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La melodía del piano jamás se oyó tan desagradable como ahora para aquel joven pianista, los dedos pálidos del pelirrubio no encajaban entre el negro de las teclas. No contrastaban de buena forma, no anhelaban fusionarse como lo hacían tiempo atrás; sencillamente resbalaban en torpes movimientos.

Un insípido ritmo que deleitaba al público, le aplaudían con ahínco y se deshacían en vítores. Kei se mordía la lengua para no largarse a llorar sobre los rotos recuerdos de Kageyama bailando a sus pies, desenvolviéndose en preciosos pasos que fluían cual  río por sus venas. El pelinegro saboreaba su amargura dispuesto a convertirla en pastel y Tsukishima reía por lo bajo, sin dejar de tocar para él. Sólo por él.


He roto la promesa, Kei…


El tiempo volaba desesperado en sus ojos, acarreaba el pasado; se lo dejaba en la  esquina tallado a fuego. Esperando a Tobio, recordándolo con anhelo.

Baila conmigo…

La melodía se transformaba en notas perfectas, rápido y tortuoso. Los hombres sostenían a sus damas por la cintura y revoloteaban alrededor del pianista, le sonreían con simpatía que él no podía corresponder.

Lágrimas caían sobre las teclas negras, perdiéndose en los finos pantalones del noble.

Vamos, baila conmigo…


—No puedo… —susurró agriamente a nadie en particular, escondiendo la mirada en pedazos de vacía música comercial.

No lo hagas más, joder. ¡No toques algo que no sientes!


—Lo siento, ya lo hice…

Murmullos y…

Por favor…

… silencio. La calma llenaba su corazón, un sentimiento de añoranza se desvestía sin vergüenza. Kei sonrió.

Quédate aquí…

—¡Alguien llame a un doctor!

—¡Kei, Kei, Kei! ¡NO TE VAYAS…!

Espérame, rey.

TsukiKage // oneshot. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora