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Puedo sentir el sabor salado y metálico de la sangre en mi boca. Puedo sentir un líquido cálido bajándome desde la sien hasta la barbilla, y luego goteando, manchándome la camiseta. Y puedo sentir hasta el último músculo contraído por el dolor.

Puedo sentirlo todo.

Mi respiración es pesada, tanto que me nubla la vista y ni siquiera sé lo que hay más allá de mis párpados. Todo es oscuro, como si hubiese quedado ciego. Pero no es así, y lo sé porque puedo mirar la luz que entra por debajo de la puerta que hay delante de mí.

Trato de aguzar el oído un poco, esperando lo que sé que vendrá. Hay voces que ríen, otras que hablan fuerte, y escucho metal. Éste sonido siempre hace que la sangre se me congele en las venas y que mi columna se vuelva de hielo.

Luego, silencio total.

Aprieto mis dientes, cierro los ojos con fuerzas, pero nada pasa.

—¿Qué te pasa, muchacho? ¿Estás asustado?

Sí, lo estoy, pienso, mas no digo, porque no creo tener voz para ello. Y, como no respondo, alguien estalla en risas.

—Hagamos un trato, uno bueno. ¿Qué te parece?

Lo puedo sentir agachado delante de mí, muy cerca de mis rodillas. Si tuviera energía, aunque sea un poco, levantaría un pie y lo patearía. Ya no me importa nada. No creo que me pueda castigar de una manera peor de lo que ya ha hecho hasta ahora.

—Esta vez quiero que me digas las cosas que tú sabes. Ya no más golpes si hablas. Ya no más de todo esto. —Cuando habla lento, puedo sentir impotencia. Puedo sentir hasta la última vibración de mi sangre. Puedo sentirlo todo.

—No creo que esté funcionando esto, Isaac. Sólo míralo. No creo que él esté razonando de una manera adecuada. Ha perdido mucha sangre. Creo que deberíamos darle un descanso.

Al principio, creo que todo es producto de mi mente. Una alucinación. Nadie jamás en la vida había dicho tan buenas palabras como esas. Quiero, de pronto, levantarme y darle un fuerte abrazo al dueño de la voz, porque va a sacarme del sufrimiento. Va a...

Siento un fuerte golpe en la mejilla derecha y es cuando vuelvo a cerrar con fuerza los ojos de nuevo.

Pero tengo que ser fuerte. No puedo cerrar los ojos, porque si lo hago, voy a desmayarme, y es lo último que quiero ahora.

Trato de respirar como es debido. Trato de mantener la calma y, sobre todo, trato de no soltar ni una sola lágrima. No lo merece.

Aprieto con fuerza el borde de la silla. Parece que el metal se incrustará en mi piel por la fuerza con que lo estoy haciendo, si es que puedo llamar a eso fuerza. Entonces escucho a un par de voces venir de la nada. Las palabras que dicen no tienen ningún significado, pero estoy seguro que he escuchado algo como «Arthur», y «fuego».

Me quedo totalmente quieto, tratando de no mover siquiera un músculo. Mis ojos pesan y no puedo abrirlos. Hasta quedarme absolutamente quieto me resulta doloroso.

De pronto, después de un rato de total silencio, alguien dice:

—Suéltenlo y llévenlo a una habitación. No podemos perderlo tan rápido.

***

Creo que me he quedado dormido, y no me sorprende eso, sino el hecho de que he vuelto a despertar. La única verdad es que pensé que, luego de ese momento, no iba a volver a tomar alguna otra bocanada de aire fresco. Iba a morir, y así lo sentí en los huesos y en el dolor que corría por cada sinapsis que me compone.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora