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 No puedes no decir que la suerte existe cuando corres suerte.

He llegado a pensar que sería todo, ¿sabes? He llegado a pensar que en algún momento vamos a quebrarnos y no quedará más de nosotros que lágrimas y, pasado eso, el cuerpo.

Es casi imposible siquiera pensarlo, por lo menos, para mí lo es.

Cuando Tysen reconoció a Jeffrey, casi mi corazón se cayó. Pero no de tristeza, sino de emoción. Sentí una adrenalina que pude haber dado un grito. Pero no grité, claro. Eso no me hubiese dejado bien.

Así que, pues, Jeffrey es la mano derecha del presidente en La Colonia. Eros los había mandado a recolectar alimentos y medicamentos en la ciudad.

—Hacía bastante tiempo que no salíamos de La Colonia, ¿no es así, Thom? —Le lanzó a su amigo una mirada inyectada en felicidad.

Thom asintió con rapidez y luego se acomodó en el asiento.

Ah, sí. Casi olvido una parte. Luego de todo ese mal entendido, Dean logró explicarles, en un resumen, lo que pasó en Metrópolis y que no nos quedaba adónde ir, así que nos movíamos directo a La Colonia. Recuerdo la cara que puso Jeffrey. No era una de «¡Mira qué ilusos, piensan que podemos ayudarlos!», sino de «En serio tenemos que ayudarles, tío.» Así que nos pidió que lo acompañáramos.

Eso fue justo lo que hicimos después de que Dean le entregara su bolso, que estaba lleno de comida, botellas de agua y alguna que otras píldoras que encontró en las bodegas o sótanos de las casas.

—Creo que Eros estará encantado de volverte a ver, Tysen. Me habló mucho de ti en los últimos dos meses. Se te echa de menos.

Jeffrey tomó con fuerza el volante y lo giró bruscamente hacia la izquierda, acercándonos a la ciudad.

Apoyé la cabeza en la ventana y observé el cielo estrellado. Como las ventanillas de la parte de adelante estaban abiertas, el aire me entraba a los ojos, por lo tanto tenía que cerrarlos cada vez que podía.

—Estoy ansioso. —Le respondió Tysen, girando la cabeza como un péndulo hacia el asiento del piloto.

A mi lado, Fire bufó. Cuando me volví para verla, tenía los ojos cerrados y tenía una mejilla roja, pero no un rojo suave, como cuando alguien está sonrojado o algo así, era un rojo fuerte, como si hubiese recibido un golpe.

Ella se percató de que la estaba mirando y forzó una sonrisa que desapareció un microsegundo después.

—Kim también está ansiosa, ¿no es así? —Habló Tysen después de un rato. Se acomodó en el asiento del copiloto para mirarme por sobre su hombro.

No tenía muchas ganas de hablar, por lo que lo dejé al aire.

—¿Kim? —preguntó Jeffrey enseguida—. Bueno, Kim, supongo que te debo una disculpa. Lamento si te lastimé.

Cosa a la que tampoco dije nada. Yo entendía las cosas que ellos tenían que hacer para mostrar su fortaleza. Esas vendrían siendo las cosas que yo haría también. Claro, si alguna vez hubiese tenido la oportunidad.

La noche sigue avanzando y, incluso con el frío, siento líneas de calor que se disparan a lo largo de mi cuerpo. Los árboles que están al lado de las aceras o los que están en el parque al centro de la ciudad se estremecen con furia, en una danza desorganizada, y las hojas corren por las calles y chocan sin cuidado contra las instalaciones. Por la ventana puedo ver lo poco que ha quedado del mundo, entonces recuerdo aquella vez en que vine con Marcos. Las tiendas siguen igual, sólo que ahora ha empezado a crecer enredaderas en las paredes y los carteles lucen oxidados.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora