Capítulo XII, ella.

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Nuestros ojos se encuentran por cortos segundos, él carece de la valentía para mirarme, para imponer su presencia como en los viejos tiempos, no quedan rastros del hombre que yo conocía.

─¿Puedes hablarme? ─pregunté indecisa.

Nada está ocurriendo como lo he ensayado en mi cabeza, mis planes no van a ningún camino. Estoy arraigada a toda mi fuerza emocional para mantenerme estable en mis palabras, en su escarmiento, pero basta ver ese rostro decaído consumido por el dolor, para olvidar todas las cientos de frases que quiero soltar como una metralleta.

─No tengo nada que decir, Sa-ra ─pronuncia mi nombre con esfuerzo, como si se encontrara en el fondo de su memoria lleno de polvo y telarañas─. Deberías irte, volver de dónde sea que hayas regresado y olvidarte de mí.

Suelto una risa amarga.

—¿Crees que no lo intenté? —Me levanto, harta de todo—. Llevo todos estos años intentándolo, pero no pude, no puedo, Mark. ¡Mírate, por Dios santo! Pareces que estás a punto de reunirte con la madre de Bambi —añado, extendiendo los brazos.

Observo a mi alrededor. Todo se ve del asco. Las paredes manchadas, envoltorios regados en el piso, ese olor rancio y la tenue luz que apenas logra entrar al lugar dan un aspecto tenebroso, desdichado.

Él toca su boca, quizás para evitar reír de forma histérica o para calmar sus ansias de echarme a la calle.

Comienzo a caminar por el resto del lugar, en cada rincón se ven las señales del abandono físico y mental que se experimenta luego de una ruptura, también me han roto el corazón, sé cuan difícil es.

Él fue el primero en dañarme, en extraviar un trozo importante de mi corazón que quizás jamás encuentre.

Me acerco a Mark de nuevo y me siento en sus piernas brindándole un fuerte abrazo, era algo que él siempre hacía cuando me sentía apunto de desfallecer por los exámenes o cualquier otro problema, él había sido mi ancla, mi apoyo, mi consuelo, mi mejor amigo.

─Ya estoy aquí ─susurro─, lamento haber tardado tanto, pero volví Mark. Dime que llegué a tiempo, por favor. No te dejaré, no más.

El llanto se escucha venir como una tormenta a la distancia. El viento sopla abrasador contra el ventanal.

─Sara, yo...

Su pecho vibra, sus hombros comienzan a temblar, él es un hombre fuerte, pero hasta el acero puede romperse.

─Está bien, estoy aquí, tranquilo.

Sus manos se afianzan alrededor de mi cintura y comienza a llorar, como un pequeño niño consolado por su madre.

Ese gemido de dolor que suelta desde el fondo de su alma me rompe el corazón, una vez más.

30/09/08


Mis días sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora