Capítulo 8

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Parte I

Voces. Voces intermitentes que me susurran al oído una y otra vez.
Desde que llegué aquél día a casa, no logré salir. No sabía si era la paranoia, o la misericordiosa soledad, pero algo me impedía abandonar mi tenebroso claustro.

Hay ocasiones en las que intento retomar la escritura del libro, el legado de Rafael. Es la única distracción de las voces. También están las sirenas que escucho de tanto en tanto, fuera de casa. Me aterran. Me hacen pensar que alguien o algo viene a por mí. Pero no era Don Rossi a quien temía, sino al extraño sentimiento que estaba creciendo en mi interior. Mil seres diferentes me invadían con sus preguntas y respuestas, pero ninguno sonaba como Mefistófeles.

¿Fue un error?

Confiar en mí mismo, una vez en la vida, ¿Fue el peor error que pude haber cometido?
Tal vez debería dejar a un lado mi actitud testaruda y llamar a Rafael, pedirle ayuda, disculparme con él, pues solo él podía liberarme de mi tormento...

*Knock, knock*

Esa tarde, en mi húmedo y sofocante cuarto, el sonido de alguien tocando a la puerta de madera ahuyentó a las voces de la noche.

¿Quién? ¿Quién es? ¿Qué és? ¿Es él?

Comencé a temblar, no quería salir. No. Tomé el montón de sábanas que cubrían mi cuerpo y me refugié en ellas.

*Knock, knock*

Los golpes en la puerta sonaron nuevamente.

Vete. Vete. Vete. Vete. Vete. ¡Vete!

-¡Fausto, hijo! ¿Estás ahí? –La voz de mi madre traspasó los muros y llegó a mi como un salvavidas en un frío océano en el que yo mismo me había sumergido.

Abrí la puerta diligentemente, pero no sin antes espiar por la mirilla y asegurarme de haber escuchado bien, y que era en efecto mi madre y no... algo más.

-¡Hijo! Te ves muy pálido... Y mira tu casa, ¡Es un desastre!

-Mamá –Intenté calmarla mientras apoyaba mis brazos en sus hombros.

Ella notó que mis manos temblaban, y me abrazó.

No sabía cómo reaccionar.

-Sobre el trabajo, yo...

-No importa –Me interrumpió con convicción –Eso no importa ahora. Vine a buscarte. Es el cumpleaños de uno de tus primos, imaginé que tal vez querías venir, salir un poco de este cuarto.

Iba a negarme rotundamente, detestaba aquel lado de la familia y no me apetecía socializar, pero mi madre no estaba consultándomelo. Ella estaba decidida a llevarme y yo lo comprendía. Todo este tiempo preocupándome por cómo debería sentirse tras la muerte de mi padre, pero a fin de cuentas era ella quien se compadecía de mí.

Parte II

-Te llamé muchas veces. Estaba preocupada –Me recriminó, mientras le hacía de copiloto al conductor del taxi, próximos a llegar al destino.

Nos dirigíamos a casa de mi tío Eduardo, el hermano de mi padre. Era el cumpleaños de David, su hijo predilecto. Reiterar cuán incómodo me sentía con la situación, era innecesario.

-Aquí es –Mi madre detuvo al conductor, saqué mi billetera, pero mi madre me detuvo y pagó en mi lugar. A estas alturas seguro estaba enterada de mi desempleo.

La fachada de la casa era tal y como la recordaba. Lujosa, imponente. Una casa blanca en Buenos Aires. Nos dio la bienvenida Monica, esposa de Eduardo. Rápidamente nos introdujo a los invitados de camino al salón. Casi todos vestidos de etiqueta, mi madre y yo, quienes llevábamos ropa de casa, no hacíamos más que resaltar en el mal sentido.

FaustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora