Capítulo IV, él.

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La ira

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La ira.

La ira me está dominando, es una fuerza demasiado arrasadora que se apodera de mis acciones y me produce una sensación de odio.

Mis oídos zumban, mi mirada se nubla, mis manos tiemblan de la impotencia y mi mandíbula se  contrae. Estoy a la espera de que un interruptor dentro de mí sea oprimido para hacer un caos. Siento que habita un ser acá en mi pecho que sería capaz de destruirlo todo. Soy un jodido títere que manejas a tu antojo.

La ira me ha llevado a este desastre.

Mis manos sangran, grandes gotas caen sobre la alfombra color café y parecen una mancha de aceite purpura. Ya no logro identificar nada, mi vista va y viene, me siento como el personaje de un videojuego cuando está a punto de morir; todo pasa de negro a borroso, luego a negro otra vez y por lo consiguiente a borroso. Lo último que percibo es la sensación del piso contra mi rostro.

Una luz se filtra por mis ojos entre abiertos, el brillo repentino me ciega y mis retinas chillan de dolor. Me levanto desorientado, no recuerdo mucho, me duele el cuerpo, el alma, la vida. Miro el desorden que me rodea y los recuerdos vienen como una embestida salvaje.

Ahora mi memoria está fresca. Ya sé qué pasó.

Tú, tan cínica y descarada has venido a buscar tus pocas pertenencias con la ayuda de un hombre. Cuando te vi sentí una leve esperanza revolotear en mi pecho, pero fue tan efímera como el soplo de una brisa en el mes de enero. Al abrir totalmente la puerta pude notarlo a él, quién me miraba con un deje de lástima y soberbia en sus ojos. Creo que fue en ese momento donde la rabia fluyó como un tsunami, azotando mi pecho con furia, regándose por mi sistema como un corrosivo veneno.

La persona que una vez llamé “amor, cielo, cariño” entró y comenzó hablar disparatadas, luego ¿sabes cómo cuando te das cuenta que estás siendo acechado por un animal rabioso? Se quedó callada, quieta en un solo lugar. Pude alternar mi mirada entre su persona y el reloj encima de la televisión.

Ella, de paso ligero y fragancia cautivante recogió todo lo que quiso, y antes de que pudiera disfrutar su presencia, se había ido; no sin antes hundirme un poco más en mi miseria. Antes de cerrar la puerta pronunció con voz maliciosa y lejana: “ya es tiempo de que lo superes, como lo he hecho yo”.

«¡¿Crees que soy como tú?!», quise gritar.

Golpeé con mis puños el vidrio de la ventana que vislumbraba su partida y el espejo que reflejaba mi agonía, ahora solo son un montón de trozos regados en el suelo, como las piezas de un rompecabezas. Dispersos como los pensamientos que me apoderan, rotos como mi corazón.

Ahora miro hacia arriba y suspiro.

Me duele que el reloj siga avanzando, y yo siga sufriendo por algo que ya fue, y no volverá a ser.

16/09/08


Mis días sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora