Betty White

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Me miré al espejo. Respiré hondo y observé fijo a cada una de mis lágrimas hasta que se secaron. Luego, miré al dragón. Sin dudas esto me hacía tener esos sueños... o realidades... o lo que fuere. Quizá era un viaje astral o algo así. Lo que fuese, no me gustaba para nada. Me quité el brazalete y lo guardé en un cajón. Decidí que al día siguiente iría a la escuela: ya era como el segundo o tercer día sin ir. Bajé las escaleras y toqué a Tía Sybil por el hombro. La miré fijo y levanté un poco las manos: «Mañana quiero ir a la escuela. Me siento sola. Triste. Quiero a mis amigos. Extraño la rutina un poco». Mi tía se rió y dijo que sí, que podía ir si me sentía mejor. No entendí la risa, pero el hecho de que iba a salir de mi casa eran buenas noticias. No lo cuestioné y decidí ir a caminar un poco para acostumbrarme a estar afuera. Pero antes quise buscar mi teléfono: si me pasaba algo, al menos quería llamar a Tía Sybil. Luego de buscar un poco, lo encontré enfundado con una servilleta en una alacena. Ni siquiera sabía por qué se me ocurrió buscar ahí, pero allí estaba. Ni por qué Sybil quiso ocultarme el móvil. Aún así lo agarré, lo guardé en mi bolsillo y encaminé hacia la puerta. Pero antes de que pudiese tocar las llaves, mi tía se apresuró a agarrarlas primero. «Pensé que podía salir», dije. Sybil dijo que sí, que podía salir, pero que ella me tenía que abrir la puerta. «Bueeeeno», pensé. «No le voy a discutir».

Me despedí de Tía Sybil y salí a la calle, la cual no era como las calles de una ciudad: era de tierra, y si no fuese por una valla, no se sabría cuando empezaba el pequeño patio que había delante y cuándo comenzaba el espacio público. Aún así, el Valle de Cali, mi casa, y mis calles, me gustaban mucho, y no me imaginaba mudándome a otra ciudad más grande; ni siquiera a otro pueblo de Baja California. Caminé un par de cuadras, y noté que el clima estaba notablemente más frío que la última vez que había salido (o que había imaginado, o soñado, o de lo que recordaba...), y sentía como mi cara se iba enfriando, y hasta me lloraban un poco los ojos. Me pregunté en qué estación estábamos. Probablemente era otoño, pero decidí mirar la fecha en mi teléfono. Lunes, 4 de agosto de 2014. Miré para arriba y comencé a pensar... Lunes, 4 de agosto. Esa era la misma fecha que me dijeron Pierre y Alan, solo que, bueno eso fue en 1947. Y no me la dijeron a mí. ¿O sí? Pero el día de la semana y número de mes eran el mismo, lo cual me sorprendió. Y dejando de lado las casualidades, sí, era otoño. Y al día siguiente, martes, ya iba a comenzar a ir a la escuela de nuevo. Realmente me emocionaba eso. Quería escribirles a mis amigos, comentándoles que iba a regresar. No me atrevía a decirles lo del brazalete de dragón. Tampoco sobre los sueños y eso de que era una persona pero era yo a su vez. Era demasiado raro, y me dije que tenía que ocuparme yo sola de eso.

Pero miré mi celular... y se había derretido en mi mano. Lo único que no estaba completamente fundido era la pantalla. Me asusté, y automáticamente me agarré el pecho y tiré el teléfono hacia el pasto. Apenas tocó el suelo, el metal se solidificó, aunque no recobró su forma anterior. Apoyé mi mano sobre mi cara: no sentí calor, ni restos de metal, ni nada por el estilo. Es más, estaba fría, como el aire del Valle de Cali. Agarré el vidrio, y pensé que era mejor ir con Sybil y decirle. O intentar explicarlo. Caminé hacia la entrada y toqué la perilla de la puerta en un intento de abrirla... Solo para que se fundiese y cayese en el suelo como si fuera agua. Me miré la mano y tampoco tenía restos de metal, ni en estado líquido. Ya no sabía qué cara poner. No me lo podía explicar. Ni el clima ni mi temperatura corporal podrían hacer eso. Nunca me había pasado. Golpeé la puerta, y por suerte, esta no se quemó ni nada parecido. Sybil abrió la puerta.

Levanté las manos, pero no sabía qué decir. «Agarré el celular. Se derritió solo de estar en mi mano. La perilla de la puerta también. No sé qué estoy haciendo mal. Siempre me pasan cosas raras. ¿Qué hice mal?»

—No hiciste nada mal... Solo tomar el teléfono cuando te dije que no te lo daría. Lo dije por algo.

«Entonces, ¿podías explicar todo esto y no me lo dijiste? ¿Qué tiene que ver? ¿Cómo es posible que pueda derretir metal solo con tocarlo?»

El séptimo dragón [en pausa] #FantaAwards2017 #CarrotAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora