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A pesar de todo el dolor que sentía en su pecho por su más reciente pérdida, Pietro Maximoff pasó su brazo derecho por debajo del cuello de Jena Kent, sintiendo la sangre de la chica pegandosele en la piel. Él cerró los ojos, conteniendo el llanto, pasó su brazo izquierdo por debajo de las piernas de Jena y con esfuerzo la levantó.

Él sentía el cuerpo cansado, la energía por lo bajo y el sufrimiento no le ayudaba mucho tampoco. Aún así, se vio en la necesidad de poner sus malestares en segundo plano y poner a Jena en primer lugar.

Pietro avanzó con cuidado sobre los escombros —con el cuerpo sin vida de Jena en sus brazos—, le tomó varios minutos salir del edificio en ruinas, pero lo logró, consiguiendo unos cuantos más rasguños en su piel —debido a los resbalones que tenía cada tanto, a causa de la grava—, pero a fin de cuentas, Pietro logró salir. Cuando estuvo en la calle, no tenía idea de a dónde ir.

Izquierda o derecha.

El lugar se mostraba extrañamente desolado, avanzó unos pasos más, pero su cuerpo realmente no podía más. Pietro cayó en el suelo de rodillas, intentó ponerse de pie una vez más, pero no pudo. Lloró.

Bajó la mirada a Jena, sus ojos azules clavados en el rostro sucio de ella, las lágrimas salían sin parar.

— Perdón.

Susurró él, la depositó con sumo cuidado en el suelo y apoyó sus manos sobre sus rodillas. Su mente jugaba chueco y le hacía recordar la tragedia —bastante similar— de sus padres, años atrás.

Aunque, en esta ocasión, él había tenido suerte —sí es que así se le podía clasificar— con respecto al cuerpo de Jena Kent. Con ella pudo obtenerlo después de varios minutos y escaladas sobre los escombros; con sus padres fue todo lo contrario. Demoraron días en encontrarlos.

Pietro se recostó a un costado de ella y entonces cerró los ojos, sintiéndose la peor persona del mundo; pues a pesar de que quería continuar hasta el final de esta situación, su cuerpo ya no le respondía como él quería.

Su par de ojos azules contemplaron el cielo azulino con nostalgia, algo dentro de él le decía que este sería su final también. Pietro podía sentir el cansancio consumiendo su cuerpo obligándolo a caer en un sueño involuntario en plena vía pública, sí él permanecía ahí, era cuestión de segundos para que un extraterrestre diera con su ser y finalizara el trabajo.

Pietro Maximoff sintió una punzada en el pecho al recordar a sus hermanas.

Kira.

Wanda.

Ya no podría estar con ellas, probablemente este era su último aliento y no las tenía cerca de él para despedirse. Un sentimiento de culpa invadió su cuerpo, las dejaría solas. Sabe perfectamente que ambas son capaces de cuidarse solas, pero él había prometido cuidarlas costara lo que costara.

Pietro pensó en que hoy, esa promesa se acabaría. Él apretó los ojos y lágrimas cayeron.

— Perdón, Kira. Perdón Wanda — susurró el castaño, conteniendo el llanto.

Su mano izquierda se movió a rastras sobre el asfalto para tomar la mano de Jena, sintiendo la poca calidez que su cuerpo emanaba, le dio un apretón, Pietro miró a la chica una última vez, luego posó su mirada al cielo y se dejó consumir por el cansancio; cayendo en un sueño profundo.

•••

Cuando Pietro despertó, tuvo que parpadear varias veces para poder adaptarse a la luz de la habitación. Conforme fue recuperando los sentidos, Pietro Maximoff se dio cuenta que estaba en un cuarto de hospital —o al menos eso parece—. Un cuarto que comparte con otras dos personas, pues a cada costado de él, hay camas con personas sedadas en ellas.

Pietro miró su cuerpo, notando la típica bata azulada que le dan a los pacientes, notó la intravenosa, el electrocardiograma que registraba sus latidos. Pero no veía a Jena en ningún lado.

Su corazón comenzó a latir con más fuerza al no ver el cuerpo de la chica. Lo último que recordaba era que se desmayó en alguna calle de la ciudad, en plena invasión alienígena, con el cuerpo sin vida de Jena a su lado. Ahora que ya no lo tenía, se sentía aún más horrible, desconocía el paradero de la chica y el miedo de no darle sepultura como se debe le hizo sentirse horrible.

Pietro quitó la intravenosa que le proporcionaba un suero para recomponer la energía, a él no le importó. El electrocardiograma sonó como si estuviera loco, los latidos del corazón eran acelerados. Él se incorporó y cuando miró por la única ventana en el lugar, notó el cielo despejado. No había luz azul en el cielo, no había un agujero negro con vista al espacio, pero sí podía ver la ciudad dañada.

La entrada abrupta de los médicos a la habitación sorprendió al castaño, poniéndolo alerta.

— ¿Cómo llegué aquí? — les cuestionó, manteniéndose junto a la ventana.

— Rescatistas, ellos te trajeron...

— Una chica estaba conmigo — interrumpió Pietro y tanto el médico como la enfermera intercambiaron miradas — ¿Dónde está ella?

El doctor se acercó a él cuidadosamente y Pietro retrocedió por instinto.

— Ella no sobrevivió — comentó el médico, intentando sonar lo más calmado posible para no alterarlo, pero para eso ya era tarde, Pietro Maximoff ya estaba alterado.

— Lo sé — la voz del castaño sonó quebrada, dolida — ¿Dónde está su cuerpo? ¿Qué hicieron con él?

Los dos empleados del hospital volvieron a intercambiar miradas, el médico asintió y entonces la enfermera salió de la habitación.

— Te llevaremos con ella, pero permite que terminemos de ayudarte.

Pietro pareció pensar la idea por unos segundos, aunque no tenía que pensarlo. No tenía más opciones, debía aceptarlo. El sokoviano asintió y con una tristeza inmensa reflejada en el rostro, avanzó en dirección al hombre. Éste le tomó de los hombros, dándole un medio abrazo, el simple contacto bastó para que Pietro soltara unas cuantas lágrimas.

— Estarás bien, muchacho, estarás bien.

Le animó el médico, mientras lo guiaba por el pasillo del hospital, pero Pietro no podía creer tal cosa. Él estaba muy lejos de estar bien.

LAST FIRST KISS » PIETRO MAXIMOFF. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora