto para llegar a Temple fue como siempre, pero esta vez Xemerius no apareció y me aburrí más de lo normal. De vez en cuando el señor Marley me echaba una ojeada y cuando le pillaba, volvía a ponerse rojo.
No tardamos en llegar, no demasiado. Mr. George me abrió la puerta y me tendió el brazo para acompañarle. Iba apresurado, se notaba por la manera en la que andaba. Seguramente también estaría desconcertado pues acababa de descubrir (por las malas) que todo en lo que creía era mentira. Además estaría nervioso por la reunión de la logia, al que asistirán ganadores de premios Nobel, los científicos más importantes del mundo y otras muchas personas aún más importantes que preguntaran por lo que ha pasado y estén excitados. Todos ellos Vigilantes, por supuesto, conocedores del se-creto detrás del secreto (que acaba de ser rebelado y llevado a cabo).
Me dio pena no haber visto a Madame Rossini en su taller al pasar por delante de él, pero de repente nos cruzamos con Falk de Villiers y otros señores que no conocía de nada. Me dirigió una sonrisa y siguió caminando, cómo no, también con prisas. Al llegar a la sala del cronógrafo (a la que ya podía ir sin que me taparan los ojos con una venda) el doctor White me estaba esperando, y a su lado estaba Robert que me sonrió. En ese momento Gideon apareció y me dio un beso en la mejilla (qué bien que ahora esté todo bien y aclarado entre nosotros y podamos ir a elapsar juntos).
- Hey, Gwen – me saludó con su preciosa sonrisa.
- Hola Gideon, ¿estás listo para elapsar?
- Sólo si tú lo estás – me cogió la mano, la agarró con fuerza y me la besó.
- ¿A qué año entonces? – preguntó Mr. George.
- ¿Qué le parece al año 1954?, fue un año muy tranquilo – dijo Gideon.
- Es verdad. Al año 1954 pues, - empezó a mover y toquetear las tuercas y los compartimentos del rubí y el diamante del cronógrafo – el 30 de julio..., a las 15:00 horas. – Se irguió y sonrió – Aprovechar el tiempo. Adiós.
En ese momento me separé de Gideon y coloqué el dedo índice (los otros estaban también muy dañados por el pinchazo del cronógrafo). Cuando sentí la punzada de dolor en el dedo, toda la habitación quedó iluminada por un color rojo y todo se desvaneció ante mí.
Aterricé en el suelo, junto a mí, el sofá verde de siempre, y de repente Gideon a mi lado que me sonreía.
- ¿Todo bien? – me preguntó.
- Perfecto – le contesté y le devolví la sonrisa.
Me puse a investigar por la habitación, la llave seguía en su sitio (la que Lucas había guardado para que le visitara y le informara de cómo estaba la logia, pero ahora que todo había pasado, ya no era necesario), la bombilla de vez en cuando parpadeaba, y cuando me giré, Gideon me miraba a unos dos pasos de distancia.

DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora