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Engañar en fácil, pero a él no se le da bien. Bueno, no es que no se le da bien con todos, es sólo que no funciona conmigo. Y la razón por la que no termino de tragarme el cuento es porque lo conozco mejor de lo que él cree que lo conozco.

Me río mientras estoy mirando mi reflejo en el cristal de la ventana. Es una horrible idea que de verdad todo haya funcionado. Y puede que de verdad el Supremo tenga razón y Arthur sea un hijo de perra. No un hijo de perra porque sea un tipo malo, sino que es tan brillante que de verdad lo logró.

Logró manipular mentes humanas.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal cuando la idea recién toca mi mente. Es que, mírenlo así: piensa en algo que es casi imposible, lo más imposible que puedas imaginar, y luego imagínalo hecho realidad.

Y la chica de la que él me ha hablado, Kim, también la conozco a ella. La conozco como conozco a cualquiera que pertenezca a La Región. Aún está en mis recuerdos, a veces. Pero dudo mucho que ella me recuerde, como es el caso de Marcos.

Soy una página arrancada del libro de sus propias vidas. Una gota en el océano de su memoria.

Cuando vi a Marcos nuevamente, juré que estaba volviéndome loco. No podía digerir el que de verdad estuviera allí. Sabía que estaba despierto en cuanto entré a la habitación, pues, en el pasado, también me había hecho la misma broma. Es lo que él hace; la clase de cosas que nunca cambian.

Hablar con él es mejor ahora. Antes no éramos más que solo niños que tenían una gran responsabilidad en sus manos. Él era divertido como no tienes una idea. Y aunque estuviese asustado en muchos momentos de la vida, él seguía adelante, porque allí estábamos Kim y yo.

«Marcos, ¿cuántas veces tengo que morir por ti?». Recuerdo cuando Kim le dijo eso. Yo estaba a un lado, con pulmones cansados por los escalones que acabábamos de subir. Y esa frase jamás pudo haber sido más en serio.

Kim se sometía a todo tipo de pruebas porque a su padre no le quedaba de otra. Porque, según Patrick, cuando trabajas para el Gobierno, pierdes completamente el control de tu propia vida. Así que él perdió el control en lo único que de verdad pudo haber llegado a querer: su hija.

Dejamos de ser niños para ser pequeños experimentales. Nos inyectaban para saber cómo reaccionaríamos, nos implantaban objetos muy pequeños, de metal, dentro de nuestros cuerpos. A veces entiendo el que Marcos estuviera asustado, y Kim pagaba por ello con dolor.

Lo curioso de Kim es que, cuando Marcos me cuenta de ella, de la chica que conoció aquel sufriente día en las vías del tren, es la misma chica que yo conocí. Es la misma chica fuerte que era cuando estábamos bajo tutela de Arthur.

Su padre me dijo una vez que todo es temporal. Me lo tragué como un tonto y nosotros tres, pequeños manipulables, no nos dimos cuenta de lo que vendría después.

Le llamaron la prueba final, tan mortal como recibir un disparo a quemarropa.

—¿Qué observas?

La pregunta viaja desde mi espalda. No hace falta que me voltee para saber quién es.

—Sólo pensaba.

Isabela se coloca a mi lado. Huele a humo, no la clase de humo normal, sino el humo de los cadáveres que se calcinan a pocos metros de La Región.

—¿Cómo te fue? —Le pregunto antes de que ella me pregunte en qué pensaba—.

—Como siempre. Lo bueno es que el olor ya no es tan malo una vez te acostumbras.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora