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Cuando me despierto, no estoy en mi cama. Escucho voces, risas, golpes. Sé dónde estoy.

Abro los ojos y me encuentro con esos ojos oscuros que me han destruido, esos tan negro como la noche y fríos como el hielo, que hacen mi cuerpo flaquear o me inyectan el impulso de querer salir corriendo sin un destino en mente. Tiene esa clase de ojos que jurarías que no son humanos. Hoy él lleva el cabello pegado a su frente por un sudor brillante y tiene una sonrisa en el rostro. Debo tener cara de terror, porque eso alimenta su instinto psicópata.

—¿Cómo estamos hoy? —La voz le sale ronca, como si estuviese un poco enferme. O tal vez sea la furia por algo que no existe.

Nunca he respondido nada de lo que me pregunta, o nunca he objetado nada. Simplemente le entrego mi vida y me quedo quieto, con la esperanza de que cese de golpearme. Así que no le respondo y espero algún golpe. Paso un segundo, y otro, otro, otro y otro más, pero no me hace nada. El salón queda en silencio y alguien habla.

—Tienes que aprender a dejarlo en paz, Isaac.

Abro los ojos y echo la vista por la sala, buscando el dueño de la voz. Isaac se voltea hacia un tipo que está en el grupo detrás de él.

—¿Por qué siempre tienes algo inteligente que opinar, Nehil? ¿No te basta sólo con tu trabajo?

Es Nehil. El Dr. Nehil.

—Es que no tiene sentido. Tú no tienes sentido. Lo golpeas, lo dejas mal, ¿para qué? El Supremo lo quiere con vida. Cree que tiene respuestas para lo que buscamos.

—¿En serio crees que éste pedazo de... —no termina de hablar, sólo me señala con su dedo, acusatoriamente— tiene alguna información que nos sirva de alguna mierda?

—Su procedencia nos hace creer que sí.

—¿Entonces qué?

—Deberías hablar con él, o déjame y lo hago yo. Después de todo, uno el raciocinio, algo que tú pareces haber perdido hacía mucho.

Isaac lanza una risa sarcástica, levantando la cabeza para mirar al techo cuya luz no alcanza. Levanta luego una mano y retira el cabello de su frente, cerrando los ojos.

—No puedes estar hablando en serio, Nehil.

—Pero lo hago.

El salón se sumerge en un silencio casi tan parecido como el del espacio exterior. Isaac, que ahora está justo delante de mí, con sus labios fruncidos por la rabia y sus ojos fijos, asiente al mirarme. No es asentimiento como si yo tuviera razón o que acaba de entender algo, es un asentimiento que me indica que me he salvado por ahora. Es una especie de trato el que me hace.

—Bien —dice, sin ganas. Ahora me da la espalda y da cortos pasos hasta llegar a Nehil, quien se ajusta las gafas—, es todo tuyo ahora.

Isaac se acerca a la puerta. Tiene un caminar seguro sobre sí mismo. Es un tanto impresionante. Sale de la habitación y muchos de los sujetos que estaban reunidos para ver el espectáculo, lo siguen hacia fuera.

Yo no tengo movilidad alguna, pues estoy atado a una silla de metal, pero, sino lo estuviera, seguro me levantaría y me iría también. Pero no. Me quedo totalmente quieto, mirando al doctor Nehil, quien ahora está parado a unos pocos metros de mí, con una mirada perdida más allá de mí, más allá de cualquier cosa creada por el hombre. Yo me lo quedo mirando porque es un asunto hipnótico la forma en la que su pecho sube y baja, y su mente repartida en muchas partes a la vez. No es que quiera hacerlo, pero me veo en la obligación de sacarlo de su nube.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora