EPÍLOGO

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«Y si en algún lugar, en un momento muy lejano nos volvemos a encontrar, prometo enamorarme profundamente de ti». Recuerdo cuando me dijiste eso, Marcos, y lo cumpliste. Me hiciste enamorarme de ti, y no te echo la culpa por eso, pues me mantuvo humana.

En el momento en que he abierto los ojos, supe que algo malo había pasado. La sensación me calaba los huesos y me estremeció sobre la camilla. Pero no pude haberlo sabido entonces, Marcos. ¿Cómo pude haberlo sabido? Resulta que sé menos de lo que pretendo saber.

Mis ojos se cerraron y no pude hacer nada por eso, y lo he recordado todo. Ya no había agujeros negros en mi pasado, y noté también que todo lo que pensé que era de pequeña era un mentira; eran recuerdos que no me pertenecían, todo había sido implantado. Gran parte de lo me representada era dolor. Ahora entiendo en porqué de todas las marcas que tengo en el cuerpo, y muchas son por ti. Resulta que mi forma de hacerte saber que te quería era buscando mi propia muerte. Eso no ha cambiada, pues últimamente lo he estado abandonando todo por ti.

Recordé agujas, bisturís. Recordé pinzas, sangres y vendajes con sangre. ¿Eso es propio de la vida de un niño? No lo es. Y todo eso no era ni cerca de lo que yo recordaba. Tenía en la memoria recuerdos felices con mamá y papá: vacaciones a la playa, recibir juguetes y peluches enormes y muchas cosas que me han sacado sonrisas. Pero era una esclava; tú eres lo mismo.

Seguía tirada en la camilla con el corazón latiéndome peligrosamente rápido y el pulso en las sienes, palpitándome como un par de corazones más pequeños.

Quería ponerme de pie, y lo intenté. No lo sé, pensé que me dolería, pero estaba más fuerte que antes, incluso. Como si lo que hubiera hecho fue tomar una siesta que duró días. Y yo seguía preguntándome lo mismo: ¿qué había pasado?

Estaba confundida, aterrada y diminutamente feliz por seguir vida. Las emociones se personificaban en un ser invisible que me abrazaba con fuerza.

Abrazar con fuerza. Recuerdo tu último beso, Marcos. Recuerdo tus brazos y cómo me sostenían éstos. En nuestro lecho de amor, me sentí más cerca de ti que de mí misma. Y elegí morir por preservarte. ¿Qué estaba haciendo caminando ahora?

Me llevé las manos al pecho, pensando que encontraría vendas o algún corte, pero sólo he encontrado mi piel cubierta por una suave tela.

Llegué a la puerta de la habitación vacía. Dejaría atrás el pitido de las máquinas y el olor a alcohol médico.

La manilla estaba tan fría como el hielo. Abrí la puerta y me encontré con un pasillo vacío. No, vacío no, estaba alguien allí. Esa piel extremadamente blanca y ese cabello al igual que nubes.

Tysen estaba echado en el piso, con la espalda apoyada en la pared y la frente en sus rodillas. Al escuchar la puerta, levantó la vista y no dudó en ponerse de pie.

—Estás bien. —Recuerdo que dijo.

—¿Qué ha pasado? —La pregunta retumbó en mis oídos—.

—Estamos todos a salvo.

Esas palabras se solidificaron en unas enormes manos que me empujaron con fuerza al vacío. Caí en cuenta de inmediato.

Habías sido tú.

Elegí dejarlo todo por ti. Ya estaba hecho. ¿Qué te hacía pensar que podías tomar mi lugar? ¿Por qué has sido tan egoísta?

No sabía cómo, pero de pronto estaba en el piso, de rodillas. Tysen se colocó delante de mí, sujetándome de los hombros para evitar que me desplomara.

El Último Respiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora