Capítulo 1

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 Parte I    


Buenos Aires, Argentina. 13 de marzo de 2016.

Día soleado en Callao y Corrientes, calles bonaerenses conocidas por ser sumamente transitadas. Al estar ubicadas muy cerca de distritos comerciales y del congreso nacional argentino, los trabajadores y oportunistas abundan en ellas.
Un muchacho alto, ojeroso y de alborotados cabellos negros, suspira un mañoso monólogo interno.

-"Éxito". La sociedad considera a una persona que consiguió un trabajo y puede vivir del mismo como exitosa.
"Felicidad". Mi madre decía que la felicidad era un disfrute que viene de conseguir algo que anhelas con el alma.
¿Pero qué pasa cuando los deseos de uno no se ven satisfechos por las convenciones de la sociedad?, ¿Qué ocurre cuando la felicidad y el éxito no van acompañados de la mano?
Yo, Fausto Antares, exitoso programador de la compañía Corbenik, soy un infeliz.
Por el simple y plano hecho de que la corriente principal y yo no somos compatibles.
Sin embargo, me pregunto... ¿Es acaso un error mío, o es ésta una cruel jugarreta del dest- El ensimismado joven interrumpió su cháchara al divisar, a media cuadra de distancia, a una muchacha que le recordó a sus no tan lejanos tiempos de estudiante de secundaria. En la espontaneidad del momento, la había reconocido satisfactoriamente como a una de sus antiguas compañeras, pero comenzaba a preguntarse si ella lo recordaría a él -¿Qué hago? Se está acercando...-Se preguntó a sí mismo, nervioso y acalorado- ¿Me reconocerá, después de tantos años? Bueno, yo la recordé a ella, y eso que ahora se ve como toda una señorita.
La maquillada veinteañera, de cabellos rubios y piel bronceada, llevaba un uniforme perteneciente a una universidad privada ubicada muy cerca del edificio en donde trabajaba Fausto, al parecer, acababa de salir de clases. Por un instante, él creyó que la muchacha lo miraba fijamente. Al concluir que ésta caminaba en su dirección, decidió detenerse en su lugar, e instintivamente, alzó lentamente los brazos, esperando recibir un abrazo de reencuentro por parte de la joven. Un error. La desentendida chica siguió de largo, tal vez no lo recordaba, o peor aún, sí lo hacía.
-Qué incómodo- Pensó en voz alta Fausto, mientras abandonaba la escena, hasta subirse al transporte público, o colectivo, como le decían los porteños.
Una vez encontró lugar entre el tumulto de pasajeros que esperaban estresados llegar a sus casas, continuó con su discurso mental, pero esta vez, enfocado en otra dirección.
-Las mujeres de hoy en día son así. Al parecer, Abril es una del montón, de esas que buscan un hombre con dinero y esperan ser mantenidas por el resto de sus vidas, mientras pasan su tiempo con hombres más jóvenes y apuestos. Por supuesto que ella no tiene idea de que ya no soy el mismo que solía ser de joven. Pero ya no importa, ella puede pensar que es una diosa en bruto, pero el ideal de belleza, como las modas, cambia con el tiempo. Se adapta a lo que la sociedad del momento considera atractivo. Las mujeres que encuentras en la televisión, los hombres que salen en las revistas, todo es un encanto efímero, una belleza que es propensa a morir, cuya fecha de caducidad fue ya firmada desde el ensamble.
Yo busco algo diferente. Un tipo de belleza que pueda admirar por siempre.
Algo que, hasta donde me ha tocado vivir, no existe en este mundo.
Es por eso que me he rendido con el amor.
El amor, al igual que dios, ha muerto.

Como podrán deducir, Fausto es un individuo miserable que guarda rencor a la sociedad en la que se crió. Pero démosle un respiro. Algo de razón en sus caprichosos pensamientos tiene que haber. Pues él nació así, incomprendido, desubicado y aislado en su mundo, en el cual se hundía más y más cada día, al estar en contacto con las otras personas y sus ideologías, que tendían a ser muy distintas de las suyas. El joven, a pesar de tener un puesto importante en el área de programación de una conocida empresa llamada Corbenik a sus tempranos 21 años, no vivía con lujos. Podía comprarse un auto, pero no le gustaba manejar. Si ahorraba lo suficiente podía costearse una casa en la costa, pero no le gustaban las playas. Él vivía tranquilo en un edificio ubicado en el barrio de caballito, encarando a la avenida Rivadavia, a unos pocos minutos de viaje de su lugar de trabajo.

FaustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora