Capítulo 20

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El camino a su casa fue largo y silencioso, a pesar de que estábamos relativamente cerca. No hubo discusión, expuso sus argumentos con maestría.

Iríamos a su casa: primero porque quedaba más cerca y mis heridas necesitaban ser higienizadas cuanto antes; segundo porque teníamos que hablar sobre todo lo sucedido y para eso necesitábamos privacidad, privacidad que en casa mi amigo no permitiría que tuviéramos, bombardeándonos con miles de preguntas con respecto a mi estado; y tercero, por último, pero no por eso menos importante, porque ella era la que estaba manejando, y jamás se debe discutir con una mujer al volante, según sus propias palabras.

Llegando al simple portón tecleó unos números en un panel cercano. Como la mujer sentada a mi lado, la casa a simple vista parecía algo común, incapaz de resaltar a la vista. Pero, una vez que uno pasaba la barrera exterior, se encontraba con todo eso que jamás habría imaginado.

La mansión se extendía ante nosotros, imponente. Mi rostro debía reflejar mi sorpresa porque la ratoncita emitió una risa ahogada, mientras miraba mi expresión de reojo.

Con su ayuda me apeé de mi Camaro, que quedo desprolijamente aparcado. Subimos la pequeña escalinata hasta las puertas principales, las cuales abrió con un movimiento seco de caderas.

¿Esta mujer no está al tanto de la existencia de esos pequeños objetos llamados llaves?

¿Para qué las necesitaría? ¿Quién en su sano juicio entraría en la casa de Maronni?

Williams se aseguró que pudiera sostenerme en pie contra el marco de una puerta, antes de correr hasta un armario en el costado de la sala. Sacó lo que parecía un mantel plástico, y lo extendió sobre el sofá. Una vez me hubo sentado sobre esa protección, corrió a algún lugar de la casa, trayendo en sus manos unas tijeras y un botiquín.

Cortó lo que quedaba de mi harapienta camiseta, arrojó los pedazos que pudo a un lado y realizó una mueca al evaluar mis heridas.

—La tela se pegó a las lesiones, hay que humedecer lo que queda de la camiseta para que salga más fácil, además habría que lavar con jabón la zona para sacar toda la suciedad y evitar que se infecte...—Su rostro se iluminó por una fracción de segundo—. ¡Vamos al baño a darte una ducha!

—Si lo que querías era verme desnudo, Houdini, sólo tenías que pedirlo, no había porqué tramar un plan tan elaborado que incluyera una experiencia cercana a la muerte —intenté aligerar el ambiente.

—Le hubiera quitado lo divertido entonces —me siguió el juego con una sonrisa socarrona—. ¡Vamos! Te ayudo...

Con dificultad me sostuvo hasta ingresar en la bañera y me sentó en un costado. Templó el agua y salió con prisa, volviendo con un jabón de esos que son antibacteriales y el botiquín que había dejado en la sala. Parece un boy scout, ¡siempre lista!

—Mi madre tuvo un accidente en el trabajo algunas semanas atrás, nada grave, pero le recomendaron lavarse con este jabón, supongo que servirá... —Contestó a mi pregunta no formulada.

Tomó el cabezal de la ducha y lo comenzó a mover sobre mi cabeza, mojando todo mi cuerpo. El blanco de la tina se tiñó de una mezcla entre rojo y negro, Anna apagó el agua y se colocó unos guantes de látex.

Con delicadeza retiró la poca tela que cubría mi pecho, tratando de evitar cualquier tirón que agravara los cortes. Vertió en su mano un poco del gel antibacterial y lo frotó para generar espuma. Untó la misma con suavidad por todo mi torso, un siseo se me escapó al sentir el ardor que produjo el líquido en mi carne expuesta.

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