Especial Navidad

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Veintitrés de diciembre, aún no puedo creer que lo logré, los contratiempos de esta misión casi me cuestan este día con mi familia, otra vez. No puedo esperar a ver el rostro de mi mujer, Mila cree que llegaría con suerte el veinticinco, pero apuré todo para poder llegar antes.

Ya quiero tener a mi hijo entre mis brazos, puedo imaginarlo estático ante la sorpresa, para luego dar lugar a sus corridas, saltos y abrazos de oso. Ese niño tiene un suministro inagotable de energía, lo amo más que a nada en esta vida, a él y a su madre.

Ruego que mi hermano se haya comportado durante mi ausencia, tiene diecisiete pero los adolescentes pueden ser un tanto rebeldes, Mila suele bromear y decir que su trabajo cuidando a nuestros dos angelitos es más complicado que mis operativos en terreno hostil. Le creo. Jamás cambiaria mi lugar por el de ella, ni por toda la nutella del mundo, sí, me gusta la nutella. Y sé que a pesar de todo ella tampoco cambiaría su lugar. Mila ama a nuestros dos niños.

Siendo uno de los mejores comandos de fuerzas especiales el trabajo no me falta, pero eso hace que me tenga que alejar durante semanas, meses en ocasiones como ésta, del lado de la gente que más amo en este mundo.

Mis padres fallecieron en un accidente automovilístico algunos meses después de que yo cumpliera los dieciocho, Brandon mi hermano tenía sólo trece en ese entonces. La razón por la que obtuve su custodia fue el amor de mi vida, ella ya tenía veintiún años, sí, me gustan las mujeres algo más grandes, Mila me propuso casamiento luego de conocernos de toda la vida, llevábamos algo así como dos o tres años de novios formales, pero siempre nos gustamos. Gracias a ella Brandon no terminó en una casa de acogida.

Unos años después llegó Connor nuestro segundo angelito, aún recuerdo la primera vez que lo tuve en brazos, las lagrimas que derramé, las promesas que realicé. En un principio tuve miedo de los celos de mi hermano, pero Connor es capaz de enamorar a cualquiera. Hoy mi bebé, si me escuchara decirle así haría una rabieta, ya tiene tres años, ya es un niño grande, sus palabras, no mías, para mí y para Mila siempre será nuestro bebé.

Conduzco con cuidado por la carretera, el camino está lleno de nieve, me tienta acelerar para llegar más rápido a mi hogar pero el hielo no brinda la misma seguridad que habitualmente daría esta misma ruta. Lo último que quiero es ocasionar un accidente, siento una puntada en el pecho ante esa idea, no entiendo por qué. Debe ser por lo de mis padres.

Prendo la radio para calmar mis ansias, pero sólo se escuchan canciones populares del momento, de esas comerciales que hablan nada más que de sexo y tonterías adolescentes, de esas pegajosas que tanto les gusta a mi mujer y a mi hermano, realmente no entiendo que es lo que les ven. Apago la radio antes de que se me pegue alguno de esos temas.

Distingo la casa de una planta a lo lejos, con su tejado rojo cubierto de nieve, combinando con las paredes y la cerca blanca. No logro contener una sonrisa estúpida. Cuando nos casamos le pregunté a mi esposa como era la casa de sus sueños y me respondió con el típico dibujo infantil, un triangulo rojo sobre un cuadrado vacío de color, con dos ventanas verdes y una puerta del mismo color, una cerca, y una mujer de palitos tomada de la mano de un hombre de palitos. Admito que me costó mucho conseguir una casa parecida a la del dibujo, pero como siempre me salí con la mía y lo conseguí. Supe que valió todo el esfuerzo al ver sus ojos brillantes y su mano cubriendo sus labios, ¡cómo amo a esta mujer!

Estaciono el coche unas casas más allá, no quiero arruinar la sorpresa, tomo los regalos y me dirijo a la puerta, toco el timbre y tapo mi cara con las cajas para darle mayor dramatismo a la situación, estoy feliz y excitado, mi corazón galopa en mi pecho.

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