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Pietro podía sentir como los latidos de su corazón aumentaban de velocidad. El temor, el pánico, la adrenalina se estaban apoderando de él.

Sin perder el más mínimo segundo de su tiempo, corrió en dirección a Jena en cuanto notó que el suelo donde estaba de pie comenzaba a desmoronarse.

Pietro se impulsó hacia adelante, extendiendo los brazos hacia ella, con intención de atraparla, o en su defecto, caer con ella. Él no quería dejarla sola, y tampoco quería quedarse solo.

Sus manos lograron atrapar las de ella en el momento justo. El pecho del castaño se estampó directamente con el concreto del suelo —haciendo que le doliera y causara cierto ardor—, mientras sus brazos caídos, mantenían una lucha por permanecer fuertes, soportando el peso de Jena Kent.

La grava cayó en el rostro de la chica, obligándola a bajar la mirada para que no le lastimara la vista o las piedras le lastimaran aún más. Al abrir sus ojos, notó la altura y el pánico la invadió. Entre ella y los escombros había aproximadamente de seis a ocho metros de altura; una mala caída acabaría con su vida.

Ella elevó su mirada hacia el castaño, su rostro denotaba un miedo total. Sí, una parte de su ser se alivió en cuanto Pietro detuvo su caída, sin embargo, el pánico la seguía consumiendo. Todavía no estaba a salvo. Su respiración se tornó agitada, desesperada, ella no quería morir; y Pietro tampoco quería tal cosa.

— No quiero morir — admitió la chica, con un hilo de voz cortado y con lágrimas en los ojos.

Su cabello estaba lleno de polvo de los escombros y a su vez, la mezcla de éste con sus lágrimas, hacían que su rostro estuviera pegajoso y sucio.

— No morirás, Jena — logró decir el castaño, su voz sonaba decidida y jadeante debido a esfuerzo que hacía por mantener el peso completo de la chica, su rostro comenzaba a ponerse rojo también — lo prometo.

En medio del caos, ella le sonrió. Le regaló su sonrisa más pura y Pietro hizo lo mismo. Ambos se miraron a los ojos, los cuales ya estaban demasiado acuosos a causa de las lágrimas retenidas. Los dos querían ser fuertes en esta horrible situación.

— ¡Vamos! ¡Sí puedes! Intenta subir — le animó Pietro, mientras hacía fuerza para elevarla.

Jena logró subir su mano derecha a la altura del torso del brazo de Pietro, éste siguió dándole más ánimos para que continuara subiendo, pero la fuerza en Jena no era suficiente.

Los ojos de la chica Kent bajaron, mirando los escombros en el piso de abajo, sintió una punzada en su corazón al imaginarse caer y que su cuerpo chocara contra ellos. Sería horrible. Apretó los labios y lloró, lo más bajo posible para que Pietro no la escuchara, quería seguir siendo fuerte.

— Jena, Jena — la llamó él — levanta la vista, no veas abajo, mírame a mí.

Ella apretó los ojos y soltó las lágrimas en su totalidad, sus labios se fruncieron, las palabras de Pietro le daban cierta calma y escuchar su voz le daba ánimos para no darse por vencida. Jena levantó la mirada, se aferró aún más —como pudo— a las manos de Pietro; su corazón latía ferozmente.

Se las arregló para subir un poco, otra vez estaba sujetándose del torso de los brazos de Pietro, sin embargo, a pesar del avance, el movimiento que él hizo con su cuerpo para apoyarse contra el concreto, provocó que éste se desmoronara un poco más. La grava que se desprendió de la orilla cayó en el rostro de la chica, descolocándola y haciendo que su mano izquierda se soltara, quedando a la suerte de una sola mano.

Jena gritó.

Pietro gritó.

Sus corazones se descontrolaron. Pietro, completamente aterrado, sujetó con ambas manos —y con todas sus fuerzas— la mano derecha de Jena, ella no pudo más y rompió en llanto. Miró a Pietro, notando todo el esfuerzo que él ponía para mantenerla con vida. No tenía idea de cuanto más resistiría, la estructura seguía siendo frágil y aunque él no estuviera colgando, su permanencia en el edifico le ponía en riesgo.

LAST FIRST KISS » PIETRO MAXIMOFF. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora