Parte I
Buenos Aires, Argentina. 6 de abril de 2016.
Ocurrió todo tan rápido.
De un día para el otro, me encontré a mí mismo engullido en este mar de sombras familiares, fantasmas que se paraban frente a su tumba como si le conocieran, como si se hubiesen preocupado por él cuando aún vivía.Lo peor de todo fue tener que ver a mi madre, siempre tan jovial y alegre, con el rostro marchito por la pérdida, su aura empañada en una fría e impenetrable niebla; en aquel momento la desconocía, pero sentía que debía estar a su lado más que nunca, pues de todos nosotros era ella la que más lo sufría.
Mi padre era un buen hombre. Si en mi alma había un atisbo de vida, era gracias a él, gracias a que me obsequió un pequeño mundo mágico al cual escapar cuando los días eran largos y nublados.
Observé al cuerpo en el ataúd. No era el hombre que solía conocer, aquella figura objeto de mi más profunda admiración, el artista, aquél que llevaba la llama ardiente en su corazón.
Ese día no dije adiós. No podía, ni sabía cómo hacerlo. Es lo que ocurre cuando vives una vida sin preocuparte por nadie más. Cuando pierdes a alguien que de verdad te importaba, es el darte cuenta que tal vez no estuviste el tiempo suficiente a su lado lo que más duele.
Parte II
Estar en aquel lugar era insoportable. El estado catastrófico de mi madre, el hombre en la caja, los familiares desconocidos. Huí del lugar antes de que se termine la ceremonia.
Le pedí al chofer de uno de los autos del lugar que me alcanzara a casa. Solo quería descansar y despertar mañana, o tal vez pasado.El viaje fue sumamente silencioso, se le atribuía esa clase de silencio que consume todo lo demás, las voces, la gente, los sentimientos.
Solo quedaba la lluvia. Las gotas que caían incesantes desde oscuro cielo.
Parte III-¿Y Fausto? –Preguntó Martha, al volver en sí después de llorar durante horas.
-Se fue a casa –Replicó el ángel, conteniéndola.
-¿No irás tras él?
-Es mejor no molestarle, me pidió que lo deje unos días solo. Normalmente me negaría, pero noté la seriedad con la que se dirigió a mí. Creo que necesita tiempo para pensar en todo.
-Comprendo... -La avejentada mujer acarició una foto gris que enseñaba a un don Raúl Antares joven y enérgico –Dijeron que fue un derrame, una secuela de lo que ocurrió aquél día en su trabajo. Nadie lo vio venir, cuando ocurrió, fue demasiado tarde.
-Estoy seguro de que él está en un lugar tranquilo ahora. Ahora forma parte de la obra celeste.
-Es Fausto quien me preocupa ahora. Ése chico necesita alguien que le dé una luz, que lo guié a través de todo lo que está sintiendo. Puede simular desinterés, pero él quería mucho a su padre. Y cuando hablaban de obras, de historias y libros... Nunca podré quitarme de la cabeza el brillo en los ojos de mi hijo, el entusiasmo en las palabras de Raúl... Ahora parece todo tan distante, tan imposible. ¿Volveré a ver a mi hijo sonreír, Rafael? ¿Puedes prometerme eso?
-No lo dude, Martha. Su hijo lleva esa luz de la que usted habla en lo profundo de su corazón. Yo la he visto, y confío en ella. Lo que usted tiene que hacer ahora, es sonreír para él. Eso le ayudará a superar los días difíciles que se aproximan.
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Fausto
RandomFausto Antares es un joven frustrado, a pesar de tener un trabajo estable y tener más dinero del que pueda necesitar, está en constante desacuerdo con la sociedad en la que vive. Se autodenomina "Infeliz". Todo esto comienza a cambiar con la llegada...