Prólogo.

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—UN PASO MÁS LEJOS—

Se despertó en medio de una oscuridad absoluta. Una oscuridad acompañada de un silencio tan grande que podía escuchar la forma en la que su corazón amenazaba con salirse de su pecho.

Primero lo atacaron los nervios y luego vino lo peor, el miedo; una oleada de pánico que se sintió caliente en sus venas. Se colocó de pie y empezó a caminar con mucho cuidado hacia adelante. Tenía miedo a que, de pronto, el suelo bajo sus pies desapareciera y empezara a caer infinitamente, tal como se encontraba cayendo su corazón en ese instante. Con un pie delante del otro, palpando con delicadeza, y con sus manos hacia arriba, llegó hasta lo que parecía ser una pared fría de hormigón.

Aguzó el oído, esperando captar más que el goteo que parecía llegar de todos lados a la vez. El mínimo sonido hacía eco en la habitación, como si los sonidos provinieran desde el interior de su cabeza.

«Vamos, piensa. Piensa, piensa, piensa.», se decía repetidas veces. Siempre había sido bueno pensando, y estar atrapado clarificaba bien su mente.

¿Dónde se supone que estaba?

No recordaba demasiado. Sólo lo suficiente.

Estaba acostado en una camilla, pensando en su hija y en su esposa, cuando entraron un par de hombres y le dijeron lo llevarían a un lugar mejor.

Se preguntó si por «un lugar mejor» se referían a un lugar donde iba a salvarse, o un lugar donde morir mejor.

Lo cambiaron de camilla, apenas tratando de hacer contacto con él. No se sentía enfermo, pero aquellas cosas con sus estallidos de colores rojos y verdes parecían no mentir.

—¿Qué están haciéndome? —Preguntó, observando las bombillas pasar una a una por delante de sus ojos.

—Salvándolo. —Respondió uno de los muchachos.

Salieron al frío de la noche, lo metieron a una ambulancia y miró a una persona al final de la calle. Recordaba ese cabello, esa forma de caminar, y el corazón se le cayó cuando notó que era su hija. Ella apretó el paso y empezó a correr hacia él. Se puso en los zapatos de ella, debía asustada. Le estaban quitando parte de su existencia.

—Tranquila, amor —dijo para sí, como si ella pudiese escucharlo—. Te amo. Estaré bien.

Una vez dentro, las puertas se cerraron. Había un hombre un poco obeso con él allí dentro, el cual lo miraba con una sonrisa en el rostro.

—Todo va a estar bien. —Le dijo, como si le leyera los pensamientos.

Se quedó quieto, sin siquiera mover un músculo, cuando sintió un pinchazo en el brazo. Sintió la aguja rasgar su tejillo y llegar a la vena. Respiró hondo, entonces todo empezó a perder el enfoque, hasta que entró en la oscuridad absoluta.

Es el último recuerdo a colores que tiene. Lo demás es mental, como si hubiese pasado sólo en su cabeza. Ni siquiera estaba seguro si eso había pasado realmente.

Recuerda disparos, una pequeña explosión. Recuerda gritos de pánico, el horrible sonido de metal contra metal. Y, al final, unos brazos elevándolo.

Para cuando se despertó en esa habitación oscura, los recuerdos ya no eran claros para él.

Llegó a la pared y se aferró a ella como a una rama que le salvaría la vida.

Pocas veces se sintió en peligro, y esa era una de esas veces.

Sabía que escapar era imposible, así que descartó la idea de inmediato. Sólo era cuestión de esperar a que algo pasara, lo que fuera.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora