Capítulo XIV, ella.

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Mark ha muerto.

“Muy joven”, es lo que dicen los médicos.

Pero él y yo lo sabíamos, que tarde o temprano nuestro cuento terminaría, porque se necesita una página final para culminar una historia. Y la nuestra estaba marcada con la tragedia.

Es nuestro mes, las brisas están templadas, el cielo nublado y la zozobra en el aire. Sí, septiembre ha sido elegido para representar nuestra tristeza. El ruido del llanto inunda mi alma, pero me mantengo estoica, se lo he prometido.

Por más que me duela, que quiera jalar de mis cabellos con locura, debo mantener mi promesa al pie de la letra, seguiré cuerda por el bien de nuestros hijos, por la sombra de nuestro amor y el futuro de un mejor mañana.

Y aunque todo fue una mierda, porque eso es seguro. Mark y yo nos amamos, nos quisimos con locura, y aprovechamos cada momento, cada día, cada noche, cada segundo.

Pero no volveré a amar, no quiero conocer o sentir algo que intente desvanecer la marca que ha dejado en mi alma. Lo amo, lo amo, lo amo con locura.

Mis manos tiemblan dentro de mi saco, mi cabello se mece por la brisa e inhalo de forma lenta, para calmar mi estómago. Mis dedos tocan el borde de los sobres y casi me quiebro.

Él dejó cartas para todos. A nuestros hijos, a nuestros padres, a su ex, a mí.

Ella está en su funeral, como él comentó alguna vez en el pasado: “esa mujer es tan vil que se asegurará de que mi cadáver esté frío”, pronunció con rencor hace años, y acertó. Viste de manera elegante y esconde su rostro detrás de un pequeño velo, camino hacia aquella detestable persona con toda la indiferencia que puedo, le entrego aquel pedazo de él, el último que le había dedicado y decido retirarme sin concederle una sola palabra, no lo merece.

Sigo cada paso con fuerza, uno tras otro, huyendo del derrumbe que me amenaza.

Yo pasé a través del tiempo, no el tiempo por mí, antes no tenía dirección, ahora sé a dónde voy.

Me quedo en el cementerio hasta que las cigarras son mis únicas compañeras, las cuatro lápidas están seguidas y en orden, cada una de ellas representando mis mayores pérdidas. Seguro estaban abrazándose y mirándome con esas sonrisas que calan hondo, aguardando por mí.

—Tendrán que esperar un poco más chicos —susurro, una lágrima resbala por mi mejilla—, debo cuidar de unos pequeños que me necesitan —la noche entumeció mis mejillas—. Me uniré a ustedes en algún momento, pero no muy pronto. Te amo, Mark.

Comienza a lloviznar y sonrío.

A Mark le encantaba creer que la lluvia cae porque las puertas del cielo se abren para dejar entrar a las almas, y las lágrimas de felicidad que sueltan por reencontrarse con seres queridos son las gotas torrenciales que nos indican que están en un mejor lugar esperando por nosotros.

—También voy a creer en eso, Mark.

Así que espérame.

Te volveré a encontrar como ya lo he hecho.

02/09/20


Mis días sin ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora