Capítulo 22

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Esa noche de viernes y madrugada de sábado, visitamos una de las más alegres escenas de la vida de George; visitamos el nacimiento de Dhani Harrison. No me enteré de que hospital era, porque me había cautivado demasiado el rostro de felicidad y gozo que vi en George cuando le dieron la noticia de que su primerizo ya había nacido.

Me causa un sentimiento inexplicable de tristeza y melancolía, eso, el saber que yo esté sintiendo todo esto, por una persona, si es que sigue siendo así, que ya ha hecho su vida, que vivió lo que estoy viviendo, que pasó por toda su vida adulta, encontró el amor, tuvo un hijo y estuvo preparado para morir desde antes de que pasara. Y ahora, en su siguiente etapa–o última– yo le esté ayudando a terminar con su historia. Y aquí estoy yo, siendo un "nada" para él. O eso es lo que me dicen las voces.

—¿Margot?—dice George en un intento por hacerme reaccionar.

—No es nada, yo...estoy bien—contesté de mala gana mientras cruzaba mis piernas.

Esa tarde habíamos optado por ir al parque. No al "parque", sino a la pequeña extensión de bosque que había sido mi refugio por años, y al que George sólo había ido una vez, con esta, dos.

—No me gusta que te pongas así.

—¿Cómo así?

—Así, como triste, como con la mirada perdida, con los ojos apunto de cristalizarse.

—Bien, pues a mí tampoco me gusta estar así.

—¿Qué es lo que tienes?

—Estoy pensando.

—Eso es bueno, supongo.

—No, George. A personas como yo, pensar es lo peor que te pueda pasar.

—Tal vez sea una persona como tú.

—Pero, tú...tus canciones son todas producto de pensar mucho.

—Exacto.

—¿Quieres decir que escribir canciones es lo peor que te puede pasar?

—No. Pensar es lo doloroso. Piensas tanto y las ideas van dando tantas vueltas en tu mente que acabas por deprimirte. Entonces, escribiendo, terminas por desahogar eso, y dejar de pensar tan miserablemente.

—Creo que entiendo.

—Verás, Mar, escribir es, pues, la salvación de las personas como nosotros.

Con esto comprendí, que las personas que poseen fortuna y fama, no siempre son tan felices como aparentan. A veces sólo están ahí en un intento por no caer en el abismo de la desesperación y la ansiedad.

Entendí que los ídolos no son de oro. Tampoco valen mucho dinero. Ni siquiera son mejores que los demás. Sino que son humanos. Tal como tú, tal como yo. Y que esa humanidad es, a la vez, una gloria y un infierno.  Que cada vez que miré hacia algún disco o un póster de quién está, ahora, a mi lado, en realidad, estaba mirando a la nada. Que al creer que lo conocía, porque me se todas sus canciones de memoria, o porque memoricé toda su vida, fue un error.

Entendí que conocer una persona, no depende de cuánto tiempo llevas a su lado, ni que tanto sabes de su vida. Conocer una persona es estar presente en su alma. Es saber cómo hacerlo feliz. Es que, a pesar de saber toda su vida, te quedes a su lado, no físicamente, sino a modo de que, en cada uno de sus pensamientos, aparezcas como una parte de todo el universo que constituye el su alma.

Tal vez nunca conoceré totalmente a George Harold Harrison French. George Harrison. George. Mi fantasma. Pero de algo estoy segura, de que a pesar de no haber explotado, aún, todo lo que debería, siento algo por él. Amor. Amor en su máximo esplendor.

While My Guitar Gently WeepsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora