El aire frío camina libremente por las calles, entra por la ventana abierta al otro lado de la habitación y me cubre como una madre cubriría a su hija.
Se me ponen los vellos de punta de inmediato y me empiezan a tiritar los dientes.
Es la época fría del año y la nieve no tardará en llegar y teñir el horizonte en un blanco perfecto. Mientras eso pasa, nos quedaremos en la comodidad de un conjunto de casas que hemos encontrado a mitad del camino hacia nuestro paradero final: La Colonia.
Dean nos ha dicho anoche que es un lugar bastante bonito. Yo pensé que nos tomaba el pelo. «Oh, vamos, Dean, deja el cinismo. No hay lugares bonitos hoy en día.», recuerdo haber pensado cuando cenábamos, cerca de una fogata que mantuvimos baja la noche entera, como para darnos el calor suficiente, pero para no delatar nuestra ubicación.
En fin, en La Colonia están los que se hacen llamar los Areadores. Según Dean, es un grupo que, a comparación de lo que era Metrópolis, son mucho más pacíficos.
—Les voy a ser sincero, chicos —dijo de pronto, levantando una mano al aire y sacudiéndola para llamar nuestra atención—. La verdad es que al lugar adonde vamos no es mejor que el lugar de donde venimos. Pero, como lo hemos perdido todo y dadas las circunstancias, allí vamos a estar a salvo, ¿entendido?
Ninguno de nosotros dijo nada. En el silencio que se impuso luego de sus palabras, sólo logramos escuchar un fuerte grito de Arthur proveniente de las habitaciones de arriba. Yo estaba cerca de la puerta, mirando hacia las casas del otro lado, imaginándome la vida antes de la Fiebre. Me imaginé a un par de chicos en sus pequeñas bicicletas a mitad de la calle. No se veía como un lugar con mucho tráfico, tal vez uno que otro auto cada cinco minutos; esos niños estaban seguros. Y a sus padres los visualicé sentados en los bancos que dan la espalda al pequeño parque, donde seguro se reunían las madres con sus bebés, los dejaban en la caja de arena o en los toboganes y se disponían a hacer pilates o a apilarse todas junto a los otros bancos que están más allá de la valla que limita el parque con en pequeño lago y se contaban anécdotas de sus esposos, avances de sus niños o qué tal les había ido el día anterior.
Desde ese punto donde estaba parada, podría ver un hermoso amanecer si me mantenía toda la noche despierta, cosa que no me resultaba un problema.
Desde que salimos a kilómetro y medio de Metrópolis, como ratas que salen a la superficie después de un tiempo, dormir se me ha complicado. Cierro los ojos y los abro de golpe porque, en la oscuridad que se me presenta, observo la sonrisa de mamá, a papá y, por último, a Marcos. Nunca es fácil observar en la mente aquello que se perdió. Además de los horribles sonidos que emite Arthur a mitad de la noche, como si le doliera todo el cuerpo y en algún momento fuese a morir. Así que doy media vuelta en la cama, me pongo contra la pared, bocabajo, mirando al techo, mirando a la puerta, y nada de sueño. Tal vez dormir se me complique por el miedo a tener algunas pesadillas.
Y, cada noche, mientras los demás duermen, hago un pequeño turno de vigilancia. No es que me lo pidan ni que me nazca hacerlo, lo hago porque lo veo necesario. Vi a esos hombres cuando se llevaron a Marcos y estoy segura que uno de ellos nos vio meternos a las alcantarillas y pensó que lo más normal que podían hacer era seguirnos el paso.
Es lo que yo haría, en serio.
Así que de noche salgo y escruto el lugar, achicando los ojos para poder mirar más allá de la oscuridad, con la poca luz que me brinda la luna.
La luna ha supuesto una total importancia ahora para mí. Es mi única compañera en mi insomnio; está allí siempre, como si me escuchara. Debo confesar que le hablo, aunque a veces. Le hablo a la luna de todo en general. Me es difícil dejar los recuerdos, ¿sabes? Me es difícil vaciar mi mente de ellos. Se agolpan todos en esos momentos claves donde estoy vulnerable a lo que sea.
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El Último Respiro.
Science FictionEn un mundo devastado, hasta la esperanza parece haber abandonado sus cuerpos. Kim tiene una gran elección entre la vida y la muerte. Y ella dará su última jugada por proteger aquello que le pertenece. Con el aura de peligro, más vale no romperse...