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Pietro Maximoff terminaba otro turno en la fábrica de metales. Comía un emparedado mientras caminaba por las calles de Sokovia dirigiéndose a su hogar.

Él había quedado algo exhausto y ahora sólo quería dormir un poco.

Pietro cruzó las calles cercanas a la plaza, escuchó un barullo fuerte no muy lejos de él y dedujo que quizá sería alguna de aquellas manifestaciones ya recurrentes.

Quiso pasar de largo, no prestar atención, pero no pudo. La policía local comenzaba a llegar para poner orden con sus escudos policiacos y macanas.

El castaño se detuvo para observar la situación, al igual que otras cuantas personas más.

—¿Cuál es la causa ahora? —preguntó Pietro a la persona más cercana a él.

—Los refugios —respondió un señor que quizá rondaba los cuarenta— uno de ellos fue quitado y los voluntarios reprochan de eso.

Eso bastó para que Pietro pusiera más atención a la gente de la revuelta. La mayoría son jóvenes. Después de varios días sin seguirle la pista, la recordó. A la chica. A la voluntaria. Sus ojos se pasearon por las personas, buscándola. Quizá ella estaba ahí.

La encontró. La adolescente estaba al frente, en una de las esquinas, golpeaba con sus puños los escudos policiales, mientras exigía que reabrieran el refugio en el que ella laboraba.

—Regresen a sus casas —ordenaron los policías— o aténganse a las consecuencias.

Pietro terminó su emparedado y se acercó aún más cuando el barullo creció. Notó que aquella chica a la que le tiró las compras días atrás, estaba siendo sometida por uno de los policías. Así que fue a su auxilio. Sin pensarlo dos veces, Pietro corrió y golpeó al policía en las costillas, éste de inmediato soltó a la chica.

Aturdida por los zarandeos. La castaña intentó mantenerse de pie, pero fue tomada de los brazos por Pietro y sacada de la masa de gente rápidamente.

—¿Estas bien? —le preguntó él observandole de pies a cabeza en busca de heridas.

La chica le miró curiosa, el chico se le hacía conocido pero no recordaba de donde. Tenía que hacer memoria.

—Sí lo estoy —replicó ella, lanzando miradas a sus amigos voluntarios que seguían con los policías, se preocupó por ellos—. Gracias, pero debo volver.

Sin más, ella le hizo a un lado para caminar de vuela al escándalo. Pietro volvió a tomarla del brazo.

—Es broma ¿verdad? —preguntó en tono burlón el castaño— casi te aplastan allá.

—Estaba bien —replicó ella, causando la risa en él.

Risa que Pietro cortó cuando notó la preocupación en los ojos de la chica.

—Son mis amigos, debo ir con ellos —le dijo ella—. Sueltame, por favor.

Pietro quiso hablar pero la voluntaria no le dejó.

—No espero que lo entiendas, ni siquiera te conozco.

—Yo sí.

Ella le miró extrañada. Pietro chasqueó la lengua y se maldijo internamente por su metida de pata.

La protesta aumentó, los policías tomaron a los jóvenes y llegaron más refuerzos al lugar para dispersar a la gente de los alrededores. Pietro no dudó en evitar que ella fuese de nuevo con sus amigos, cuando forcejeó con él. La tomó de ambos brazos y la llevó a un lugar seguro de la gente que corría por toda la plaza.

LAST FIRST KISS » PIETRO MAXIMOFF. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora