Capítulo 1: Hospital

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Podía escuchar el sonido del viento a través del cristal de la ventana, un silbido constante que traía las gotas de lluvia y las estampaba contra el cristal.

Abi estaba sentada en el alféizar de la ventana y tenía la vista perdida entre los coches que circulaban por la carretera y la gente que corría por la acera bajo sus paraguas.

En la camilla estaba tendida una mujer de media edad; tenía la piel pálida como la cal y sus cabellos eran de un color dorado apagado; su rostro estaba relajado y su pecho subía y bajaba al compás de su respiración.

La máquina a la que Evelyn estaba conectada emitía un leve pitido con cada pulsación que registraba de la mujer.

Abi se giró y bajó de un pequeño salto del alféizar, era una muchacha de dieciséis años, baja para su edad y delgada. Tenía el pelo anaranjado y unos ojos serios de color verde que encerraban el dolor y la ansiedad que había soportado durante los últimos días. Bajo ellos se adivinaban unas medias lunas grises provocadas por su falta de sueño. Su boca no era más que una fina línea bajo la  pequeña nariz estaba cubierta de diminutas pecas.

La chica se acercó a la camilla y tomó la mano de su madre con suma delicadeza, comenzó a darle suaves caricias y le colocó el pelo.

Aún tumbada en una camilla totalmente pálida y delgada, su madre parecía un hermosa diosa, como las de los partenones griegos de su libro de arte. Sus cabellos dorados se le ondulaban en las puntas y le caían sobre los hombros. Evelyn siempre llamaba la atención cuando paseaba por la calle, era como un ángel. Abi siempre había envidiado su belleza y siempre quiso parecerse un poco más a ella.

El reloj que llevaba la chica comenzó a pitar anunciando que ya eran las cinco de la tarde. La muchacha cogió su abrigo y se acercó a su madre para depositarle un beso de despedida y salió de la habitación.

Los pasillos del hospital tenían las paredes de color verde y los suelos estaban cubiertos de baldosas blancas, estaban llenos de médicos y enfermeras que iban y venían a las distintas habitaciones para atender a los pacientes. El aire olía a puré y a medicinas.

Abi se cruzó con una mujer que rondaba los cincuenta años, tenía su misma estatura y el pelo, ya con raíces de color cano, lo llevaba recogido en una coleta alta; sus ojos eran de un color marrón oscuro.

-¿Ya te vas, Abi?-Preguntó mientras revisaba la carpeta que llevaba.

-Sí,le prometí a Michael que le ayudaría con el coche.-Contestó mientras lanzaba un leve suspiro.

-Bueno, mándales recuerdos de mi parte.-Dijo mientras le colocaba un rizo detrás de la oreja.

-Descuida, lo haré.-Dijo mientras se alejaba.

Empujó la puerta giratoria que daba a la calle, y un viento gélido la recibió clavándose en su piel como si fueran cuchillos helados; se arrebujó en su abrigo y se colocó los auriculares, la música comenzó a sonar, palpitando en los oídos; se echó a andar mientras pensaba en todo lo sucedido durante los últimos cinco meses.

Después del accidente se tuvo que mudar a Miami con su tía Gerda y sus primos Jack de diecisiete años y Nicola de nueve. James y Gerda se había divorciado cuando su hijo tan solo tenía siete años y James se había vuelto a casar.Ahora tenía otro hijo mayor. A Abi siempre le había caído muy bien su tío James y cuando se enteró de que su madre estaba hospitalizada en Brooklyn no dudo en ofrecerle su casa a la chica para pasar unos días.

Abi llegó a la casa de su tío y se puso a buscar las llaves que le habían prestado, se dio cuenta de que se las había olvidado, así que llamó al timbre.

Un chico de 18 años abrió la puerta, tenía el pelo castaño claro totalmente revuelto y los mechones, demasiado largos, le caían sobre los dorados ojos.

-¿Las llaves otra vez?-Preguntó enarcando una ceja.

-Sí,-contestó-no sé dónde tengo la cabeza.-Explicó encogiéndose de hombros.

-Anda, pasa.-Dijo mientras le cogía de la mano y tiraba suavemente de ella hacia el interior de la casa.

Abi se quitó los auriculares y colgó el abrigo en el perchero. Michael recorrió el pasillo y salió por la puerta de atrás para ir al garaje. Abi salió detrás de él. Bajo el todoterreno de James se veían las zapatillas de deporte del chico.

-Pásame una llave del número 12.-Dijo mientras estiraba la mano hacia ella.

-¿Alguna novedad por el hospital?-Preguntó Michael desde debajo del coche.

-No, todo sigue igual.-Dijo Abi mientras se sentaba con las piernas cruzadas y le pasaba la llave a Michael.

El chico salió de debajo del coche limpiándose las manos con un trapo.

-Bueno, esto ya está.-Comentó mientras se levantaba.-No era tan complicado.-Explicó guiñándole un ojo a la chica.

-Pensé que necesitabas mi ayuda.

-Papá me echó una mano, hoy tardaste más de lo normal.-Explicó encogiéndose de hombros.

Abi siempre fue hija única y a pesar de tener primos mayores y menores que ella siempre tuvo curiosidad por saber lo que era tener un hermano o una hermana. Y durante el tiempo que llevaba en casa de James, Michael se había comportado como un hermano mayor.

Abi entró en la casa y se dispuso a subir las escaleras para dirigirse al cuarto en el que se hospedaba, pero se encontró con Mery, la mujer de su tío James

-No sabía que ya estabas en casa.-Dijo a modo de saludo.

Su melena negra brillaba a la luz de las lámparas y sus ojos color miel, como los de su hijo, se clavaron en los suyos.

-Acabo de llegar hace veinte minutos.-Dijo mientras bajaba la vista.

Abi siempre fue una chica reservada y la mirada de aquella mujer la intimidaba, aunque en otras ocasiones se comportase como una madre cariñosa.

Mery siguió bajando las escaleras para dirigirse a la cocina. La chica no sabía como una mujer tan seria podía tener un hijo tan extrovertido como Michael. Siempre supuso que el chico habría heredado el carácter  de su padre,un tal Peter. A Michael no le gustaba hablar de él.

Abi se metió en su habitación y se tumbó en la cama  mirando la lámpara del techo.

Echaba de menos a la tía Gerda y a sus primos, pero sobretodo odiaba no tener a su padre con ella. La chica giró la cabeza hacia la mesita de noche dónde había una foto de ella junto a sus padres. Abi soltó un gemido y se tumbó boca abajo, no tenía ganas de hacer nada.

-¿Acaso piensas quedarte tirada en la cama todo el día?

Abi se giró hacia la puerta, a través de la cortina de rizos que tenía delante de los ojos. Michael estaba apoyado en el marco de la puerta y la miraba inquisitivamente. Abi soltó un bufido y le dio la espalda.

-¡Oh!¡Venga ya!-Dijo el muchacho mientras se acercaba a la cama.-No me dirás qué prefieres quedarte aquí a tomarte un helado conmigo.

Abi se giró.

-¿De chocolate?-Preguntó en un murmullo casi inaudible.

Michael puso los ojos en blanco, gesto que s ele había pegado de ella.

-De lo que quieras.-Dijo cogiéndola de la mano para incorporarla.

La muchacha se levantó y bajó las escaleras seguida de Michael; se pusieron los abrigos y salieron a la fría calle. Los dos se echaron a andar sumidos en un silencio absoluto.

Los Guardianes de Arthros I Un nuevo mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora