Capítulo 21

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Ya había pasado una hora desde que subí al tren. Todo se encontraba en silencio y se respiraba un ambiente de paz.

El señor Róbinson, quien estaba sentado de frente, se había quedado dormido cuestión de segundos.

El tren parecía sacado de una vieja novela inglesa, pues estabamos en una especie de cubículo privado, supongo que sí parecía el tren a Hogwarts.

Mire por la ventana y el paisaje era diferente a la ciudad. Pasabamos por un pastizal verde, cerca de pueblo Carbón, donde se contemplaban los cultivos de la isla. Este momento era especial, no me resistí y saqué una foto, luego la mandare a mis amigos.

En el transcurso del viaje, nos detuvimos en una parada algo improvisada, me imagino que sera de esas paradas para ayudar a la gente que vive lejos de una parada citadina y le evitan todo el camino.

Me pareció curioso cómo la isla es bastante autosuficiente. Tenemos de todo aquí y casi no falta nada. No estamos tan alejados de tierra y tampoco tan cerca como para que se arruine la vista de ciudades enormes y tanta contaminación.

Decidí salir del cubículo y dar una caminata por el tren, ya que en promedio se toma como tres horas en llegar a ciudad Oro. Pasé por el vagón comedor y estaba bastante lleno para mi gusto. Seguí pasando por los vagones y llegué a la parte donde solo habían asientos públicos.

Debo decir que por ser participe del concurso y blahblahblah, iba en los vagones de "paga". Aunque el servicio de tren es gratuito, se tiene una parte reservada para gente de alto nivel social, porque... Sí, así de repulsiva es la gente rica de mi isla.

Regresando a mi vagón, logré escuchar varios jóvenes que también participarán del concurso.

Algunos venían de otras cuidades de la isla, tales como cuidad Cobre, Prisma, y la lejana cuidad Bismuto, una cuidad al norte de la isla, la más alejada del resto.

Entré en el cubículo y me topé con la sorpresa de que había alguien más, aparte del señor Róbinson. Una mujer, de unos cuarenta años, con un vestido azul, hablaba animadamente con mi profesor de fotografía. Por un segundo creí que me había equivocado de cubículo, pero mi maleta estaba en la parte superior de los asientos, justo donde yo la dejé.

- disculpen - dije un poco avergonzado - ¿interrumpo algo?

- que joven tan encantador Róbinson -  dijo la mujer con una sonrisa sincera - muy encantador.

- jaja, tranquilo joven Gabriel, no interrumpe nada, solo compartía viejos recuerdos con una vieja amiga.

- vieja tu madre - dijo ella dándole un empujoncito al señor Róbinson - ¿y tus modales Róbinson? Presentame.

- tú eres la de los modales - el señor Róbinson tenía una mirada retadora - preséntate tu misma.

Ambos se miraron desafiantes y al momento, soltaron carcajadas como si todo fuera una broma.

- sigues siendo el mismo bruto encantador de siempre Gabriel.

Me quedé perplejo ¿ésta mujer me acaba de llamar bruto?

- y tu igual de presumida y hermosa Susana - dijo el señor Róbinson.

¿¡Qué!? ¿¡el señor Róbinson y yo compartimos el mismo nombre!?

- yo... yo no entiendo nada - me animé a hablar luego de permanecer de pié en la entrada. Acto seguido, me senté.

- joven Gabriel, esta mujer es Susana Vanderhouse. Una de las juezas y antigua amiga mía.

Vanderhouse... Ese apellido lo escuché en otro lado. ¡eso es! Fue uno de los apellidos que Victoria dijo que eran los más viejos de la isla.

- es un placer conocer a tan talentoso fotógrafo.

- el gusto es mío, señorita Vanderhouse.
- se nota que no eres como este viejo toro - dijo la señorita Vanderhouse, señalando a mi tocayo - tosco y sin glamour, descuide joven, estoy casada y conciente de que lo de señorita se me queda atrás.

Nos quedamos hablando un rato más. La señora Vanderhouse era una mujer simpática, tenía más años de los que aparentaba y, lastimosamente, había enviudado hace unos años.

Ella y el señor Róbinson era amigos de toda la vida, me comentó que eran un grupo de amigos que poco a poco, se fuero distanciando. Muchos de ellos sd habían ido a vivir a otros países, otros perdieron contacto, y otros, como el señor Vanderhouse, habían fallecido.

Se despidió luego de una larga plática que no se sintió. Hablar con ella era como hablar con alguien que conoces de toda la vida.

- le deseo la mejor de las suertes joven Gabriel, pero sepa que, aunque sea amiga de su profesor, yo soy imparcial.

- entonces de nada sirvio ponerle atención a esta vieja cacatúa - dijo el señor Róbinson.

- cállate Robin - y ambos rieron.

La señora salió del cubículo con dirección a la parte trasera del tren.

El resto del viaje fue tranquilo, calló la tarde cuando llegamos a ciudad Oro.

L y R (Arreglando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora