Capítulo 12

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Las cartas se habían dado vuelta en el juicio divino. Mefistófeles, disgustado por la idea de tener que abandonar aquello que él creía le era correspondido, abrió una puerta al reino de las tinieblas desde dentro de la misma jaula en donde lo habían capturado, y junto con él, se llevó al cuerpo y alma del humano Fausto. Rafael se abalanzó hacia la singularidad de masa obscura, pero no hubo caso, ningún ser de luz podía penetrar en aquel penumbroso portal.

Paralizados por el sentimiento de impotencia, los ángeles y la mujer que participaban de la sesión, voltearon hacia el único que podía salvar la situación. Dios observó a sus hijos y bastó un gesto de su rostro para que todos los allí presentes comprendan su voluntad;

"Aquel que merece ser salvado, se salvará a sí mismo".





Parte I





El humano Fausto, eterno buscador de la felicidad, y el demonio Mefistófeles, se observaban cara a cara, suspendidos en la oscuridad abisal por medio de un largo y angosto puente.

-Es hora de que vengas conmigo, compañero. Nos han arrebatado nuestro camino nuevamente, pero algún día volveremos a surgir, y cada vez seremos más, y más fuertes, temibles e implacables.

El hombre se puso de pie lentamente, poco quedaba de él, le faltaba el aliento, estaba débil y vacío, como una carcasa podrida. Con los últimos vestigios de fuerza que quedaban en su cansada alma, atinó a avanzar un par de pasos, hasta que escuchó un opaco sonido en aquel silencioso vacío. Una voz apagada, que resemblaba a un grito. Alguien que aclamaba su nombre. Fausto volteó lentamente, y vio luz al otro lado del puente.

-¿Qué pasa si llego hasta ahí? –Inquirió débilmente el muchacho, mientras el brillo de la luz divina se reflejaba en sus deteriorados ojos.

-Ése es el mundo de la falsa felicidad. Ya lo has visto, lo has vivido toda tu vida. Aburrido, sin sentido. Una felicidad no correspondida. Ahora ven, hacia el otro lado, no perdamos el tiempo.

-Quiero ir allí –Susurró.

-¿Qué dices?

-¡Quiero volver a ese mundo!

-Insolente. Te he abierto las puertas a la verdad, ¿Y aún quieres vivir dentro de una cueva?

Fausto comenzó a arrastrarse hacia la luz, pero a medida que lo hacía, el camino parecía ensancharse cada vez más.

-No... ¡Espera, por favor, espérame!

El debilitado hombre continuaba persiguiendo el espejismo mientras escuchaba la risa de Mefistófeles como una mosca que le sobrevolaba la nuca, mofándose de sus falsas esperanzas.

En medio de su desesperación, una imagen comenzó a dibujarse en su mente. Una muchacha de cabellos de otoño, durmiendo en su cama, como un huésped inesperado, respirando un aire desconocido. Un calor nutritivo comenzó a llenar su corazón, y con él, la distancia entre Fausto y el halo de luz, pareció haberse achicado, aunque sea solo un centímetro. Esto le dio fuerzas para continuar avanzando.

Corrió unos cuantos metros más, hasta que una densa niebla comenzó a ralentizar su paso. Más imágenes comenzaban a surgir en su cabeza, de toda su vida, de la gente que conoció y las decisiones que tomó, y las figuras comenzaban a proyectarse en la niebla, formando un inmenso escaparate, un bazar de sus recuerdos.

De repente, un gato negro se cruzó en su camino, y con los ojos bien abiertos, y una mirada que penetraba en su alma, comenzó a hablarle;

-Presta atención. Esta fue tu vida, Fausto. Y ésta es la vida que te espera al volver.

FaustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora