Parte I
Era una mañana húmeda y fría, las plantas y árboles que adornaban las calles de Buenos Aires se encontraban bañadas con el mágico rocío de la mañana. Las veredas, aún encharcadas, recordaban a la tormenta del día anterior.
Una muchacha de expresión lúgubre y cabellos anaranjados salía por la puerta de un edificio junto a su mascota, un gato negro. Ella lo llevaba atado a una correa roja, pero el animal no era arrastrado, sino todo lo contrario, iba adelante, con la cabeza al frente, como si él dirigiese al humano, y no al revés.-Qué hermoso día para dar una vuelta. Gran decisión, Vanessa –Habló el animal, campante y alegre.
La muchacha no contestó. Ella podía escuchar la voz de la criatura, pero la detestaba, por ende, la ignoraba.
Caminaron unas cuantas cuadras, hasta que la joven se detuvo frente a una gran librería, acto siguiente, ató a su animal a un árbol y se adentró en ella.
-¡Vanessa! ¡Espera, Vanessa! ¿Piensas dejarme atado a este árbol? ¿Y qué pasa si el árbol crece, me deja suspendido en el aire y acaba por ahorcarme? ¿Vanessa?
La chica cerró con fuerza la puerta a sus espaldas. Una vez dentro, recorrió el lugar con sus verdes ojos. Aspiró profundo. Le agradaba ese olor a libros y madera.
Un anciano detrás de un mostrador la saludó, y le preguntó qué podía ofrecerle.-Vine ayer. Pero la puerta estaba cerrada –Murmuró la joven.
-¿Disculpe?
-Ayer por la noche. Salí porque necesitaba reabastecer mis oleos. También necesito papel.
-Oh, ya veo, una artista. En este local abrimos a las nueve de la mañana y cerramos a las siete de la noche.
-Lo siento, no estaba al tanto.
-No, por favor, si hasta se tomó la molestia de venir, además de que ayer llovió bastante fuerte. Acompáñeme, buscaremos lo que necesite.
Vanessa siguió al hombre mayor a través de un laberíntico pasillo ensamblado por enormes estanterías de libros. En cierto punto, el anciano preparó una larga escalera, y subió a una biblioteca con cajas y herramientas varias. Tomó un paquete y lo bajó, acto siguiente, le enseñó los contenidos a la chica.
-Esto es todo lo que nos quedó de oleo. ¿Es alguna de esas marcas de su gusto?
-Cualquiera está bien, eso... opinaría mi padre –Respondió Vanessa, con cierta nostalgia en su mirada. A pesar de ser una muchacha fría y distante, esos fugaces pero maravillosos momentos en los que recordaba algún fragmento de su pasado, le devolvían el color a su olvidado corazón.
-¿Su padre era pintor?
-Supongo que sí. Recuerdo que él decía que cada oleo tenía su personalidad. No le gustaba utilizar la misma marca repetidas veces, él prefería experimentar con una diferente en cada pieza. Le gustaba conocerlas, encontrar sus fortalezas y debilidades.
-Su padre era un hombre muy inteligente.
-Creativo. Él era creativo. Llevaba el arte en su alma.
Vanessa abandonó la tienda con una cálida sonrisa en su rostro, más liviana que nunca, feliz por haber recordado un pedacito de su niñez. Pero allí estaba, su maldición esperándola detrás de la puerta, acechándola, atormentándola. El gato le sonrió, y sus hombros se volvieron pesados de nuevo. La muchacha miró hacia abajo, desató al animal, y continuó su camino de regreso a casa.
-¿Qué sucedió allí dentro? ¿Era eso una sonrisa?
Te odio, Mefistófeles.
-¿Eres feliz? ¿Recordar te hace feliz?
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Fausto
RandomFausto Antares es un joven frustrado, a pesar de tener un trabajo estable y tener más dinero del que pueda necesitar, está en constante desacuerdo con la sociedad en la que vive. Se autodenomina "Infeliz". Todo esto comienza a cambiar con la llegada...