Capítulo XI, ella.

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Cada día de aquel ultimo año universitario fue agobiante, sufrí cada minuto con el vacío en mi pecho. Pensé que juntos lograríamos seguir, avanzar, patalear hasta sobrevivir. Pero el bajó los abrazos antes que yo, dejó que alguien más lo llevara por un camino distinto.

Los domingos tienen un particular olor para mí, sin importar dónde esté, el olor a flores me atormenta; cada dominical fue el momento especial para llorar, reír y discutir con aquellas lápidas que eran lo último que habían dejado nuestros amigos.

Seguíamos siendo cinco, hasta que ella apareció.

Con sinceridad, nunca me han gustado los números pares porque estos pueden dividirse con facilidad; con su llegada fuimos seis. Hoy, somos nada.

En aquel momento la odié, sentí que me lo arrebató. Durante las noches no dejé de pensar que se aprovechó de su vulnerabilidad, de su estado indefenso y lo atrapó en sus redes. Sentí que me robó a mi mejor amigo, pero en realidad él decidió irse.

Entonces quedé sola en los tiempos más difíciles y coléricos de mi existencia.

En un par de ocasiones ─de unos intentos fallidos─ los tres compartimos juntos los domingos, pero no pude soportar que él parecía hechizado. Entregado a aquella fantasía que le hacía estar fuera del sufrimiento al que se había acostumbrado. Sin embargo, desde siempre ella supo jugar en el tablero de su vida, y con palabras dulces y de falsa preocupación, logró hacerle creer que yo era quien le traía desgracia.

Fue tan notable, que hasta yo comencé a creerlo.

Nos convertimos en saludos a la distancia, reuniones familiares vacías y miradas desviadas. Sophia, aquel nombre tan delicado y femenino que no terminaba de encajar en las garras de alguien egoísta, se convirtió en la discordia de nuestro abandono.

La última vez que estuve en casa de sus padres, la incomodidad me hizo levantar como resorte de la mesa. Sophia no paraba de decir que le fuera encantado conocer a nuestros amigos y que era una lástima lo sucedido. Tomé mi bolso y salí de aquel lugar sin siquiera intentar callarla ¿quién era yo para hacerlo si ni su propio novio lo pedía? Su madre fue quién me alcanzó aquella vez y con la angustia más pura en sus ojos, me abrazó y se disculpó.

Tiempo más tarde, el cierre final llegó con el invierno. La celebración tranquila y de bajo perfil por el título había sido hecha en mi casa. Todos fueron, menos él. Aquello me enfureció en gran manera y sentí que ya no había nada que buscar, pero sí que reclamar. Al amanecer tomé fuerza y salí directo a aquel pequeño cuchitril que había conseguido para vivir con ella, no pude evitar abofetearlo apenas abrió la puerta.

Todo se quedó en un silencio tenso.

Su mirada descendió con lentitud sobre mí, casi juzgandome, entonces no pude contenerme y comencé a golpear su pecho mientras le decía que lo odiaba y que me había abandonado. Él simplemente se quedó de pie y no detuvo ni un solo golpe.

Las lágrimas regaron mi maquillaje. Mark me miró con un brillo en sus ojos que nunca voy a olvidar, y solo una palabra me dijo:

─Vete.

Eso hice.

Ese primer domingo de enero salí cabizbaja, tomé el auto de mi padre y manejé en silencio hasta el cementerio. Me senté en una roca frente a ellos, puse mi título, mi toga y mi birrete en el piso y lloré. Graduarnos era una meta en conjunto, ¿por qué terminamos así?

Fuéramos celebrado en casa de Alva mientras bailabamos nuestra canción favorita. Reído, llorado y abrazado, el plan perfecto que nunca se cumpliría.

Con los ojos cerrados puedo escuchar los ruidos a mi espalda, las pisadas de una persona.

─¿Quién eres? ─pregunté sorbiéndome la nariz.

─Soy exactamente lo que no esperabas ─contestó muy convencido.

Subí la mirada hasta esos ojos avellana. Intenté limpiar mi rostro y controlarme, la brisa me hacía sentir indefensa.

─¿Qué haces aquí? ¿Te dieron permiso? ─indagué de forma irónica.

─¿De qué te graduaste? ¿De literatura o policía? ─su voz era ácida.

─¿Y tú? ¿De gilipollas o imbécil?

Las palpitaciones pesadas en mi pecho me consumían, y con el rabillo del ojo observé cómo se sentó a mi lado soltando un suspiro. Las mismas cosas que yo había puesto sobre la tumba de los chicos, él las tenía en las manos.

─Por alguna extraña razón... sabía que estarías aquí ─confesó en un susurro.

─Esta será la última vez...

Mi voz salió como si estuviera siendo estrangulada.

El peso de su brazo sobre mis hombros me erizó la piel, y al instante nos vimos a la cara. Aquel rostro que en su momento era lo único que me sacaba una sonrisa estaba lleno de melancolía, y sin poder evitarlo lloramos como dos niños, juntos por última vez.

El frío comenzó a calar los huesos y el sonido de una llamada nos hizo separarnos. Los tonos naranjas del atardecer se afianzaban con fuerza, hacían del escenario un lugar más nostálgico. Recuerdo su voz a través de la bocina exigiendo que Mark regresara.

Nos vimos mientras él se colocaba de pie.

─Cuídate, Sara.

Se retiró luego de aquel susurro. No tuve el valor de decirle que me habían ofrecido un trabajo en Bruselas, ni que me iba esa misma semana.

Esa fue la última vez que nos vimos.

01/01/01


Hasta ahora, hasta que él ha abierto esa puerta, pálido, moribundo, alguien listo para simplemente dejar de existir.

30/09/08


Mis días sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora