Capítulo 13

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Casi me ahogo, no se nadar. Salí a rastras del agua, tomé la orilla y saqué mi cabeza con la respiración agitada. Abrí los ojos solo para encontrarme con la mirada burlona de un chico. Muy pronto lo reconocí. Fue el mismo chico que se encontraba en la sala de espera cuando fui a mi revisión psicológica mensual. El mismo que me sonrió y luego desvío la mirada a causa del extraño suceso que lo asustó detrás de mí. La única diferencia es que ahora se encontraba riéndose estruendosamente. De mi. Claro.

—¡¿Qué te sucede, idiota?!—repliqué mientras me quitaba el agua de los ojos y me sentaba en la orilla.
—¡No! ¡Lo siento!—Estaba riendo a carcajadas.—¡Debiste ver tu reacción!
—¡¿Pero qué jodidos te pasa?!—grité mientras me levantaba del suelo.—Eres un imbécil.
—Oye, guapa, perdón, no me mal interpretes, quise decir que sé que no sabes nadar—. Cuando dijo eso, sentí un alivio por dentro, por un momento pensé que sabía algo de George. Pero no lo demostré. ¿Qué se cree este idiota para andarme tirando al agua? Me termine de levantar y caminé furiosa hasta el otro lado de la piscina. Pasé por enfrente de las gradas, miré de reojo a George, miraba con desprecio al chico, al tiempo que yo me encargaba de posicionar mi cabello mojado de modo que no notará que me había sonrojado. En parte por el coraje, si, pero más porque sabía que en realidad él si había visto lo que pasó.

Camine hasta el otro lado de la piscina y me senté ahí. Suerte para el chico que el profesor llegó unos minutos después, ya que sino, hubiese sufrido un puñetazo por parte mía, ya que no dejaba de mirarme.

La clase comenzó, transcurrió y concluyó con normalidad. Salvo por los intentos de acercamiento del chico cuyo nombre aún desconocía.
El profesor, Robert, era alto, cabello castaño, parecía de unos 20-30 años, ojos hazel, y una bonita sonrisa. Era guapo, a decir verdad. Pero no el tipo de persona con el que saldría algún día. Me agradó, sobre todo por la paciencia que tuvo al mostrarme como se hacía el nado tipo marinero. Porque, el chico tenía razón, no se nadar.

Al dar por terminada la clase, fui hacia los vestidores, me enjuagué y me cambié la ropa. Salí con mi mochila y le hice señas a George para que me siguiera. Cuando bajó de las gradas se notaba un tanto molesto, pero yo no le di importancia hasta que salimos del recinto.

—Con que, te llevaste bien con ese tipo—. Masculló.
—¿Qué? ¿Con cuál?—dije trabando de averiguar si se refería al profesor o al idiota.
—¡Oh, con que hay más de uno!—cruzó los brazos.
—¿Qué estás diciendo, Harrison?
—¡Estoy diciendo que deberías dejar de coquetear con todos!—dijo exasperado.
—¿Qué es lo que te pasa, George? ¿Acaso estás celoso?—dije lo último sin pensar.
—Si eso te hace feliz, si—. Comenzó a caminar hacia la casa. Lo empece a seguir, arrepentida de mis palabras. Creo que hasta me sonrojé. ¿Cómo se me ocurre preguntarle eso?
—Espera, George—. Lo alcancé. —¿Acaso no vas a esperar al chofer?
—¡Ja! ¿Para qué me cierre la puerta en la cara? No, gracias.
—Ay, por favor, madura ya. Eres un fantasma, ¿crees que te iba a esperar?—paró en seco.
—Tienes razón. Soy un fantasma—. Siguió caminando.

No tenía idea de porqué George se había molestado de esa forma. Y mucho menos porqué me había celado. No tenía sentido.

—Bien—. Dije tratando de parecer ofendida, al fin de cuentas, yo soy la que tendría que estar enojada, ¿no es así?
Continuamos el camino en total silencio. Al llegar a la casa, subimos directo a mi habitación. No hablamos ni nada. Miré la hora; 7:00 p.m. Él también la miró.

—Te veo al rato—. Y salió de la habitación.
Esa noche, no lo esperé para dormir. No me gustaba enojarme con George. Sentí un vacío. Caí dormida pensando en él. Nos encontramos en el sueño. Esa vez, fuimos al día en que le dijeron que su Cancer era terminal. Nueve días antes de que muriera.

While My Guitar Gently WeepsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora