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<< Dios mío, este chico está tardando demasiado. ¿Dónde estará? >> Durante el tiempo que estuve esperando en el pasillo no paraba de repetirme estas palabras en mi mente. Ciertamente, Gideon me estaba poniendo de los nervios al tardar tanto.
Esperando en el pasillo, me fijé en el cuadro que había en frente de mí. Nunca me había parado a mirarlo detenidamente. Era un retrato del Conde, pero no me había fijado en que tenía un cuervo en una mano, pero no estaba apoyado delicadamente sobre su mano. El Conde aplastaba al cuervo. Y de esa misma mano colgaba un colgante con un corazón de rubí. Sin embargo, con la otra mano acariciaba un león imponente con sus largas melenas y para mi sorpresa, sus grandes ojos verdes, y cómo no, me eran familiares. Sabía perfectamente a qué se refería ese cuadro.
En ese momento Gideon vino corriendo hacia mí con su vestimenta típica del siglo XVIII. Se detuvo a un metro de mí, primero mirándome con cara de confusión, como si no entendiera qué hacía mirando ese cuadro con tanta curiosidad. Finalmente su expresión cambió lentamente a una sonrisa de medio lado y una mirada dulce como la miel. Con sus ojos verdes que penetraban en mi mirada como rayos de luz. Sus brillantes ojos verdes.
- ¿ Por qué has tardado tanto ? - Pregunté intrigada.
- ¿ Qué ? No, es que me entretuve con un transeúnte... - A pesar de que le había hecho una pregunta, su rostro no cambió ni un poco.
- ¿ Quieres decirme de una vez qué pasa ? Me estás dando mucho miedo, Gideon. ¿Ha pasado algo ahí fuera? Creo que es mejor que vaya a comprobarlo yo misma, ya sabes que odio los secretos. - Empecé a andar hacia la salida pero Gideon me agarró de la mano desde atrás impidiéndome que continuara caminando. Me di la vuelta confusa y miré su mano que agarraba la mía. Luego lo miré a él. Seguía con esa sonrisa, esa mirada en la que podría descansar una eternidad, aunque ciertamente así sería, Gideon y yo nos pasaríamos la eternidad juntos, al fin y al cabo éramos inmortales. - ¿Qué haces? Gideon, eh, Gideon, tierra llamando a Gideon ¿Hola?
- Serás impaciente. Como si hubiera estado media hora aquí mirándote, solo llevo 10 segundos. - La verdad, no entendí ese cambio de humor entre esa misma mañana y ahora.
- Vale, vale, entonces dime, ¿qué pasa? ¿Ha pasado algo ahí fuera?
- No, nada de eso.
- ¿Entonces?
- Nada, no pasa nada. Bueno, pues nos vamos ya, ¿no? Ah por cierto, ya he metido los trajes en la moto, esta tarde vamos, ¿vale? - Vale, definitivamente le pasaba algo pero no quería insistir así simplemente asentí. - ¿Por qué asientes de esa manera tan estúpida? - Soltó una carcajada.
- Pues que no te entiendo. Primero vuelves tarde, segundo, me agarras la mano y me miras... como me has mirado, sí, justo como lo estás haciendo ahora. - será estúpido, no entendí nada - Tercero, me dices que nos vayamos. Pero ya está, da igual, no pienso seguirte el rollo. Y bien, esta tarde iremos a visitarles, como habíamos planeado. Y si ya está todo aclarado nos vamos. - Bien, lo dejé todo muy claro. Me hice la importante, creo que me salió bien y le impresioné.
- Perfecto, vayamos pues, señorita Shepherd. - me tendió la mano pero la rechacé, no quería estropear mi acto de superioridad permitiéndole mimarme y coquetear conmigo. - Está bien, haz lo que quieras.
Llegamos a la Sala de los Documentos donde Falk de Villiers había colocado el cronógrafo.
- Oh, por fin. Habéis tardado muchísimo, ¿ha pasado algo digno de mención? - dijo Falk frotándose las manos con ansiedad. Se notaba que le había afectado los malignos planes del Conde. Todos estaban muy excitados debido a eso.
- Nada, tío, hemos tardado más de lo previsto en cambiarnos. - Gideon se giró un poco y me guiñó un ojo. Otra cosa que tampoco entendía. Algo tenía entre manos y debía descubrirlo porque me estaba matando ese comportamiento tan, tan... bipolar.
- Pues ¿a qué esperamos? Venga, Gwendolyn tú primero.
Coloqué mi dedo índice, detrozado por los anteriores pinchazos para los viajes, y todo se volvió negro. Aterricé correctamente pues ni me tropecé (cosa que hacía mucho debido a que soy muy torpe) ni caí con las rodillas. Esperé a Gideon y cuando llegó me preguntó que si estaba bien, a lo que yo respondí que sí.
- Bien, vayamos al despacho del Conde. Recuerda, solo venimos a buscar la libreta en la que el Conde apuntaba sus pensamientos, nada más. Intentaremos hacerlo lo más rápido posible y si alguien nos descubre, tendremos que evitar que nos vea la cara así que intenta salir corriendo lo antes posible. - se rascó la nuca, pero no sé si porque no sabía realmente lo que tenía que hacer y era la primera vez que improvisaba (cosa que me dejó perpleja porque Gideon sabía siempre lo que hacer exactamente y casi siempre salía bien) o porque la peluca le picaba. Me agarró de la mano y nos dirigimos a la puerta. - Mierda. Está cerrada.
- ¿No hay ninguna ventana por la que podamos salir? - le solté la mano para darme la vuelta sobre mí misma y comprobar si había ventanas en la estancia en la que estábamos. - No, se ve que no hay ventanas. - me sentí un poco tonta la verdad. Me senté en un sofá que había y miré a Gideon.
- ¿Y ahora qué hacemos? - pegó una patada a una silla frustrado y se sentó a mi lado. Le agarré de la mano y le miré a los ojos.
- No pasa nada, buscaremos aquí. Con suerte encontraremos algo. - se quedó callado unos minutos frotándose la frente y luego habló por fin.

DiamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora