No me la podía quitar, por más que tironease de ella o pasase mi dedo por debajo de ella. No se despegaba de mi antebrazo. Además el mito que había contado siendo Betty... Realmente podía explicar bastante. No recordaba dónde lo había escuchado, pero sabía muy bien que no lo había inventado, que a los niños (y a mí) les había enseñado algo de verdad. Pero aún así, eso solo me ayudaba a entender la historia detrás de todo esto; no a solucionarlo ni qué debía hacer con ello. Me quedé tirada en el suelo un rato más. No quería moverme. Ya entendía que el asunto del dragón era algo importante, pero ¿cómo podía avanzar si no sabía a dónde ir?
Unos minutos después, Tía Sybil se arrodilló a mi lado y me dijo que si quería ir a la escuela entonces me quedaba una hora para salir, pero que si yo no quería, podía quedarme. Le hice una seña de "gracias", muy desganada, y me quedé pensando unos segundos. Por un lado, estaba la posibilidad de hacer otro viaje en plena clase, y que me manden a casa y no poder volver, además de todos preguntando por qué había faltado, y de que no entendiese varios temas. Pero por otro lado, ya no podía dejar de aislarme si realmente no estaba enferma. Decidí ir.
Me di una muy postergada ducha, me cambié y salí de mi casa, con Tía Sybil abriéndome la puerta, por supuesto, para evitar derretir el otro lado de la perilla. Era un día fresco y lluvioso, pero aún así caminé sin paraguas. En el camino, intenté no distraerme demasiado con mis pensamientos, o esas ganas de entrar al bosque y quedarme allí. Quizá, solo debía comenzar a aceptarlo, tomar una posición más positiva sobre ello. Tenía la oportunidad de viajar al pasado y tomar el papel de otra persona, en la misma época de años diferentes, y cada vez iba a tiempos más pasados, y no solo eso, sino a diferentes lugares del mundo. ¿A quién no le gustaría eso? Quizá la calidad de vida de Jacques era bastante mala, pero la de Betty era buena. Quizá, la próxima oportunidad sería mejor. Era cuestión de optimismo.
Regresé a la realidad una calle antes de donde estaba mi escuela. Ese golpe de suerte también debió haber sido por el optimismo, ¿ven? Quizá hubiese seguido de largo o algo así. El día se iba poniendo mejor.
Entré a la escuela, el Instituto Diego Rivera. Era un establecimiento pequeño, y solo habían unos 150 alumnos. Todos eran sordos o mudos, la mayoría ambos. Se había fundado en el 2004, cuando las familias escribieron una carta al gobierno mexicano quejándose por la falta de una escuela para alumnos con dificultades para hablar y escuchar. No todos los alumnos eran de Cali. La educación allí era mejor que la de otras escuelas especiales de Baja California e inclusive de Baja California Sur.
Al cruzar el primer patio, vi a mi grupo de amigas platicando en una ronda. En realidad yo era una persona bastante sociable y podría decirse que me llevaba bien con todos. Sin embargo, la mayor parte de mi tiempo la pasaba con ellas. Me les acerqué corriendo a saludarlas, pero cuando quise abrazarlas, se miraron y se fueron. Me quedé con los brazos semi extendidos, preguntándome qué les había hecho. Al menos, y sin querer, toqué el cierre de uno de sus bolsos y mientras se marchaba vi cómo el metal se solidificaba en su pelo. El karma es muy justo.
Si dijera que no lloré, les estaría mintiendo. Pero fue muy poco. Me limpié la cara y fui al salón de clases.
Ese día había llevado una mochila con botones en vez de cierres, para evitar fundir cosas. Pero cuando me senté en el pupitre, toqué sin darme cuenta una vara de hierro que unía las maderas de la mesa con el asiento, y se fundió completamente. Llegué a pararme antes de caer al suelo, pero aún así una parte me había golpeado la pierna derecha. Al contrario de lo que esperaba, nadie se rió o burló de mí. Todos miraban al banco fundido, luego a mí, luego entre ellos, y al banco de nuevo. «Perdón» fue la única seña que pude hacer. Eso era exactamente lo que no tenía que suceder. ¿Qué había pasado con mis mágicos poderes del positivismo? Oh, oh ¡Ahí estaban! Comencé a ver borroso y caí... No, no, ¡quería despertar! ¡No podía derretir un banco entero y desmayarme en menos de cinco minutos! ¿Cuánto más iba a llamar la atención? ¿Cuándo iba a volver a la escuela después de esto? Ay, Dios...
Apenas abrí los ojos, miré a mi izquierda, y vi a un mono tironeando de una pulsera con forma de dragón de color amarillo y celeste. Entrecerré los ojos intentando procesar la escena. Me sentía muy cansada pero sacudí la mano, zamarreando al mono. El simio soltó el brazalete, y luego me abrazó. Lo acaricié un poco y sonreí. El cielo estaba soleado, y el suelo lleno de arena. Estaba en las orillas de alguna playa. Me paré y, de la mano con el mono, comencé a caminar. Era muy tierno. Y me preguntaba dónde estaba. El simio me guió hasta unas carpas donde habían varios hombres llenos de joyas y monedas. Al verme, todos fijaron la mirada en mí. En un francés muy claro, uno gritó: "¿Qué hace esta esclava aquí? ¡Debería estar trabajando! ¡Atadla!". No sabía como entendía tantos idiomas si siendo Tessie apenas podía hablar español. Pero les entendí, y corrí hacia el mar como alma que lleva el diablo. Salté al agua y comencé a nadar. «¡Tessie! ¡Vuelve vuelve vuelve! ¡Prefiero las miradas del Instituto! ¡No estas!».
Inmediatamente después, se escucharon unos sonidos sordos pero feroces. Decenas de personas con lanzas en las manos se acercaron corriendo a toda velocidad, con furia en sus ojos y euforia en su voz. Y poca ropa, por cierto. Los franceses se alejaron despavoridos: algunos hacia sus carpas; otros, tomaron lo que pudieron y se subieron a sus barcos; y alguno que otro más se tiró al océano. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca de donde estaba, frenaron. Cinco de ellos siguieron caminando y me sacaron del mar. Luego me alzaron, y me llevaron de nuevo a tierra. Todos ellos se arrodillaron. ¿Era la líder de una tribu? ¿Les podía preguntar quién era y dónde estábamos? No me atreví, en caso de que pensaran que era una impostora o algo por el estilo. Luego de unos segundos se pararon y abrieron una especie de pasillo para que yo pasara. Seguí caminando y me siguieron. Vi que los franceses ya se habían marchado. Supuse que nos habían colonizado y el resto de la tribu aprovechó el descuido. Eso, de todas formas, no significaba que dejásemos de ser una colonia francesa, porque las actas probablemente ya estaban firmadas. Los franceses luego regresarían. Pasamos por entre las tiendas y vi unos papeles tirados. Los agarré y los leí a duras penas. Quizá era la líder porque era la única que podía leer. Solo pude leer algunas cosas de todas formas: "Madagascar". "Evangelización". "1700". "General Alex Fisher-Burton".
Uno de los miembros de la tribu se acercó y dijo:
—¡Afra Azzik! ¡Por favor, dinos qué dice, oh, sabia del dragón!
¿Sabia del dragón? Oh.
Me di vuelta, y le dije que no decía nada que no sepan ya: que venían a evangelizar la isla. Todos asintieron y murmuraban entre sí. Por entre la muchedumbre salió el mono de la mano de un hombre. Le di la mano, y el mono me soltó y abrazó. Seguimos caminando hacia donde estaban nuestras casas, y me sentaron en un trono hecho de paja y madera. Los cinco hombres que me habían sacado del mar se acercaron a mí con un coco partido a la mitad lleno de una pintura que, supuse yo, estaba hecha de henna. Pintaron en mi brazo izquierdo a un dragón saliendo del mar. Se arrodillaron una vez más, y comenzaron a alabarme con el nombre de "la sabia del dragón".
Y de ahí, no recuerdo nada más.
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El séptimo dragón [en pausa] #FantaAwards2017 #CarrotAwards2017
FantasyTessie Sutton despierta en los bosques de su pueblo natal con un brazalete cían y rosado en forma de dragón envolviendo su muñeca. Luego cierra los ojos, y está en su cama. Su tía, Sybil, le asegura que sólo alucinó con su fiebre, y que nunca se hab...