Joshua Gonzalez

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Abrí los ojos. Qué dèja vú. Pero esta vez no había un lindo bosque. Vi una pupila gigante pegada a mis ojos. Me asusté y empujé a la persona. Me hubiese encantado gritar pero probablemente se escuchó como un chillido inaudible, o un pequeño oink. Mi mano, en el acto, golpeó la pared del pasillo, e indudablemente sí se escuchó otro oink. Luego de procesar el dolor, procesé la cara de la persona que me había asustado. Y hubiese preferido no hacer ningún sonido de cerdo con una persona a mi lado. Tarde.
Con la mano que no me había golpeado, pregunté que quién era. Se rió.
«Soy muda, no sorda, puedo escuchar que te ríes».
—Y yo soy sordo, no mudo. Y en realidad tengo audífonos así que escuché tu sonido de cerdo —dijo, entre risas. —Soy Joshua Gonzalez. Un placer. Iba a pedir prestadas unas calculadoras pero vi a una chica tirada arriba de una pila de metal con un moretón en la pierna y ya que estaban todos en shock, quise ayudarla yo. No sabía que en realidad era un porcino con pelo. Ah, y dime Josh.

Solo le saqué la lengua y moví mi mano de adelante hacia atrás a la altura de mi estómago. «Gracias».
Me ayudó a sentarme y ambos reclinamos la espalda contra una de las paredes del pasillo. Me ofreció chicle. Lo miré y lo acepté.
—Y dime Puerco, ¿Cómo te llamas?
«¿Podrías no decirme Puerco?»
—Mmm, mira, Puerco, hasta que no me digas tu nombre, no. Pero puedes elegir entre Puerco o Porky. Mira qué amable soy.
«Soy Tessie. No, no es un apodo. No soy Tessa, no soy Teresa, y particularmente no soy Puerco. Soy Tessie».
—Va con tu cara, Tessie. Es lindo también.

¿Qué?

«Gracias. Ya sabía».
Bien, Tessie, bien. Si le daba esa actitud de nuevo, me quedaba sin alguien con quién hablar por segunda vez en el día. Gracias a Dios, solo se rió y se cruzó de brazos. Si lo hacía él, podía llamarme María Cerda de los Porcinos y no me molestaría en lo absoluto, pero honestamente prefería ser Tessie.
La directora pasó por el pasillo.
—Sutton, a mi oficina. Gonzalez, gracias.
Josh me dio la mano y me ayudó a pararme, me guiñó un ojo y se fue. Ridículo.
La directora me sentó del otro lado de su escritorio. Era largo en exceso. Ya me sentía bastante incómoda estando allí, y una distancia así entre ambas era aún más raro. Comenzó a hablar:
—Mira, sé que lo del banco fue extremadamente extraño, y por supuesto no fue tu culpa. No se me ocurre una explicación lógica a lo ocurrido, pero no fue por ti, por supuesto, así que quédate tranquila. También, entiendo que con tal situación te hayas desmayado. Si quieres puedes quedarte en mi oficina hasta que toque el timbre de salida.

Claaaaaro, no fue mi culpa. Nop, cero, se derritió solo.

Le dije a la directora que prefería quedarme. Luego de unas cuatro densas horas mirando el techo y masticando el mismo chicle que me había dado Joshua el cual a los 20 minutos dejó de tener sabor y a la hora ya no tenía elasticidad, pero era mejor que nada. Finalmente, el último timbre marcó la hora de irse. Le agradecí a la directora por dejar que me quede allí, agarré mi bolsa y me fui.

A la salida veía cómo mis amigas se alejaban, sin esperarme, lo que usualmente hacían. Supuse que era porque no les había contestado los mensajes. Perdonen, pero con un pedazo de vidrio enterrado en metal aforme dudaba que pudiese contestar nada. Pero no podía decirles eso. Con un nudo en la garganta, vi cómo se alejaban. Mi cara no podía evitar hacer un gesto de amargura. Pero como siempre, suspiré e intenté no pensar en ello. Hasta que vi que a su lado caminaba Joshua. Estaba un poco-muy pegado a una de ellas, Marianna. Genial. Rechiné los dientes e intenté contar hasta 10. Sentí un ardor en el cuello que me quería hacer hablar, que no me permitía abrir los ojos, que hacía que mi pecho se contraiga en espasmos. Sabía que no me iba a poder calmar, así que comencé a caminar sin más. También sabía que él no había hecho nada más que ligar un poco, pero que esas cosas me sucedieran, bueno, no pasaban nunca. Era la primera vez. Por supuesto que iba a tener una actitud descarada cada vez que hiciese eso, pero me gustaba que lo hiciera. Es lo que hacen todas, por favor. Y que se fuese caminando con una amienemiga ochocientas veces más atractiva que yo no me gustaba absolutamente nada. Nadie podía culparme. Probablemente en dos o tres semanas Joshua sería una cosa del pasado, como me pasaba con cada chico atractivo que veía, pero iba a ser un medio mes insufrible. Suena absurdo, pero es el primer chico que me habla y no es para pedirme la tarea.

Llegué a casa, golpeando la puerta de madera, cosa de no llenar el piso de hierro fundido. Sybil me abrió, e intentando cambiar la cara para que mi tía no procediera a su interrogatorio usual, entré a la casa.

—¿Y cómo te fue?

«Bien».

—¿Entendiste la clase?

«Sí».

—¿Estás cansada?

«No...».

—¿Tienes hambre?

—...

—¿Tienes tarea?

—...

—¿Te sientes bien?

Me di vuelta y miré a mi tía con una cara asesina.

—Es que, mira, Tessita. Busqué tus síntomas en Internet para ver qué puede ser —dijo Sybil con una portátil en la mano.    —Dice: anemia megaloblástica, pubertad, alergia a los cobayos, un nuevo empleo como herrero, etapas previas a una muerte súbita...

¿Pero qué le pasaba a mi tía? La miré. Solamente la miré. Revoleé los ojos y me fui a mi cuarto.

—Bueno, bueno, perdón.

Entré a mi cuarto y me tiré en la cama. ¿Para qué fui siquiera? Podría haberme quedado durmiendo eternamente y no haber derretido nada, ni haberme desmayado frente a nadie, ni haber conocido a Joshua. Aún no estaba segura de si eso era algo bueno o algo malo. Solo sabía que hoy había pasado mucha vergüenza y no me había gustado nada, por más positivismo que intentase poner. Ya quería que el día llegase a su fin.

El séptimo dragón [en pausa] #FantaAwards2017 #CarrotAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora