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KIM

Algo bueno se aproxima. Es casi el último día de la semana. Todo ha pasado tan rápido y tan lleno de aburrimiento que ni siquiera me siento capaz de decir qué hice durante toda la semana. Sólo fueron horas vacías con conversaciones que no llegaban a ningún lado, y reuniones por parte de Dean y Tysen.

Ni siquiera puedo ver a Tysen ahora. Pienso que es un idiota. Pero tampoco puedo echarle la culpa del todo, porque, cuanto más me lo pienso, más me doy cuenta que de verdad él fue el que me ayudó en la mayoría de las cosas. No es que yo no pudiera lograrlo por mí misma, pero vamos, tú entiendes. Y, además de todo eso, sé que me oculta algo, aunque no sé realmente qué es lo que me oculta.

Los últimos tres días me he encontrado con Jeffrey en el comedor. Es un gran chico después que lo conoces bien; tiene buenos puntos de vista respecto a lo que pasa, y su miedo a la muerte no es más que una gota. Anoche le pregunté que de dónde sacaba tantas ganas de morir, y lo primero que hizo fue reírse como si yo estuviese metiendo mis manos debajo de sus brazos, haciéndole cosquillas. Cuando se calmó por fin, me dijo que no eran ganas de morir, sino ganas de vencer al virus. No le entendí del todo, pero él lo hacía; por la seriedad en sus palabras, supe que no creía en nada más que eso.

Nos habíamos encontrado luego con Aria. Aún no me acostumbro a llamarla Aria. Muchas veces se me escapa llamarla por su nombre completo, y ella se lo toma a la ligera, pero sé que, en el fondo, le fastidia un poco.

«Aria es la chica que lo perdió todo», me dijo el martes a la noche. Estábamos fuera del recinto; ella con una manta gruesa cubriéndola del frío de la noche y yo muy cerca de ella, frotando mis manos y con la mirada sobre el cielo gris.

Recordé, aunque por un pequeño par de segundos, los días en que salimos de Metrópolis y llegamos a las casas abandonadas, los días con noches en que no podía dormir y la Luna era mi única compañía. Y qué bien se siente tener a alguien que de verdad me conozca, alguien en quien puedo confiar.

—Mañana será un buen día. —Jeffrey está sentado a los pies de la colcha.

Aria, que está a mi lado, se echa un poco sobre mí y me golpea con el hombro. Como tengo los pies cruzados, siento por un instante que voy a caerme, pero la pared y su fricción me ayudan a no hacerlo.

Sé que Jeffrey está un poco nervioso respecto a mañana. Aria también lo está. Y yo, bueno, no tienes una idea del remolino de sentimientos que corren justo ahora por mis venas. No es más que un líquido tan caliente como la lava.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer? —Aria me mira, pero yo no la miro. Estoy mirando un punto en el suelo, tratando de pensarlo bien.

—Estoy segura.

—Nada puede salir mal —Jeff habla un poco bajo ahora. Tiene miedo de ser escuchado—. Sabemos exactamente lo que tenemos que hacer. Y, Kim, por favor, cuídate mañana.

Sé por qué se despide ahora. Por como armamos el plan, sabe que ahora podría ser la última vez que nos veremos.

—Seré muy sigilosa. Estén tranquilos. Yo volveré.

Digo que volveré porque sí volveré. De verdad quiero volver. Quiero lograr mi cometido y saber si Marcos está bien, o si puedo salvarlo.

Es una promesa que quiero cumplir.

Luego de un corto rato de silencio, Aria agrega unas palabras:

—Yo voy a esperarte.

Y eso es lo último que decimos. Lo siguiente que pasa es que Jeff y Aria se colocan de pie y me abrazan a la misma vez.

Los abrazo a ambos con mucha fuerza, como si de esta manera pudiera tomar una parte de ellos que me acompañe mañana al amanecer. Y luego, se alejan por la entrada y desaparecen al cruzar el umbral.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora