Capítulo 11

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En un salón blanco y dorado, todos los ángeles y virtudes
atendían con fascinación al padre todopoderoso,
quien se sentaba bajo el rol de un juez en un muy particular evento.
Seis arcángeles se postraban ante a él, y encerrado en una elevada
 jaula de marfil, yacía el culpable; Un humano con lengua de serpiente. 

Todos se pusieron de pié al son del martillar del padre.El juicio acababa de comenzar.



Parte I



Fausto, antes dueño de su cuerpo, ahora alma aprisionada en un abismo insondable.


¿Qué es lo que motiva al hombre?

El deseo. El sexo. El dinero. La comida. El descanso. La paz. La guerra.
La... Felicidad.

Desde pequeño me sentí como una criatura que nació en un lugar equivocado.
Como la hierba mala, que nace indeseada entre el verde césped de un jardín.
Buscaba mi proyección en los demás como quien busca un fantasma, un mito.
Siempre los observé, en silencio, desde mi pequeño y tenebroso rincón.
¿Quiénes son éstos, si yo soy un ser humano?
¿O acaso era yo el ser de otro mundo?

Sus costumbres, su forma de vivir, de amar, me resultaban tan ajenas, tan distantes.
En algún punto de mi vida, a los seres con quienes me tocó compartir el mundo,
decidí denominarlos "Aquellos que viven para morir".

¿Nunca lo has pensado?
Pueden amar por conveniencia e incluso comer de la carne del sexo de extraños. Saben hablar el lenguaje de la violencia, pueden discriminarse entre sí, y pueden arrojarse a las olas de la corriente principal y nadar en sus aguas como un cardumen de peces.
¿Pero, hacia donde nadan?

Aprendí que los hombres viven con una sola cosa en sus mentes; La muerte.

¿Por qué molestarse en perseguir algo que no es seguro que exista?
¿Por qué molestarse en ser honestos con uno mismo?
Si al final, todo termina en la muerte.

Una parte de mí comprendía aquel razonamiento, y era lo único que compartía con estos peculiares seres. Pero mis ideales eran diferentes. Mientras ellos buscaban aquello con que puedan satisfacer sus necesidades diarias, sus pequeños placeres y placebos, yo sentía que debía conseguir algo no perecedero, algo que dure para ahora y por siempre.
Algo único, capaz de satisfacer mucho más que mi alma mortal.

Fue en ese entonces que comencé a creer en el amor verdadero.

Y fue en ese momento, cuando decidí darle la espalda al mundo de los hombres, que acabé perdiéndome en una cueva oscura y sin salida.



Parte II


-Hemos escuchado suficiente –Anunció el arcángel Gabriel –Padre, es evidente que éste humano también es un descarriado.

Un tumulto se generó entre el coro de ángeles.

-Pero si ambos humanos estaban perdidos, ¿Quieres decir que Mefistófeles es inocente de cambiar de lugar las puertas el día en que nuestro hermano Rafael descendió al mundo de los hombres? –Inquirió Uriel.

-¡Imposible! –Gruñó Miguel. Debe haberlas reemplazado por completo, no había una puerta que lleve a un humano del rebaño de dios, ¡Ambas desembocaban en seres descarriados!

FaustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora