A la hora de la cena, suenan estridentemente unas bocinas que podría escuchar hasta unos dos kilómetros de distancia.
Al principio me había asustado, sí, pero luego Ariadna ha soltado una carcajada y me mira como si yo hubiera perdido completamente mi dignidad. Me la quedé mirando con cara de «¿qué te pasa?» y ella tuvo que controlar su respiración para luego decirme que nada malo pasaba, que sólo era la hora de tomar la cena.
Nosotras estábamos aún en las escaleras para entonces. Las personas empezaban a bajar y las de ese pasillo salían de sus habitaciones. Había muchos jóvenes, era como un instituto. Los pocos adultos tenían caras cansadas y lucían marginados, como si la vida les hubiese dado una cachetada tan fuerte que perdieron la razón.
Ariadna me dio una palmada en la espalda y nos colocamos de pie. Yo, en ese instante, me empecé a preguntar dónde estaría el comedor. No había algún edifico y, por la fachada del lugar, no parecía haber un salón grande como para albergarnos a todos.
A medida que bajábamos, el olor a comida inundaba los pasillos. Olía a guiso, y a pan recién horneado, y a carne frita. El estómago me empezó a rugir y no me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta entonces.
—Huele bien, ¿no es así? —La voz de Ariadna me sacó de mis pensamientos.
Yo no respondí, simplemente asentí y seguí avanzando detrás de ella.
Habíamos llegado a la planta baja, y ella se internó en las escaleras que bajaban. Yo me extrañé un poco. Eso nos llevaría al sótano.
Estuve a punto de preguntar algo cuando el rumor de cientos de voces viajó por el aire hasta llegar a mis oídos. ¿En serio había un comedor en el sótano? Bueno, era algo que necesitaba ver.
Me adentré a los escalones y los bajé con rapidez. Y, efectivamente, allí estaba, mejor de lo que yo alguna vez pude haber imaginado.
Tenía el aspecto de un comedor de secundaria, pero con menos aire y una tonalidad más tenue. Las bombillas blancas no hacían muy bien su trabajo.
Era un gran salón incluso más grande que las dimensiones de la estructura. Las mesas estaban repartidas en largas columnas que cruzaban el sitio, entre las bases de concreto. Montones de personas hablaban, reían, susurraban, y el olor a comida era como estar en el cielo.
Me volví para mirar a Ariadna y ella arqueó las cejas y sonrió.
—¿No está mal, eh? —Su voz casi fue un susurro en es espacio.
—Vayamos. Tenemos que comer.
***
—Entonces déjame entender. Dices que se lo llevaron, no sabes a dónde, pero vas a ir por él. ¿Acaso estás demente? Dudo que Eros te deje salir.
Ariadna me habla en esa voz tan preocupada que usa casa vez que piensa que perdí la cabeza. Está delante de mí, con su cuchara de plata a mitad de camino a su boca, con un sorbo del caldo de ciervo. Yo, por otro lado, ni siquiera lo he tocado; he empezado dándole un par de mordiscos al pan de sésamo.
—No lo entendería, Ariadna. Es un tema que no había hablado con nadie hasta ahora. Sé a lo que me refiero, pero simplemente no puedo expresarlo en palabras. Tengo que salvarlo.
Cierra los ojos y niega con su cabeza.
—Pero no sabes dónde está.
—Se los llevaron hombres de Los Espectros.
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El Último Respiro.
Science FictionEn un mundo devastado, hasta la esperanza parece haber abandonado sus cuerpos. Kim tiene una gran elección entre la vida y la muerte. Y ella dará su última jugada por proteger aquello que le pertenece. Con el aura de peligro, más vale no romperse...